Cuando Dios creó el mundo, un día
antes de darlo por terminado, Dios encomendó a sus ángeles la tarea de recorrer
de nuevo el mundo y ver si faltaba algo por hacer. Un ángel llamado Juan, le
contestó: “Señor, mil veces nos has enviado a ver si faltaba algo, ya te hemos
dicho que todo quedó muy bien.” Y Dios se fue a dormir.
A la mañana siguiente, Dios
madrugó más de lo normal, y aún en pijama se asomó a la ventana y vio que el
hombre estaba talando bosques, matando focas, robando a sus empleados, e
inventando armas para pelear por el petróleo, antes aún de descubrirlo. Dios
mandó a sus ángeles bajar a la tierra a indagar que había hecho mal y
corregirlo.
Muchos días después, los ángeles
subieron a Su presencia:
“Señor, te tenemos que dar una
mal noticia. Toda tu obra ha quedado perfecta salvo una cosa: el corazón del
hombre se rasga con cada palabra que pronuncian otros hombres, y en cada grieta
se cuelan unos sentimientos extraños que Tú no creaste y que el hombre mismo
les ha puesto nombre: odio, celos, rencores, ambición...”
“Nosotros hemos cerrado sus
heridas con Tus palabras y con Tus sentimientos, pero no basta con cerrarlas
una vez; se vuelven a abrir continuamente, el corazón del hombre te ha quedado
algo olvidadizo y frágil. Habría que estar todo el día a su lado.”
Un ángel propuso: “Sólo cabe una
solución, has de destruirlo y volverlo a crear de nuevo, mejorando su corazón;
el de los elefantes te quedó muy bien, podrías copiárselo.”
Dios contestó: “No sería mala
idea si no les hubiese cogido ya tanto cariño, y hasta tengo escogido de entre
ellos algunos para grandes misiones. Creo que es mejor solución la que dijiste
antes: que haya ángeles en medio de ellos, constantemente cerca, para cerrar
sus heridas y sanarles el corazón y para hablarles de Mí y de nuestro proyecto
común, a todas horas, en toda ocasión, a tiempo y a destiempo. Id todos,
¡Quedáis sin trabajo en el cielo!
Cada catequista es un ángel en la
tierra. Dios mismo trabaja con ustedes. Gracias
por su labor.
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