El Santo Padre ha escrito de su puño y
letra las meditaciones del Vía crucis para Semana Santa.
Este texto lo ha escrito en ocasión del
Jubileo del Año 2000.
Oración inicial
"Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese así mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24).
Viernes Santo por la tarde.
Desde hace veinte siglos, la Iglesia se
reúne esta tarde para recordar y revivir los acontecimientos de la última etapa
del camino terreno del Hijo de Dios. Hoy, como cada año, la Iglesia que está en
Roma se congrega en el Coliseo para seguir las huellas de Jesús que,
"cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en
hebreo se flama Gólgota" (Jn 19, 17).
Estamos aquí, conscientes de que el Vía
crucis del Hijo de Dios no fue simplemente el camino hacia el lugar del
suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o palabra suya, así
como lo que han visto y hecho todos aquellos que han tomado parte este, drama,
nos hablan continuamente, En su pasión y en su muerte, Cristo nos revela también
la verdad sobre Dios y sobre el hombre.
En este año jubilar queremos reflexionar
con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para
que nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de
la gracia de una auténtica participación.
Participar significa tener parte.
¿Qué quiere decir tener parte en la cruz
de Cristo?
Quiere decir experimentar en el Espíritu
Santo el amor que esconde tras de
sí la cruz de Cristo.
Quiere decir reconocer, a la luz de este amor,
la propia cruz.
Quiere decir cargarla sobre la propia
espalda y, movidos cada vez más por
este amor, caminar...
Caminar a través de la vida, imitando a
Aquel que "soportó la cruz sin
miedo a la ignominia y está sentado a la
diestra del trono de Dios" (Hb 12, 2).
Oremos.
Señor Jesucristo,
colma nuestros corazones con la luz de tu
Espíritu Santo,
para que, siguiéndote en tu último camino,
sepamos cuál es el precio de nuestra
redención
y seamos dignos de participar
en los frutos de tu pasión, muerte y
resurrección.
Tú que vives y reinas por los siglos de
los siglos.
R/. Amén.
PRIMERA ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A
MUERTE
"¿Eres tú el Rey de los judíos?"
(Jn 18, 33)
"Mi Reino no es de este mundo. Si mi
Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese
entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí" (Jn 18, 36).
Entonces Pilato le dijo:
"Luego, ¿tú eres Rey?".
Respondió Jesús:
"Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto
he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz".
Le dice Pilato:
"¿Qué es la verdad?"
Con esto, el procurador romano consideró
terminado el interrogatorio. Volvió a salir donde los judíos y les dijo:
"Yo no encuentro ningún delito en él" (cf. Jn 18, 37-38)
El drama de Pilato se oculta tras la
pregunta: "¿qué es la verdad?".
No era una cuestión filosófica sobre la
naturaleza de la verdad, sino una pregunta existencial sobre la propia relación
con la verdad. Era un intento de escapar a la voz de la conciencia, que
ordenaba reconocer la verdad y seguirla. El hombre que no se deja guiar por la
verdad, llega a ser capaz incluso de emitir una sentencia de condena de un
inocente. Los acusadores intuyen esta debilidad de Pilato y por eso no ceden.
Reclaman con obstinación la muerte en
cruz. La decisiones a media, a las que recurre Pilato, no le sirven de nada. No
es suficiente infligir al acusado la pena cruel de la flagelación. Cuando el
Procurador presenta a la muchedumbre a un Jesús flagelado y coronado de
espinas, parece como si con ello quisiera decir algo que, a su entender, debería
doblegar la intransigencia de la plaza. Señalando a Jesús, dice: "Ecce
homo!". "Aquí tenéis al hombre".
Pero la respuesta es: "¡Crucifícalo,
crucifícalo!".
Pilato intenta entonces negociar:
"Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en
él" (cf. Jn 19, 5-7).
Está cada vez más convencido de que el
imputado es inocente, pero esto no le basta para emitir una sentencia
absolutoria. Entonces, los acusadores
recurren a un argumento decisivo: "Si sueltas a ése, no eres amigo del César;
todo el que se hace rey se enfrenta al César" (Jn 19, 12).
Es una amenaza muy clara. Intuyendo el
peligro, Pilato cede definitivamente y emite la sentencia, si bien con el gesto
ostentoso de lavarse las manos: "Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros
veréis" (Mt 27, 24).
Así fue condenado á la muerte en cruz
Jesús, el Hijo de Dios vivo, el Redentor del mundo.
