Únete a María en una reflexión sobre las
Estaciones de la Cruz, a medida que ella nos guía por las Estaciones a través
de sus ojos de aquel entonces y sus ojos del presente.
Primera Estación: Jesús es condenado a
muerte
Mi Hijo se presentó ante Pilato como un
hombre inocente. Pero, durante toda su vida fue penetrando más y más
profundamente en la condición de humanidad pecadora. No le bastó con haber
nacido de una madre humana como yo. Nació en el anonimato en Nazaret. Y allí
siempre le juzgaron. Siempre juzgaron que no era correcto que El fuera
concebido antes de que José y yo estuviésemos unidos por el matrimonio. Hasta
cuando inició su ministerio público, las autoridades religiosas no le
aceptaron. Jesús y su reflejo de Dios no cuadraban con la imagen acomodaticia
de Dios que tenían dichas autoridades. Finalmente, sus propios seguidores le
abandonaron. Nunca imaginé que El tuviera que pasar por la experiencia de la
solidaridad con prisioneros golpeados y torturados, pero así fue. Nunca
olvidaré la sangre que derramó y el dolor que sufrió a manos de los guardias
romanos. Jesús inició esta travesía identificándose con todas las personas
desamparadas, burladas y despreciadas. Nada hizo que mereciera la pena capital,
o el abuso que sufrió.
Su “Sí” - su entrega a la voluntad de Dios
– ultimadamente destruyó el poder del pecado y la muerte. Mientras se iba
haciendo hombre, le conté muchas veces como yo había sido agraciada al decir
“hágase en mí según tu voluntad”. Nunca podía haberme imaginado que ésa sería la
espada que atravesaría mi corazón: ver a mi Hijo decir que Sí a Dios,
completamente y plenamente, para salvación del mundo.
Ahora que ha sido condenado a muerte,
reflexiona conmigo sobre cada estación de este recorrido – adentrándote cada
vez más completamente en nuestra
humanidad y la muerte misma. Pidamos a Dios la gracia para poder acompañar a
Jesús en su travesía y entenderla más plenamente y ser más agradecidos por este
don.
Segunda Estación: Jesús carga con la Cruz
Mi Hijo fue obligado a llevar la cruz en
la cual sería clavado, ridiculizado y ejecutado. Aquí debemos hacer una pausa
para recordar lo que representa. Para esta travesía, El cargó con el peso de
todas nuestras cruces, de todos nuestros sufrimientos insensatos, y el peso de
todos los pecados del mundo – pasados, presentes y futuros. Con cada paso que
daba aumentaba el peso lacerante sobre sus abatidos hombros. Me parecía
increíble que El pudiera dar unos cuantos pasos.
Ahora podemos mirar retrospectivamente y
recordar que todo esto es por nosotros. Cada uno de nosotros puede decir que
fue “por mí”. A medida que vamos imaginando cada paso que da, podemos hacer una
pausa y decir “gracias”, con nuestras propias palabras, desde lo más profundo
de nuestros corazones.
Tercera Estación: Jesús cae por primera
vez
Apenas puedo expresarles lo que sentí al
ver a mi Hijo caer bajo el peso de esa Cruz. Dentro de mí todo clamaba porque
se detuvieran. Ya esto era demasiado. Pero nada podía yo hacer sino verlo caer
al suelo.
Por supuesto, ahora entiendo que si El iba
a poder entrar completamente en nuestras vidas, tenía que rendirse bajo el
aplastante peso de las cargas que tantos sufren en sus respectivos mundos. Todos los habitantes de la tierra que están
subyugados por cargas injustas siempre entenderán que al caer al suelo, Jesús
conoció y siempre entendería la impotencia de aquellos y aquellas que sufren
sin remedio. Sin poder levantarse, El entra en nuestras fatigas, entendiéndolas
por siempre, así como a todas las injusticias que nos derrotan.
Comprendo el dolor y la culpa que sienten
al reflexionar sobre el camino de mi Hijo hacia el Calvario. Por favor, sean
gratos. Mi Hijo sencillamente quiere que recordemos cuánto nos amó entonces y
nos ama ahora. Estamos conscientes de su misericordia y del regalo de vida que
hemos encontrado en Él.
Cuarta Estación: Jesús encuentra a su
Santísima Madre
Mientras yo empujaba y me abría paso entre
la multitud para acercarme lo más que pudiera a mi Hijo, llegamos a un lugar
del camino donde Jesús se detuvo. Me vio. Nos miramos a los ojos. Yo no quería
que El viera mis lágrimas o se diera cuenta de mi dolor, pero hacía mucho que
yo había aceptado cuán profundamente El me conocía. El amor de mi corazón se
desbordó en el único abrazo que pude darle, Mis labios dijeron calladamente la
oración que Jesús nos enseñó: “Padre, venga tu Reino y hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo”. Jesús hizo hacia mí un gesto casi imperceptible con
su cabeza, tomó aliento y empezó a ascender la colina. La espada que atravesaba
mi corazón había bendecido Su misión, y
yo entendí que El lo sabía.
