A veces creemos que
la felicidad está en el tener. Todo lo que poseemos termina, porque nada
material puede llenar nuestro corazón.
A veces creemos que
la felicidad está en el tener. Queremos tener más cosas, más aventuras, más
tiempo libre, más trabajo, más fiestas, más seguridades...
Pero nada nos llena
plenamente. El coche comprado con tanto esfuerzo después de un año nos causa un
sinfín de problemas. La casa nueva ya empieza a mostrar signos de cansancio. La
fiesta iniciada entre bailes y cervezas termina con un fuerte dolor de cabeza.
Todo lo que poseemos
termina, porque nada material puede llenar nuestro corazón. Incluso la salud o
el trabajo: nada es eterno en este planeta de aventuras y de cambios.
Hay, sin embargo,
otros momentos en los que dejamos, damos y nos damos. Son momentos en los que
no perdemos: ganamos. Porque hemos sido buenos, porque hemos dejado a nuestro
corazón vibrar de amor, porque hemos vencido egoísmos para consolar al triste,
al pobre, al enfermo, al desesperado.
El camino hacia la
plenitud, hacia la felicidad perfecta, inicia cuando dejamos de lado el deseo
de poseer para dedicarnos a dar. Lo explicaba con palabras llenas de afecto el
Papa Benedicto XVI en un discurso pronunciado el 2 de noviembre de 2005:
“En este día en que
conmemoramos a los difuntos, como decía al inicio de nuestro encuentro, estamos
llamados todos a confrontarnos con el enigma de la muerte y, por tanto, con la
cuestión de cómo vivir bien, de cómo encontrar la felicidad. Ante esto, el
Salmo responde: dichoso el hombre que da; dicho el hombre que no utiliza su
vida para sí mismo, sino que la entrega; dichoso el hombre que es
misericordioso, bueno y justo; dichoso el hombre que vive en el amor de Dios y
del prójimo. De este modo, vivimos bien y no tenemos que tener miedo de la
muerte, pues vivimos en la felicidad que viene de Dios y que no tiene fin”.
“Dichoso el hombre
que da”. Vivir para dar es el mejor, el único camino que nos lleva a la
felicidad. Porque nos hace vivir como Dios que es amor, que se da a Sí mismo,
que es feliz cuando puede caminar, como Jesús amigo, como Espíritu Santo
Consolador, al lado de cada uno de sus hijos...
Por: P. Fernando Pascual/ Catholic.net
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