A lo largo de los siglos, la negación de
la verdad ha generado sufrimiento y muerte.
Son los inocentes los que pagan el precio
de la hipocresía humana.
No bastan decisiones a media. No es
suficiente lavarse las manos.
Queda siempre la responsabilidad por la
sangre de los inocentes.
Por ello Cristo imploró con tanto fervor
por sus discípulos de todos los
tiempos: Padre, "Santifícalos en la
verdad: tu Palabra es verdad" (Jn 17, 17).
ORACIÓN
Cristo, qué aceptas una condena injusta,
concédenos, a nosotros y a los hombres de
todos los tiempos,
la gracia de ser fieles a la verdad
y no permitas que caiga sobre nosotros
y sobre los que vendrán después de
nosotros
el peso de la responsabilidad
por el sufrimiento de los inocentes.
A ti, Jesús, Juez justo,
honor y gloria por los siglos de los
siglos.
R/. Amén.
SEGUNDA ESTACIÓN: JESÚS CARGA CON LA CRUZ
A CUESTAS
La cruz. Instrumento de una muerte infame.
No era lícito condenar a la muerte en cruz
a un ciudadano romano: era demasiado humillante. Pero el momento en que Jesús
de Nazaret cargó con la cruz para llevarla al Calvario. marcó un cambio en la
historia de la cruz. De ser signo de muerte infame, reservada a las personas de
baja categoría,
se convierte en llave maestra. Con su
ayuda, de ahora en adelante, el hombre abrirá la puerta de las profundidades
del misterio de Dios. Por medio de Cristo, que acepta la cruz, instrumento del
propio despojo, los hombres sabrán que "Dios es amor".
Amor inconmensurable: "Porque tanto
amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
Esta verdad sobre Dios se ha revelado a
través de la cruz.
¿No podía revelarse de otro modo?
Tal vez sí. Sin embargo, Dios ha elegido
la cruz.
El Padre ha elegido la cruz para su Hijo,
y el Hijo la ha cargado sobre sus hombros, la ha llevado hasta al monte
Calvario y en ella ha ofrecido su vida. "En la cruz está el sufrimiento,
en la cruz está la salvación, en la cruz hay una lección de amor.
Oh Dios, quien te ha comprendido una vez,
ya no desea ni busca ninguna otra cosa" (Canto cuaresmal polaco) La Cruz
es signo de un amor sin límites
ORACIÓN
Cristo, que aceptas la cruz de las manos
de los hombres
para hacer de ella un signo del amor
salvífico de Dios por el hombre,
concédenos, a nosotros y a los hombres de
nuestro tiempo
la gracia de la fe en este infinito amor,
para que, transmitiendo al nuevo milenio
el signo de la cruz,
seamos auténticos testigos de la
Redención.
A ti. Jesús, Sacerdote y Víctima,
alabanza y gloria por los siglos de los
siglos
R/. Amén.
TERCERA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR PRIMERA
VEZ
"Dios cargó sobre él los pecados de
todos nosotros" (cf. Is 53, 6).
"Todos nosotros como ovejas erramos,
cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos
nosotros" (Is 53, 6).
Jesús cae bajo el peso de la cruz.
Sucederá tres veces durante el camino relativamente corto de la "vía
dolorosa".
Cae por agotamiento. Tiene el cuerpo
ensangrentado por la flagelación, la cabeza coronada de espinas Le faltan las
fuerzas. Cae, pues, y la cruz lo aplasta con su peso contra la tierra.
Hay que volver a las palabras del profeta,
que siglos antes ha previsto esta caída, casi como si la estuviera viendo con
sus propios ojos: ante el Siervo del Señor, entierra bajo el peso de la cruz,
manifiesta el verdadero motivo de la caída: "Dios cargó sobre él los
pecados de todos nosotros".
Han sido los pecados los que han aplastado
contra la tierra al divino Condenado.
Han sido ellos los que determinan el peso
de la cruz que él lleva a sus espaldas.
Han sido los pecados los que han
ocasionado su caída. Cristo se levanta a duras penas para proseguir el camino.
Los soldados que lo escoltan intentan instigarle con gritos y golpes. Tras un
momento, el cortejo prosigue.
Jesús cae y se levanta.
De este modo, el Redentor del mundo se
dirige sin palabras a todos los que caen. Les exhorta a levantarse.
"El mismo que, sobre el madero, llevó
nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados,
viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados" (1 Pe
2, 24).
