Un instrumento de
Dios para acercarnos más a Él, si sabemos aceptarlo con amor. No hay nadie que,
tarde o temprano, no participe de él.
Hay quienes, ante
el sufrimiento de la vida, se rebelan contra Dios y le echan las culpas de
todas sus desgracias. Le dicen: ¿Por qué me has hecho esto? Prefiero morir a
vivir. Quiero suicidarme, así no vale la pena vivir. Algunos le exigen la
salud, como si fuera un derecho adquirido, y dicen: Si no tuviera hijos que
cuidar... Si estuviese solo, pero tengo una familia que alimentar y tengo
muchos problemas que resolver y muchos planes que realizar. Pareciera que le
dicen a Dios que ellos son seres indispensables en el mundo.
Algunos gritan,
diciendo: ¿Por qué? Yo soy bueno. ¿Por qué me castigas? Oh Dios, mátame si
quieres, pero que no dé pena a los demás, que no haga gastar dinero a mis
familiares, que no sea un cacharro inútil para los demás… Y Dios no responde, y
calla y perdona y aguanta con paciencia todos los insultos e incomprensiones.
Pero Dios no se
divierte ni se lo pasa en grande viéndote sufrir, como si tu dolor y tu
enfermedad fueran caprichos de su entretenimiento para los ratos libres. En cambio,
se siente muy contento, cuanto ve que tú te realizas a través del dolor y
maduras y llegas a ser mejor y más feliz. La peor desgracia que le puede pasar
a un hombre no es estar enfermo, sino ser un inútil que no sirve para
"nada" y que, al morir, se sienta vacío por dentro por haber
desperdiciado su vida. Pero si ama y ofrece su dolor, aunque esté en una silla
de ruedas, su vida estará plena de sentido y se realizará como persona y será
feliz.
Decía Nicolás
Wolterstorff: "Dios es amor y nos ama. Por eso, "sufre" al ver
nuestro mundo pecaminoso lleno de sufrimiento. Amar es sufrir. De ahí que
podemos decir que las lágrimas de Dios son el secreto de la historia
humana".
Hay una leyenda
china que cuenta el caso de una pareja de ancianos, que deseaban ardientemente
tener un hijo. Después de varios años de esterilidad, por fin tuvieron un hijo.
El día después de su nacimiento, los visitó un ángel de Dios y les dijo que
podían pedirle cualquier cosa, que Dios se la concedería. Después de mucho
pensarlo, le pidieron para su hijo que nunca tuviera sufrimientos ni
enfermedades en la vida. El ángel les dijo que Dios podía concedérselo, pero
que lo pensaran bien, porque, en su opinión, no era lo más conveniente para él.
Pero ellos insistieron tanto que, al fin, Dios se lo concedió.
Y dice la leyenda
que, felizmente, estos ancianos esposos no vivieron el tiempo suficiente para
ver crecer a su hijo, que llegó a ser el más grande tirano que existió en toda
la comarca.
¿Por qué? Porque
el sufrimiento nos lleva a Dios, que es amor. Nos hace más sensibles ante el
sufrimiento de los demás y nos ayuda a madurar personalmente. El hombre que no
ha sufrido, no tendrá la madurez suficiente para amar de verdad y será más duro
e insensible ante el dolor de los demás. Por eso, dice un dicho antiguo:
"quien no sabe de dolores, no sabe de amores".
El sufrimiento es
un tesoro de Dios, un instrumento de Dios para acercarnos más a Él, si sabemos
aceptarlo con amor. De otro modo, puede ser un medio de desesperación para el
que no tiene fe y sólo piensa en terminar con todo cuanto antes y suicidarse.
Dice Luis Gastón
de Segur que, de mil personas que hay en el infierno, probablemente novecientas
noventa estarían ahora en el cielo o, al menos, en el purgatorio, si hubiesen
sido ciegas, paralíticas, sordomudas o afligidas por alguna enfermedad. Y de
los mil que hay en el purgatorio, probablemente estarían novecientas noventa ya
en el cielo, si hubiesen tenido alguna enfermedad, que los hubiera hecho más
humildes y maduros en la fe y en el amor.
Alguien ha dicho
que los buenos enfermos son como las estaciones de gasolina, a donde acuden los
que quieren llenar su corazón vacío de amor. Hablar con buenos enfermos ayuda a
los sanos a ver la vida en otra perspectiva, porque todos, tarde o temprano,
pasaremos por la enfermedad. Los buenos enfermos son bienhechores de la
humanidad y ayudan como misioneros en la gran tarea de la salvación del mundo.
En 1928 Margarita
Godet quería ser apóstol misionera, pero estaba inmovilizada por la enfermedad
y se ofreció como enferma misionera por los seminaristas de las Misiones
extranjeras de París. Así comenzó la Unión de los enfermos misioneros, que se
compromete a ofrecer diariamente su dolor por las misiones.
También existe la
Fraternidad cristiana de enfermos, fundada por el sacerdote Henry François en
Verdún (Francia), en 1942, para enfermos, ancianos o minusválidos para fomentar
la unión y fraternidad entre ellos y enseñarles a aceptar su dolor y ofrecerlo
por la salvación del mundo.
Ofrecimiento del dolor
El sufrimiento es
parte integrante de la vida humana. No hay nadie que, tarde o temprano, no
participe de él. Por eso, debemos aprender a llevar nuestra cruz de cada día,
como nos dice Jesús, y saber ofrecerla para darle un valor sobrenatural. De ahí
que sea importante aprender a tener espíritu de sacrificio y no buscar siempre
el placer por el placer.
