Señor Jesús,
la enfermedad ha llamado a la puerta de mi vida: una experiencia dura, una
realidad difícil de aceptar. No obstante, te doy gracias por esta enfermedad:
me ha hecho tocar con la mano la fragilidad y la precariedad de la humana
existencia. Ahora miro todo con otros ojos: lo que soy y lo que tengo, no me
pertenece, es un don tuyo. He descubierto qué quiere decir depender, tener
necesidad de todo y de todos, no poder hacer nada solo.
He vivido la
soledad y la angustia, también el afecto y la amistad de tantas personas.
¡Señor!,
aunque me es difícil, repito: “Hágase Tu Voluntad”.
Te ofrezco
mis sufrimientos y los uno a los de Cristo Crucificado.
Bendice las
personas que me asisten y las que sufren por mí.
Amén.
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Ayúdame,
Señor, a obtener el fruto espiritual que Tú pretendes con esta enfermedad que
me has enviado. Haz que comprenda que las enfermedades del cuerpo me ayudan a
conseguir un conocimiento más perfecto del mismo, a desprenderme de todo lo
creado y me invitan mediante la espontánea reflexión que trae consigo, sobre la
brevedad de la vida, a trabajar con más empeño y seriedad en preparar mi alma
para la vida futura donde no existe ni enfermedad ni pena, sino el eterno gozo
de tu compañía.
Amén.
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