ORACIÓN
Cristo, que caes bajo el peso de nuestras
culpas
y te levantas para nuestra justificación,
te rogamos que ayudes
a cuantos están bajo el peso del pecado
a volverse a poner en pie
y reanudar el camino.
Danos la fuerza del Espíritu,
para llevar contigo la cruz de nuestra debilidad.
A ti, Jesús, aplastado por el peso de
nuestras culpas,.
nuestro amor y alabanza por los siglos de
los siglos
R/. Amén.
CUARTA ESTACIÓN: JESÚS ENCUENTRA A SU
MADRE
"No temas, María, porque has
encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y
le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el
Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob
para siempre, y su reino no tendrá fin" (Lc 1,30-33).
María recordaba estas palabras. Las
consideraba a menudo en la intimidad de su corazón.
Cuando en el camino hacia la cruz encontró
a su Hijo, quizás le vinieron a la mente precisamente
estas palabras. Con una fuerza particular.
"Reinará.... Su reino no tendrá fin", había dicho el mensajero
celestial. Ahora, al ver que su Hijo, condenado a muerte, lleva la cruz en la
que habría de morir, podría preguntarse, humanamente hablando: ¿Cómo se
cumplirán aquellas palabras? ¿De qué modo reinará en la casa de David? ¿Cómo
será que su reino no tendrá fin?
Son preguntas humanamente comprensibles.
María, sin embargo, recuerda que tiempo
atrás, al oír el anuncio del Ángel, había contestado:
"Aquí está la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Ahora ve que aquellas palabras
se están cumpliendo como palabra de la cruz. Porque es madre, María sufre
profundamente. No obstante, responde también ahora como respondió entonces, en
la anunciación: "Hágase en mí según tu
palabra".
De este modo, maternalmente, abraza la
cruz junto con el divino Condenado. En el camino hacia la cruz. María se
manifiesta como Madre del Redentor del mundo.
"Vosotros, todos los que pasáis por
el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta"
(Lm 1,12).
Es la Madre Dolorosa la que habla, la
Sierva obediente hasta el final, la Madre del Redentor del inundo.
ORACIÓN
Oh María, tú que has recorrido
el camino de la cruz junto con tu Hijo,
quebrantada por el dolor en tu corazón de
madre,
pero recordando siempre el
"fiat"
e íntimamente confiada en que Aquél para
quien nada es imposible
cumpliría sus promesas,
suplica para nosotros y para los hombres
de las generaciones futuras
la gracia del abandono en el amor de Dios.
Haz que, ante el sufrimiento, cl rechazo y
la prueba,
por dura y larga que sea,
jamás dudemos de su amor.
A Jesús, tu Hijo,
todo honor y toda gloria por los siglos de
los siglos.
R/. Amén.
QUINTA ESTACIÓN: SIMÓN DE CIRENE LLEVA LA
CRUZ DE JESÚS
Obligaron a Simón (cf. Mt 15, 21).
Los soldados romanos lo hicieron temiendo
que el Condenado, agotado, no lograra llevar la cruz hasta el Gólgota. No
habrían podido ejecutar en él la sentencia, de la crucifixión.
Buscaban a un hombre que lo ayudase a
llevar la cruz.
Su mirada se detuvo en Simón. Lo obligaron
a cargar aquel peso. Se puede uno imaginar que él no estuviera de acuerdo y se
opusiera. Llevar la cruz junto con un condenado podía considerarse un acto
ofensivo de la dignidad de un hombre libre.
Aunque de mala gana, Simón tomó la cruz
para ayudar a Jesús.
En un canto de cuaresma se escuchan estas
palabras: "Bajo el peso de la cruz Jesús acoge al Cireneo". Son
palabras que dejan entrever un cambio total de perspectiva: el divino Condenado
aparece como alguien que, en cierto modo, "hace don" de la cruz.
¿Acaso no fue El quien dijo: "El que
no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí?" (Mt
10,38).
Simón recibe un don.
Se ha hecho "digno" de él.
Lo que a los ojos de la gente podía
ofender su dignidad, en la perspectiva de la redención, en cambio, le ha
otorgado una nueva dignidad. El Hijo de Dios le ha convertido, de manera
singular, en copartícipe de su obra salvífica.
¿Simón, es consciente de ello?
El evangelista Marcos identifica a Simón
de Cirene como "padre de Alejandro y de Rufo" (15, 21).
Si los hijos de Simón de Cirene eran
conocidos en la primitiva comunidad cristiana, se puede pensar también él haya
creído en Cristo, precisamente mientras llevaba la cruz. Pasó libremente de la
constricción a la disponibilidad, como si hubieran llegado a su corazón
aquellas palabras: "El que no lleva su cruz conmigo, no es digno de
mí".
