Oh María, Auxilio de los Cristianos:
ayuda a la Iglesia misionera. Oh María, Madre de la divina gracia, Oh Maria,
Reina de las misiones:
-
para que aumente en los países paganos el número de conversiones a
nuestra Fe;
-
para que los catecúmenos que han de recibir el bautismo se preparen e
instruyan debidamente;
-
para que los nuevos cristianos venzan las dificultades y aprendan con
fervor la vida cristiana;
-
para que en todas partes surjan nuevos templos y sagrarios de Dios;
- para que los niños y los ancianos sean regenerados en las aguas
salvadoras del Bautismo;
-
para que se forme en ciencia y santidad el clero indígena en todas las
misiones católicas;
-
para que aumente el número de Misioneros que difundan la luz de la
Verdad;
-
para que crezca el número de los Seminarios de Misiones en que se formen
nuevos apóstoles;
-
para que aumenten las vocaciones a las Ordenes religiosas dedicadas a
las Misiones;
- para que se desarrollen rápidamente en las naciones católicas las obras
misionales;
Reina de las misiones, ruega por nosotros.
Ruega por nosotros, Reina de las
Misiones, para que seamos dignos de las
promesas de Jesucristo.
María, Reina de las Misiones.
Soberana del orbe entero. Virgen purísima escogida entre millares. Mírame con
ojos piadosos postrado a tus sagradas plantas para implorar de tu maternal
ternura tu auxilio eficaz en favor de estos infelices paganos confiados a
nosotros. Están sumidos en la impiedad e idolatría y gimen y lloran envueltos
en las garras del espíritu de las tinieblas. Mira como sus almas se precipitan
en lo profundo del abismo.
¡Madre mía! No conocen a Jesús, tu
Hijo divino. No saben que por salvarlos, derramó toda Su Sangre Redentora. No
saben que, por mejor esperarlos, sigue allí clavado, extendidos sus brazos
divinos, abierto el costado y sangrando el Corazón, mientras les dice:
"¡Venid a mí Corazón todos!".
¡Reina y Madre mía! Ellos no saben
de tus dolores. Si lo supieran, ¿Cómo podrían permanecer impasibles ante tanta
amargura? Intercede por ellos ante tu Divino Hijo, y alcanza con tu inmenso
poder que la luz del Evangelio se derrame por el mundo entero. Que no haya
religión, ni pueblo, ni hogar, ni siquiera un corazón que no adore a Cristo,
fruto bendito de tus purísimas entrañas, y que no le honre como a su Rey y
Señor.
Mírame, Madre amada, Reina de las
Misiones, postrado ante tus benditas plantas. Y no te olvides también de mí.
Miserable soy y pequeño, y no tengo otro refugio ni otra ayuda que la tuya.
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