Nuestra Madre la
Virgen, en muchas de sus apariciones, nos habla de ofrecer sacrificios
voluntarios por la conversión de los pecadores. En Fátima le decía a Lucía:
"Orad y haced sacrificios por los pecadores, porque van muchas almas al
infierno, porque no hay quien se sacrifique ni ore por ellas" (13 de
agosto de 1917).
Este espíritu de
sacrificio por la conversión de los pecadores, lo aprendieron muy bien los tres
pastorcitos. A veces, daban su comida a las ovejas o a niños pobres o comían
bellotas amargas o no bebían agua en pleno calor y decían: "Oh Jesús, es
por tu amor y por la conversión de los pecadores".
Evidentemente, el
sufrimiento por sí mismo no vale nada, si es que no se ofrece con amor y por
amor. Pero, cuando se ofrece a Dios con amor, tiene un gran valor redentor en
unión con los méritos de Jesús.
Por eso, debemos
pensar en tantas personas que están alejadas de Dios y que están en peligro de
condenación eterna por sus propios pecados. Pero, si nosotros ofrecemos por
ellos nuestras oraciones y sacrificios, Dios les puede conceder gracias
extraordinarias, que pueden conseguirles su conversión y salvación.
Si san Agustín no
hubiera tenido una madre tan santa como santa Mónica, quizás nunca se hubiera
convertido ni hubiera llegado a ser el gran santo que todos conocemos. Si tú
fueras más generoso con Dios y ofrecieras todos tus sufrimientos y enfermedades
por la salvación de tu familia, quizás Dios podía haber salvado hace muchos
años algún antepasado tuyo o algún familiar actual que va por mal camino. La
oración traspasa las fronteras del tiempo o del espacio. Ora por todos tus
antepasados y familiares, presentes y futuros. Hay motivos más que suficientes
para ofrecer todo lo que sufres. Y ¡cuántos podrán salvarse por tu generosidad!
Pero ¡cuántos también podrán condenarse por su culpa, pero porque no han tenido
familiares generosos, que los han encomendado al Señor! ¡Ofrece tu dolor a Dios
y Él te bendecirá a ti y a tu familia!
No puedes imaginar
todo lo que vale el sufrimiento, ofrecido con amor. Sólo en el cielo lo
comprenderás. Allí encontrarás miles y miles de hijos espirituales, a quienes
has salvado con tu dolor amoroso o con tu amor doloroso.
Cuando tengas
mucho que sufrir, celebra tu propia misa y di como el sacerdote: "Esto es
mi Cuerpo, que será entregado por vosotros". Sí, este cuerpo tuyo ofrécelo
y entrégalo como ofrenda a Jesús para que, en unión con Él, puedas ofrecer tus
sufrimientos al Padre por la salvación del mundo. Así tu vida será una misa
permanente, en unión con Jesús.
Nos los dice
Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los focolares:
"Si sufres
mucho y tu sufrir te impide cualquier otra actividad, acuérdate de la misa. En
la misa, Jesús, ahora como entonces, no trabaja ni predica, Jesús se sacrifica
por amor. En la vida se pueden hacer muchas cosas, decir muchas palabras, pero
la voz del dolor, aunque sea sorda y desconocida a los otros, es la palabra más
fuerte, aquélla que penetra el cielo. Si sufres, mete tu corazón en el Corazón
de Jesús. Di tu misa. Ofrécete con Jesús por la salvación del mundo. Y, si el
mundo no te comprende, no te turbes, basta que lo comprendan Jesús y María, los
ángeles y los santos. Vive con ellos y deja correr tu sangre en beneficio de la
humanidad. La misa es un misterio demasiado grande para poder comprenderla. Su
misa y tu misa, Jesús y tú, su amor y tu amor, podéis salvar al mundo".
Por eso, decía
Susana Fouché: "Yo he tomado mis dolores en mis manos como un instrumento
de trabajo para la salvación del mundo". ¿Estás tú también dispuesto a
ofrecer tu vida por la salvación de tus hermanos? Jesús está esperando tu
respuesta y cuenta contigo. No lo defraudes. Jesús podría decirte:
"Yo soy tu
Dios y pienso en ti. Dispongo todas las cosas para tu bien, aunque no lo
comprendas. Acepta con serenidad y paz todo lo que disponga para ti y ofréceme
con amor tus sufrimientos. Sólo así podremos estar unidos y tener un solo
corazón. Si experimentas cansancio, échate en mis brazos. Si estás triste, ven
a Mí y duérmete tranquilo entre mis brazos.
Hijo mío, ayer por
la mañana te vi triste y pensé que querías hablar conmigo. Al llegar la tarde,
te di una hermosa puesta de sol y esperé, pero nada… Te vi dormir en la noche y
te envié rayos de luna para besar tu frente y esperé hasta la mañana; pero tú,
con tu prisa, tampoco me hablaste. Entonces, tus lagrimas se mezclaron con las
mías que caían con la lluvia del día. Hoy sigues triste y quisiera consolarte
con mis rayos de sol, con mi cielo azul, con mis hermosas flores. Quisiera
gritarte que te amo, que no tengas miedo de acercarte a Mí para pedirme ayuda,
que me dejes entrar en tu corazón y que me entregues todo el peso de tus
problemas y todo lo que te hace sufrir.
¿No escuchas mi
voz en el fondo de tu alma? Ya sé que estás muy ocupado, puedo seguir
esperándote, porque te amo. Pero no olvides que te espero, porque quiero verte
contento y feliz".
Sobre el tema del
sufrimiento, siempre queremos saber más, meditar más...por eso te recomendamos
leer completo el libro "
Más allá del
Sufrimiento del P. Ángel Peña O. A. R.
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