Llevando la cruz, fue introducido en el
conocimiento del evangelio de la cruz.
Desde entonces este evangelio habla a
muchos, a innumerables cireneos, llamados a lo largo de la historia a llevar la
cruz junto con Jesús.
ORACION
Cristo, que has concedido a Simón de
Cirene
la dignidad de llevar tu cruz,
acógenos también a nosotros bajo su peso,
acoge a todos los hombres
y concede a cada uno la gracia de la
disponibilidad.
Haz que no apartemos nuestra mirada de
quienes
están oprimidos por la cruz de la
enfermedad,
de la soledad, del hambre y de la
injusticia.
Haz que, llevando las cargas los unos de
los otros,
seamos testigos del evangelio de la cruz y
testigos de ti,
que vives y reinas por los siglos de los
siglos.
R/. Amén.
SEXTA ESTACIÓN: LA VERÓNICA ENJUGA EL
ROSTRO DE JESÚS
La Verónica no aparece en los Evangelios.
No se menciona este nombre, aunque se citan los nombres de diversas mujeres que
aparecen junto a Jesús. Puede ser, pues, que este nombre exprese más bien lo
que esa mujer hizo. En efecto, según la tradición, en el camino del calvario
una mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con
un velo él sudor y la sangre del rostro del Señor. Aquel rostro quedó impreso
en el velo; un reflejo fiel, un "verdadero icono". A eso se referiría
el nombre mismo de Verónica.
Si es así, este nombre, que ha hecho
memorable el gesto de aquella mujer, expresa al mismo tiempo la más profunda
verdad sobre ella.
Un día, ante la crítica de los presentes,
Jesús defendió a una mujer pecadora que había derramado aceite perfumado sobre
sus pies y los había enjugado con. sus cabellos. A la objeción que se le hizo
en aquella
circunstancia, respondió: "¿Por qué
molestáis a esta mujer? Pues una obra buena ha hecho conmigo (...). Al derramar
este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho" (Mt
26,10.12). Las mismas palabras podrían aplicarse también a la Verónica. Se
manifiesta así la profunda elocuencia de este episodio. El Redentor del mundo
da a Verónica una imagen auténtica de su rostro.
El velo, sobre el que queda impreso el
rostro de Cristo, es un mensaje para nosotros. En cierto modo nos dice: He aquí
cómo todo acto bueno, todo gesto de verdadero amor hacia el prójimo aumenta en
quien lo realiza la semejanza con el Redentor del mundo.
Los actos de amor no pasan. Cualquier
gesto de bondad, de comprensión y de servicio deja en el corazón del hombre una
señal indeleble, que lo asemeja un poco más a Aquél que "se despojó de sí
mismo tomando condición de siervo" (Flp 2,7).
Así se forma la identidad, el verdadero
nombre del ser humano.
ORACIÓN
Señor Jesucristo,
tú que aceptaste
el gesto desinteresado de amor de una
mujer
y, a cambio, has hecho
que las generaciones la recuerden con el
nombre de tu rostro,
haz que nuestra obras,
y las de todos los que vendrán después de
nosotros,
nos hagan semejantes a ti
y dejen al mundo el reflejo de tu infinito
amor.
Para ti, Jesús, esplendor de la gloria del
Padre,
alabanza y gloria por los siglos.
R/. Amén.
SÉPTIMA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA
VEZ
"Y yo gusano, que no hombre,
vergüenza del vulgo, asco del pueblo" (Sal 22[21] 11,7). Vienen a la mente
estas palabras del salmo mientras contemplamos a Jesús, que cae por segunda vez
bajo la cruz.
En el polvo de la tierra está el
Condenado. Aplastado por el peso de su cruz. Cada vez más le fallan sus
fuerzas. Pero, aunque con gran esfuerzo, se levanta para seguir el camino:
¿Qué nos dice a nosotros, hombres
pecadores, esta segunda caída? Más aún que de la primera, parece exhortarnos a
levantarnos, a levantarnos otra vez en nuestro camino de la cruz.
Cyprian Norwid escribe: "No detrás de
sí mismos con la cruz del Salvador, sino detrás del Salvador con la propia
cruz". Sentencia breve pero que dice mucho. Explica en qué sentido el
cristianismo es la religión de la cruz.
Deja entender que cada hombre encuentra en
este mundo a Cristo que lleva la cruz y cae bajo su peso.