Denle gracias conmigo, en este momento que
El asumió esa misión por nosotros. Denle gracias por haber experimentado la
separación y el abandono que conocen las personas que han perdido un ser
querido. Así El ha entendido el corazón de toda madre amorosa que se angustia
ante el sufrimiento de sus hijos. Jesús se ha convertido en uno de nosotros,
completamente.
Quinta Estación: Simón el Cirineo le ayuda
a llevar la Cruz
Ahora reflexionen conmigo sobre lo que
debe haber sido para mi Hijo no poder más cargar la cruz por sí solo. Sentí
alivio al ver que alguien le ayudaba en ese momento, aunque mi corazón se abrió
a los sentimientos de Simón, quien fue incluido en la travesía de Jesús.
Si miramos atrás, podemos dar gracias por
la llegada de Jesús a nuestras vidas, aun con este gesto de ayuda. Jesús vino a
conocer las experiencias de todos los que debemos depender de otros, de los que
no podemos caminar solos. Aun en este viaje final, Jesús ni siquiera pudo tener
la satisfacción de poder llevar Su cruz por sí solo.
Hagamos una pausa momentánea para
expresarle ahora eso que sentimos en nuestros corazones.
Sexta Estación: La Verónica limpia el
rostro de Jesús
No puedo describir su rostro, cubierto de
sangre y sudor, y las heridas y golpes que deforman Su aspecto. Como madre que
soy, apenas puedo decirles que hay escupitajos en su rostro. Era el rostro de
la solidaridad con todos aquellos que han sufrido abusos y violencia.
Entonces, de entre la multitud salió una
mujer cuya compasión por mi Hijo fue tan grande que pudo abrirse paso entre los
soldados romanos para limpiar el rostro de Jesús con su velo. ¡Cuánto amor
sentí por ella ante ese gesto! Sus miradas se cruzaron y eso me conmovió
profundamente. Por un instante, Su rostro limpio volvió a revelar la imagen
serena de mi Hijo amado.
Jesús sonrió a la mujer y prosiguió su
viaje, y entonces los que estábamos cerca observamos su velo y pudimos ver el
regalo que El le había hecho. En el velo había quedado impresa una sorprendente
imagen, el verdadero ícono del valor del sacrificio de Jesús, y la profundidad
de Su solidaridad con todos los que sufren. Esta imagen es el eterno regalo de
Jesús para nosotros, para que siempre podamos contemplar su imagen, su unión
con nosotros en los peores momentos de rechazo y sufrimiento.
Séptima Estación: Jesús cae por segunda
vez
Cuando mi Hijo cayó por segunda vez, mi
corazón se oprimió cuando El perdió el control de sus pasos, se tambaleó y cayó
al suelo polvoriento. Al verlo caer sobre sus rodillas en las duras piedras del
camino, pude sentir el lacerante dolor en todo mi ser. Sin poder hacer nada por
El, una vez más me pregunté si El podría llegar hasta el final.
Al recordar este momento hoy, me imagino
que esa caída lo puso junto a las personas con discapacidades, personas que
sufren de todo tipo de enfermedades físicas que les debilitan, y con todos
aquellos que envejecen y deben enfrentar las limitaciones de sus cuerpos. Mi
plegaria es para que todo el pueblo de Dios que conoce el sufrimiento de estas
discapacidades sepa que siempre puede recurrir a mi Hijo en busca de
comprensión y consuelo.
Con gratitud en nuestros corazones,
tomemos unos instantes para encontrar las palabras que expresen nuestros
sentimientos hacia Jesús.
Octava Estación: Las mujeres de Jerusalén
lloran por Jesús
Esta conmovedora escena llenó mi corazón
de madre con creciente amor hacía Jesús. Así como tantas veces le vi consolar a
muchos grupos de personas durante toda su vida, ahora consuela a este grupo de
mujeres y niñas en Jerusalén. No están aquí para condenarle. ¡Qué tremendo
encuentro! Ellas tratan de consolarle, y El las observa con amor y compasión.
Durante Su ministerio, Jesús llegó a lamentarse por Jerusalén. Ahora, mi Hijo
les encarga una misión especial. Muy pronto entenderían que el sufrimiento de
Jesús que presenciaron tan de cerca fue por ellas. Muy pronto serían testigos
del sufrimiento de Jerusalén y tendrían la oportunidad de llevar compasión y fe
a sus hijos e hijas y a los pobladores de su ciudad.
En este momento es bueno reflexionar con
El sobre la misión que tiene cada uno de nosotros, esa misión que puede ser
moldeada por este encuentro con Sus sufrimientos, muerte y resurrección “por
mí”. Denle gracias por este breve tiempo para recordar el regalo que hemos
recibido.
Novena Estación: Jesús cae por tercera vez
Siempre recordaré esta caída final.
Habiendo soportado una golpiza tal y habiendo perdido tanta sangre, mi Hijo
simplemente se desploma. Le vi caer al suelo y pensé que había muerto. Con sus
brazos abiertos y el rostro sobre el polvo del camino, Jesús se entregó en
solidaridad con todos aquellos que han caído de alguna manera.
