miércoles, 11 de enero de 2017

Sirácides 51


            Quiero glorificarte, mi Señor y mi Rey, te bendeciré, oh Dios, mi Salvador,
            y daré gracias a tu nombre.
            Porque te has hecho mi protector, mi apoyo,
            y no has permitido que se pierda mi cuerpo,
            que fuera presa de las calumnias,
            de las argucias de los mentirosos.

            ¡Cuando estaba frente a mis acusadores,
            tú me acompañaste y me libraste!
            ¡Grande es tu misericordia, grande es tu Nombre!
            me arrancaste de las fauces listas para devorarme,
            de las manos de los que querían quitarme la vida,
            me salvaste de múltiples pruebas,
            de las llamas sofocantes que me rodeaban:
            y no me quemé en medio del fuego!

            Me rescataste de la Morada de abajo
            y también de la lengua impura y mentirosa,
            cuando con sus calumnias me acusaban ante el Rey.
            Estaba yo al borde de la tumba,
            y mi vida oscilaba hacia la muerte.
            ¡Me rodeaban, pero nadie me ayudaba!
            ¡Buscaba un socorro humano, pero en vano!

            Me acordé, Señor, de tu misericordia,
            de tus intervenciones en el pasado,
            pues tú libras a los que en ti se apoyan
            y los salvas de manos del adversario.
            Y elevé de la tierra mi súplica,
            llamé a Dios de las puertas de la muerte.

            Invoqué al Señor, Padre de mi Señor:
            “No me abandones en estos días de angustia,
            cuando festejan el verme sin socorro.”
            Continuamente alabaré tu Nombre
            y te agradeceré por medio de himnos.

            Mi oración fue escuchada:
            me salvaste de la ruina
            y me libraste de esta hora fatal.
            Por eso, quiero darte gracias y cantarte,
            bendeciré el Nombre del Señor.


            TESTIMONIO DEL QUE ENCONTRÓ LA SABIDURÍA

Desde que era joven, antes de todos mis viajes, resueltamente he pedido en mi oración la sabiduría. Me quedaba frente al Santuario para pedirla, y hasta el final la buscaré.
En ella hallé mi alegría: venía como flor de un racimo que madura. Avancé en mi camino sin desviarme, y seguí sus huellas desde mi juventud.

Apenas empecé a ponerle atención, se me concedió, y encontré en ella toda una doctrina. ¡Cuánto no progresé gracias a ella! Quiero rendirle gloria al que me la dio.

Me había decidido a ponerla en práctica, busqué ardientemente el bien y no me he arrepentido de ello. Me hizo soportar duros combates, pues me esforcé por cumplir toda la Ley. Levantaba mis manos hacia el cielo, deplorando mis insuficiencias al respecto.

Me volví a ella con toda mi alma, y la encontré a fuerza de purificación. Por lo demás, fue debido a ella que, desde el comienzo, fui amo de mi corazón: ahora no me abandonará jamás.
El deseo de adquirirla me dominaba totalmente, y al final conseguí la parte mejor. El Señor me recompensó con el don de la palabra: así seré capaz de alabarle.

¡Acérquense, ustedes que no saben, vengan a pasar un tiempo en la escuela de la sabiduría! ¿Por qué dicen que la sabiduría no es para ustedes, siendo que están sedientos de ella? Les declaro con toda convicción: ¡Adquiéranla, y sin pagar nada! ¡Doblen su cuello para que reciban su yugo, y obtendrán la instrucción! Salgan a su encuentro, que ya está cerca.

Abran los ojos y vean que he penado poco para llegar a un tal descanso. Para pagar su instrucción no sería suficiente un montón de plata; con ella, en cambio, tendrán oro en abundancia.

Alégrense pues de la misericordia del Señor, no tengan vergüenza de alabarlo. Terminen el trabajo de ustedes antes que suene la hora, y cuando sea el tiempo, el Señor los recompensará.

Biblia Latinoamericana

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