A su vez, Cristo, en el camino del
Calvario, encuentra a cada hombre y, cayendo bajo el peso de la cruz, no deja
de anunciar la buena nueva.
Desde hace dos mil años el evangelio de la
cruz habla al hombre. Desde hace veinte siglos Cristo, que se levanta de la
caída, encuentra al hombre que cae.
A lo largo de estos dos milenios, muchos
han experimentado que la caída no significa el final del camino.
Encontrando al Salvador, se han sentido
sosegados por Él: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la
debilidad" (2 Co 12,9).
Se han levantado confortados y han
transmitido al mundo la palabra de la esperanza que brota de la cruz.
Hoy, cruzado el umbral del nuevo milenio,
estamos llamados a profundizar el contenido de este encuentro.
Es necesario que nuestra generación lleve
a los siglos venideros la buena nueva de nuestro volver a levantarnos en
Cristo.
ORACIÓN
Señor Jesucristo,
que caes bajo el peso del pecado del
hombre
y te levantas para tomarlo sobre ti y
borrarlo,
concédenos a nosotros, hombres débiles,
la fuerza de llevar la cruz de cada día
y de levantarnos de nuestras caídas,
para llevar a las generaciones que vendrán
el Evangelio de tu poder salvífico.
A ti, Jesús, soporte de nuestra debilidad,
la alabanza y la gloria por los siglos.
R/. Amén.
OCTAVA ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS
MUJERES DE JERUSALÉN
"Hijas de Jerusalén, no lloréis por
mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en
que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los
pechos que no criaron!
Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed
sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen
esto, en el seco ¿qué se hará?" (Lc 23, 28-3 1)
Son las palabras de Jesús a las mujeres,
que lloraban mostrando compasión por el Condenado. "No lloréis por mí;
llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos". Entonces era
verdaderamente difícil entender el sentido de estas palabras. Contenían una
profecía que pronto habría de cumplirse. Poco antes, Jesús había llorado por
Jerusalén, anunciando la horrenda suerte que le iba a tocar. Ahora, Él parece
remitirse a esa predicción: "Llorad por vuestros hijos...". Llorad,
porque ellos, precisamente ellos, serán testigos y partícipes de la destrucción
de Jerusalén, de esa Jerusalén que "no ha sabido reconocer el tiempo de la
visita" (Lc 19,44).
Si, mientras seguimos a Cristo en el
camino de la cruz, se despierta en nuestros corazones la compasión por su
sufrimiento, no podemos olvidar esta advertencia.
"Si en el leño verde hacen esto, en
el seco ¿qué se hará?".
Para nuestra generación, que deja atrás un
milenio, más que de llorar por Cristo martirizado, es la hora de
"reconocer el tiempo de la visita". Ya resplandece la aurora de la
resurrección.
"Mirad ahora el momento favorable;
mirad ahora el día de salvación" (2 Co 6, 2).
Cristo dirige a cada uno de nosotros estas
palabras del Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno
oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él
conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también
vencí y me senté con mi Padre en su trono" (3, 20-2 1).
ORACIÓN
Cristo, que has venido a este mundo
para visitar a todos los que esperan la
salvación,
haz que nuestra generación
reconozca el tiempo de tu visita
y tenga parte en los frutos de tu redención.
No permitas que por nosotros
y por los hombres del nuevo siglo
se tenga que llorar
porque hayamos rechazado la mano del Padre
misericordioso.
A ti, Jesús, nacido de la Virgen, Hija de
Sión,
honor y gloria por los siglos de los
siglos.
R/. Amén.
NOVENA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Cristo se desploma de nuevo a tierra bajo
el peso de la cruz. La muchedumbre que observa, está curiosa por saber si aún
tendrá fuerza para levantarse.
San Pablo escribe: "El cual, siendo
de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se
despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los
hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz?" (Flp 2,6-8).
La tercera caída parece manifestar
precisamente esto: El despojo, la kenosis del Hijo de Dios, la humillación bajo
la cruz: Jesús había dicho a los discípulos que había venido no para ser
servido, sino para servir (cf. Mt 20,28). En el Cenáculo, inclinándose en
tierra y lavándoles los pies, parece como si hubiera querido habituarlos a esta
humillación suya. Cayendo a tierra por tercera vez en el camino de la cruz, de
nuevo proclama a gritos su misterio. ¡Escuchemos su voz!