Contemplando cómo los soldados levantaron
rudamente a Jesús y lo hicieron dar los últimos pasos hacia el Calvario, tomen
unos momentos para hablar con El, expresándole gratitud por su comprensión de
todas las debilidades o fracasos que hemos experimentado.
Décima Estación: Jesús es despojado de sus
vestiduras
Una vez más la espada atravesó mi corazón
cuando vi a mi Hijo ser violentado de esa manera. Con la intención de
avergonzarle más aún, lo iban a ejecutar desnudo. Simplemente querían
despojarle de la dignidad que le hubiera quedado a cualquier ser humano.
Recuerdo este cuerpo cuando era el de un niño que yo bañaba y cuidaba mientras
ahora veo cómo se reabren sus heridas y vuelven a sangrar, expuesto ante los
ojos de todos. Ahora veo a todas las personas del mundo que son vulnerables y
no tienen defensa, todos aquellos cuya dignidad es violada, y veo cómo este acto de despojo pone a mi Hijo junto
a aquellos que sufren. Su encarnación está a punto de ser completa.
Por favor hagan una pausa para expresar lo
que hay en sus corazones y demos gracias a Jesús por liberarnos del poder del
pecado y la muerte.
Undécima Estación: Jesús es clavado en la
Cruz
Hoy, cuando recuerdo a Jesús siendo
clavado en la cruz, con sus brazos extendidos, es el sonido del martillo
golpeando los clavos lo que se ha quedado grabado en mi mente. Recuerdo cómo yo
le quitaba astillas de madera de sus dedos cuando era niño en el taller de
José. Sus manos y muñecas, que tocaron y sanaron a tantas personas, ahora
reciben un clavo, y un martillo golpea ese clavo atravesando su carne hasta
llegar a la madera de la cruz. Ese sonido – metal contra metal – ese ruido – y
la expresión de su rostro – los espasmos que agitan todo su cuerpo – nunca los
olvidaré. Entonces, la otra mano y finalmente sus pies son clavados en la cruz.
Ahora pasen unos momentos con El,
imaginándose cómo lo levantaron en la cruz, clavado en ella, para que
pudiéramos ser libres.
Duodécima Estación: Jesús muere en la Cruz
La espada de la impotencia destrozó mi
corazón cuando vi cómo Jesús luchaba por respirar, elevando su torso para dejar
salir el aire de sus pulmones. Con increíble valentía y compasión, habló de
misericordia y amor. Allá en la cruz me puso bajo el cuidado de Juan, y me
entregó a la Iglesia llena del Espíritu que nacería en Pentecostés. Luego,
después de ponerse en manos de Dios por última vez, exhaló su último suspiro y
murió. Es algo imborrable observar como la vida se separa del cuerpo de un ser
amado.
Hoy, al pie de la cruz, escuchen a mi Hijo
hablarles del amor que les tiene. Y ustedes háblenle desde el fondo de su
corazón.
Décimo Tercera Estación: El cuerpo de
Jesús es bajado de la Cruz
Tuvimos que esperar lo que pareció un largo
rato antes de obtener el permiso para bajar de esa cruz Su cuerpo sin vida. Tardaron mucho en
quitarle los clavos y finalmente bajar su cuerpo al suelo. Alguien le quitó esa
horrible corona de espinas de su cabeza. Le echaron el pelo hacia atrás y le
limpiaron el rostro antes de dejarme estrechar su cuerpo por una última vez.
Dios me lo entregó por poco tiempo. Cuando
dejó nuestro hogar tres años antes, me sentí tan orgullosa de El,
emocionada por ser testigo de lo que Dios obraría a través de El. Allí, al pie
de la cruz, mi corazón atormentado por el dolor, pero siempre confiado en Dios
y su promesa, sólo pedí ser la sierva de Dios en todo lo que me esperaba de
ahora en adelante. Después de la Ascensión, cuando nos reuníamos en los
distintos hogares para Partir el Pan, sostuve otra vez Su cuerpo en mis manos,
ahora llenas de consuelo porque Su promesa se cumplió: que estaría siempre con
nosotros.
Únanse a mí para recibir este misterio de
la muerte de Jesús, tan real y completa. Ya conociendo el resto de la historia,
háblenle conmigo, de corazón a corazón, sobre la gratitud por haber
transformado el poder de la muerte.
Décimo Cuarta Estación:
Ninguna madre debería tener que enterrar a
un hijo. Un poco antes de que llegara este día, Jesús llegó ante la tumba de
Lázaro. Debe haber sabido que pronto le pondrían en una tumba como esa. Y
cuando dio gracias a Dios por haber escuchado su plegaria, debe haber sabido
que el Padre que le envió le daría vida eterna. En pocos días, esta tumba
estaría vacía y se convertiría en un signo eterno de la entrega de Jesús a las
fuerzas del pecado y la muerte, por nosotros.
Mientras visualizamos esta escena,
pongamos ante nuestros ojos la imagen de la tumba vacía. Cada vez que se
sientan tentados de visitar una tumba para llorar, recuerden esta tumba vacía y
recuerden que, a través de los ojos de la fe, todas las tumbas están vacías.
Hoy, únanse a mí en acción de gracias a Jesús. Únanse a mí haciendo la señal de
Su cruz, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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