Este condenado, en tierra, bajo el peso de
la cruz, ya en las cercanías del lugar del suplicio, nos dice: "Yo soy el
camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). "El que me siga no caminará
en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).
Que no nos asuste la vista de un condenado
que cae a tierra extenuado bajo la cruz.
Esta manifestación externa de la muerte,
que ya se acerca, esconde en sí misma la luz de la vida.
ORACIÓN
Señor Jesucristo,
que por tu humillación bajo la cruz
has revelado al mundo el precio de su redención,
concede a los hombres del tercer milenio
la luz de la fe,
para que reconociendo en ti
al Siervo sufriente de Dios y del hombre,
tengamos la valentía de seguir el mismo
camino,
que a través de la cruz y el despojo,
lleva a la vida que no tendrá fin.
A ti, Jesús, apoyo en nuestra debilidad,
honor y gloria por los siglos.
R/. Amén.
DÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS
VESTIDURAS, LE DAN A BEBER HIEL Y VINAGRE.
"Después de probarlo, no quiso
beberlo" (Mt 27,34).
No quiso calmantes, que le habrían nublado
la conciencia durante la agonía. Quería agonizar en la cruz conscientemente,
cumpliendo la misión recibida del Padre.
Esto era contrario a los métodos usados
por los soldados encargados de la ejecución. Debiendo clavar en la cruz al
condenado, trataban de amortiguar su sensibilidad y conciencia. En el caso de
Cristo no podía ser así. Jesús sabe que su muerte en la cruz debe ser un
sacrificio de expiación. Por eso quiere mantener despierta la conciencia hasta
el final. Sin ésta no podría aceptar, de un modo completamente libre, la plena
medida del sufrimiento.
En efecto, Él debe subir a la cruz para
ofrecer el sacrificio dé la Nueva Alianza.
Él es Sacerdote. Debe entrar mediante su
propia sangre en la morada eterna, después de haber realizado la redención del
mundo (cf. Hb 9, 12).
Conciencia y libertad: son los requisitos
imprescindibles del actuar plenamente humano. El mundo conoce tantos medios
para debilitar la voluntad y. ofuscar la conciencia. Es necesario defenderlas
celosamente de todas las violencias. Incluso el esfuerzo legítimo por atenuar
el dolor debe realizarse siempre respetando la dignidad humana.
Hay que comprender profundamente el
sacrificio de Cristo, es necesario unirse a él para no rendirse, para no
permitir que la vida y la muerte pierdan su valor.
ORACIÓN
Señor Jesús,
que con total entrega has aceptado la
muerte de cruz
por nuestra salvación,
haznos a nosotros y a todos los hombres
del mundo
partícipes de tu sacrificio en la cruz,
para que nuestro existir y nuestro obrar
tengan la forma de una participación libre
y consciente
en tu obra de salvación.
A ti, Jesús, sacerdote y víctima,
honor y gloria por los siglos.
R/. Amén.
DÉCIMO-PRIMERA ESTACIÓN: JESÚS ES CLAVADO
EN LA CRUZ
"Han taladrado mis manos y mis pies,
puedo contar todos mis huesos" (Sal 21 [22], 17-18).
Se cumplen las palabras del profeta.
Comienza la ejecución.
Los golpes de los soldados aplastan contra
el madero de la cruz las manos y los pies del condenado.
En las muñecas de las manos, los clavos
penetran con fuerza. Esos clavos sostendrán al condenado entre los
indescriptibles tormentos de la agonía. En su cuerpo y en su espíritu de gran
sensibilidad. Cristo sufre lo indecible.
Junto a él son crucificados dos verdaderos
malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Se cumple así la
profecía: "con los rebeldes fue contado" (Is 53,12).
Cuando los soldados levanten la cruz,
comenzará una agonía que durará tres horas. Es necesario que se cumpla también
esta palabra: "Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos
hacia mí" (Jn 12, 32). ¿Qué es lo que "atrae" de este condenado
agonizante en la cruz? Ciertamente, la vista de un sufrimiento tan intenso
despierta compasión. Pero la compasión es demasiado poco para mover a unir la
propia vida a Aquél que está suspendido en la cruz.
¿Cómo explicar que, generación tras
generación, esta terrible visión haya atraído a una multitud incontable de
personas, que han hecho de la cruz el distintivo de su fe? ¿De hombres y
mujeres que durante siglos han vivido y dado la vida mirando este signo?
Cristo atrae desde la cruz con la fuerza
del amor, del Amor divino, que ha llegado hasta el don total de sí mismo; del
Amor infinito, que en la cruz ha levantado de la tierra el peso del cuerpo de
Cristo, para contrarrestar el peso de la culpa antigua; del Amor ilimitado, que
ha colmado toda ausencia de amor y ha permitido que el hombre nuevamente
encuentre refugio entre los brazos del Padre misericordioso.
¡Que Cristo elevado en la cruz nos atraiga
también a nosotros, hombres y mujeres del nuevo milenio! Bajo la sombra de la
cruz, "vivimos en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros
como oblación y víctima de suave aroma" (Ef 5,2).
ORACION
Cristo elevado,
Amor crucificado,
llena nuestros corazones de tu amor,
para que reconozcamos en tu cruz
el signo de nuestra redención
y, atraídos por tus heridas,
vivamos y muramos contigo,
que vives y reinas con el Padre y el
Espíritu Santo,
ahora y por los siglos de los siglos.
R/. Amén.
DECIMOSEGUNDA ESTACION: JESÚS MUERE EN LA
CRUZ
"Padre, perdónalos porque no saben lo
que hacen" (Lc 23,34).
En el culmen de la Pasión, Cristo no
olvida al hombre, no olvida en especial a los que son la causa de su sufrimiento.
El sabe que el hombre. más que de cualquier otra cosa, tiene necesidad de amor:
tiene necesidad de la misericordia que en este momento se derrama en el mundo.
"Yo te aseguro: hoy estarás conmigo
en el paraíso" (Lc 23,43). Así responde Jesús a la petición del malhechor
que estaba a su derecha: "Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu
Reino" (Lc 23,42)
La promesa de una nueva vida. Este es el
primer fruto de la pasión y de la inminente muerte de Cristo. Una palabra de
esperanza para el hombre.
A los pies de la cruz estaba la madre, y a
su lado el discípulo, Juan evangelista. Jesús dice: "Mujer, ahí tienes a
tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre" (Jn 19,26-27).
"Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,27).
Es el testamento para las personas que más amaba.
El testamento para la Iglesia. Jesús al
morir quiere que el amor maternal de María abrace a todos por los
que Él da la vida, a toda la humanidad.
Poco después, Jesús exclama: "Tengo
sed" (Jn 19,28). Palabra que deja ver la sed ardiente que quema todo su
cuerpo. Es la única palabra que manifiesta directamente su sufrimiento físico.
Después Jesús añade: "¡Dios mio, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?"
(Mt 27,46; cf. Sal 21 [22], 2); son las palabras del Salmo con el que Jesús
ora. La frase, no obstante la apariencia, manifiesta su unión profunda con el
Padre
En los últimos instantes de su vida
terrena, Jesús dirige su pensamiento al Padre. El diálogo se desarrollará ya
sólo entre el Hijo que muere y el Padre que acepta su sacrificio de amor.
Cuando llega la hora de nona, Jesús grita:
"¡Todo está cumplido!" (Jn 19,30). Ha llevado a cumplimiento la obra
de la redención. La misión, para la que vino a la tierra, ha alcanzado su
propósito.
Lo demás pertenece al Padre:
"Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu" (Lc 23,46). Dicho esto, expiró.
"El velo del Templo se rasgó en
dos..." (Mt 27,51).
El "santo de los santos" en el
templo de Jerusalén se abre en el momento en que entra el Sacerdote de la Nueva
y Eterna Alianza.
ORACIÓN
Señor Jesucristo,
Tú que en el momento de la. agonía
no has permanecido indiferente a la suerte
del hombre
y con tu último respiro
has confiado con amor a la misericordia
del Padre
a los hombres y mujeres de todos los
tiempos
con sus debilidades y pecados,
llénanos a nosotros y a las generaciones
futuras
de tu Espíritu de amor,
para que nuestra indiferencia
no haga vanos en nosotros los frutos de tu
muerte.
A ti, Jesús crucificado,
sabiduría y poder de Dios,
honor y gloria por los siglos de los
siglos.
R/. Amén.
DÉCIMOTERCERA ESTACIÓN: JESÚS ES BAJADO DE
LA CRUZ Y ENTREGADO A LA MADRE
Han devuelto a las manos de la Madre el
cuerpo sin vida del Hijo. Los Evangelios no hablan de lo que ella experimentó
en aquel instante. Es como si los Evangelistas, con el silencio, quisieran
respetar su dolor,
sus sentimientos y sus recuerdos. O,
simplemente, como si no se considerasen capaces de expresarlos.
Sólo la devoción multisecular ha
conservado la imagen de la "Piedad", grabando de ese modo en la
memoria del pueblo cristiano la expresión más dolorosa de aquel inefable
vínculo de amor nacido en el corazón de la Madre el día de la anunciación y
madurado en la espera del nacimiento de su divino Hijo.
Ese amor se reveló en la gruta de Belén,
fue sometido a prueba ya durante la presentación en el. Templo, se profundizó
con los acontecimientos conservados y meditados en su corazón (cfr. Lc 2, 51).
Ahora este íntimo vínculo de amor debe
transformarse en una unión que supera los confines de la vida y de la muerte.
Y será así a lo largo de los siglos:
los hombres se detienen junto a la estatua
de la Piedad de Miguel Ángel, se arrodillan delante de la imagen de la
Melancólica Benefactora ("Smetna Dobrodziejka") en la iglesia de los
Franciscanos, en Cracovia, ante la Madre de los Siete Dolores, Patrona de
Eslovaquia; veneran a la Dolorosa en
tantos santuarios en todas las partes del
mundo. De este modo aprenden el difícil amor que no huye ante el sufrimiento,
sino que se abandona confiadamente a la ternura de Dios, para el cual nada es
imposible (cf. Lc 1, 37).
ORACIÓN
Salve, Regina, Mater misericordiae;
vita dulcedo el spes nostra, salve.
Ad te clamamus...
illos tuos misericordes oculos ad nos
converte
et Iesum, benedictumfructunz ventris tui,
nobis post hoc exilium ostende.
Alcánzanos la gracia de la fe,
de la esperanza y de la caridad,
para que también nosotros, como tú,
sepamos perseverar bajo la cruz
hasta al último suspiro.
A tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador,
con el Padre y el Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos
R/. Amén.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN: EL CUERPO DE JESÚS
ES PUESTO EN EL SEPULCRO
"Fue crucificado, muerto y
sepultado...".
El cuerpo sin vida de Cristo fue
depositado en el sepulcro. La piedra sepulcral, sin embargo, no es el sello
definitivo de su obra. La última palabra no pertenece a la falsedad, al odio y
al atropello.
La última palabra será pronunciada por el
Amor, que es más fuerte que la muerte.
"Si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" ( Jn 12,
24).
El sepulcro es la última etapa del morir
de Cristo en el curso de su vida terrena; es signo de su sacrificio supremo por
nosotros y por nuestra salvación.
Muy pronto este sepulcro se convertirá en
el primer anuncio de alabanza y exaltación del Hijo de Dios en la gloria del
Padre, "Fue crucificado, muerto y sepultado (....) al tercer día resucitó
de entre los muertos". Con la deposición del cuerpo sin vida de Jesús en
el sepulcro, a los pies del Gólgota, la Iglesia inicia la vigilia del Sábado
Santo.
María conserva en lo profundo de su
corazón y medita la pasión del Hijo; las mujeres se dan cita para la mañana del
día siguiente del sábado, para ungir con aromas el cuerpo de Cristo; los
discípulos se reúnen, ocultos en el Cenáculo, hasta que no haya pasado el
sábado.
Esta vigilia acabará con el encuentro en
el sepulcro, el sepulcro vacío del Salvador. Entonces el sepulcro, testigo mudo
de la resurrección, hablará. La losa levantada, el interior vacío, las vendas
por tierra, será lo que verá Juan, llegado al sepulcro junto con Pedro:
"Vio y creyó" (Jn 20, 8). Y, con él, creyó la Iglesia, que desde
aquel momento no se cansa de transmitir al mundo esta verdad fundamental de su
fe: "Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de todos los que
han muerto" (1 Co 15, 20).
El sepulcro vacío es signo de la victoria
definitiva, de la verdad sobre la mentira, del bien sobre el mal, de la
misericordia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte.
El sepulcro vacío es signo de la esperanza
que "no defrauda" (Rm 5, 5). "Nuestra esperanza está llena de
inmortalidad" (Sb 3, 4).
ORACIÓN
Señor Jesucristo,
que por el Padre, con la potencia del
Espíritu Santo,
fuiste llevado desde las tinieblas de la
muerte
a la luz de una nueva vida en la gloria,
haz que el signo del sepulcro vacío nos
hable a nosotros
y a las generaciones futuras
y se convierta en fuente viva de fe,
de caridad generosa y de firmísima
esperanza.
A ti, Jesús, presencia escondida
y victoriosa en la historia del mundo
honor y gloria por los siglos
R/. Amén.
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