jueves, 24 de marzo de 2016

La Pasión de Jesús según revelaciones a Sor Josefa Menéndez





LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Recibió mensajes dictados por Nuestro Señor Jesucristo en el convento de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús en Les Feuillants, en Poitiers, Francia, entre 1920 y 1923.

En la Cuaresma de 1923, Nuestro Señor reveló a Sor Josefa Menéndez los sentimientos de Su Corazón durante su Sagrada Pasión. Sor Josefa recibía de rodillas las confidencias de su Maestro y mientras El hablaba, las escribía. Estas páginas contienen, en parte, esas divinas confidencias.





22 de febrero de 1923


Lavatorio de los pies


Voy a empezar por descubrirte los sentimientos que embargaban mi Corazón cuando lavé los pies a mis apóstoles. Fíjate bien que reuní a los doce. No quise excluir a ninguno. Allí se encontraban Juan, el discípulo Amado, y Judas, el que dentro de poco había de entregarme a mis enemigos. Te diré por qué quise reunirlos a todos, y por qué empecé por lavarles los pies.


Los reuní a todos, porque era el momento en que mi Iglesia iba a presentarse en el mundo, y pronto no habría más que un solo Pastor para todas las ovejas. Quería también enseñar a las almas, que aún cuando estén cargadas de los pecados más   atroces, no las excluyo de las gracias, ni las separo de mis almas más amadas; es decir, que a unas y a otras las reúno en mi Corazón y les doy las gracias que necesitan.

¡Qué congoja sentí en aquel momento, sabiendo que en el infortunado Judas estaban representadas tantas almas que reunidas a mis pies y lavadas muchas veces con mi Sangre habían de perderse!... Sí, en aquel momento quise enseñar a los pecadores, que no porque estén en pecado deben alejarse de Mí, pensando que ya no tienen remedio y que nunca serán amados como antes de pecar. No, ¡pobres almas! ¡No son estos los sentimientos de un Dios, que ha derramado toda su Sangre por vosotras!...

¡Venid a Mí todos! y no temáis porque os amo; os lavaré con mi Sangre y quedaréis tan blancos como la nieve. Anegaré vuestros pecados en el agua de mi misericordia y nada será capaz de arrancar de mi Corazón el amor que os tengo...



Josefa, déjate penetrar del más ardiente deseo de que todas las almas y sobre todo los pecadores vengan a purificarse en el agua de la penitencia..., que se penetren de sentimientos de confianza y no de temor, porque Soy Dios de misericordia y siempre estoy dispuesto a recibirlas en mi Corazón.



25 de febrero


El Cenáculo


Vamos a proseguir nuestros secretos de amor. Hoy te diré una de las razones que me indujeron a lavar los pies a mis apóstoles antes de la cena.


Fue, primeramente, para mostrar a las almas cuánto deseo que estén limpias y blancas cuando me reciben en el Sacramento de mi Amor. Fue también para representar el Sacramento de la Penitencia, en el que las almas que han tenido la desdicha de caer en el pecado, pueden lavarse y recobrar su perdida blancura. Quise lavarles Yo mismo los pies, para enseñar a las almas que se dedican a los trabajos apostólicos, a humillarse y tratar con dulzura   a   los   pecadores   y   a   todas   las   almas   que   les   están confiadas.

Quiero ceñirme con un lienzo para indicarles que para obtener buen éxito con las almas, hay que ceñirse con la mortificación y la propia abnegación. También quise enseñarles la mutua caridad y cómo se deben lavar las faltas que se observan en el prójimo, disimulándolas   y   excusándolas   siempre, sin   divulgar jamás los defectos ajenos.


En fin, el agua que derramé sobre los pies de mis apóstoles, era imagen del celo que consumía mi Corazón, en deseos de la salvación de los hombres.


En aquel momento, próxima ya la Redención del género humano, mi Corazón no podía contener sus ardores, y como era infinito el Amor que sentía por los hombres, no quise dejarlos huérfanos. Para vivir con ellos hasta la consumación de los siglos y demostrarles mi Amor, quise ser su aliento, su sostén, su vida, su todo...


¡Ah! ¡Cómo quisiera hacer conocer los sentimientos de mi Corazón a todas las almas! ¡Cuánto deseo que se penetren del amor que sentía por ellas, cuando en el Cenáculo instituí la Eucaristía!

En aquel momento vi a todas las almas, que en el transcurso de los siglos habían de alimentarse de mi Cuerpo y de mi Sangre y los efectos divinos producidos en muchísimas...


¡En cuántas almas esa Sangre Inmaculada engendraría la pureza y la virginidad! ¡En cuántas encendería la llama del amor y del celo! ¡Cuántos mártires de amor se agrupaban en aquella hora ante mis ojos y en mi Corazón! ¡Cuántas otras almas, después de haber cometido muchos y graves pecados, debilitadas por la fuerza de la pasión vendrían a Mí para renovar su vigor con el Pan de los fuertes!


¡Ahí ¡Quién podrá penetrar los sentimientos de mi Corazón en aquellos momentos! Sentimientos de Amor, de gozo, de ternura... Mas..., ¡Cuánta fue también la amargura que embargó mi Corazón!

Continuaré, Josefa. Vete en paz. Consuélame y no temas; porque mi Sangre no se ha agotado, y ella purifica tu alma...


La Eucaristía, maravilla del Amor desconocido:


«Escribe lo que sufrió mi Corazón en aquella hora, cuando no pudiendo   contener el fuego que me   consume, inventé   esta maravilla de amor: la Eucaristía. Al contemplar entonces a todas las almas que habían de alimentarse de este Pan Divino, vi también las ingratitudes y frialdades de muchas de ellas en particular de tantas almas escogidas..., de tantas almas consagradas..., de tantos sacerdotes... 

¡Cuánto sufrió mi Corazón! Ví cómo se irían enfriando, entrando la rutina, el cansancio, el disgusto, caerían poco a poco en la tibieza! ¡Y estoy en el Sagrario por ellas! ¡Y espero! Deseo que esa alma venga a recibirme, que me hable con confianza de esposa, que me cuente sus penas..., que me pida consejo y solicite mis gracias...


Ven, le digo..., dímelo todo con entera confianza... Pregúntame por los pecadores.... Ofrécete para reparar... Prométeme que hoy no me dejarás solo... Mira si mi Corazón desea algo de ti que le pueda consolar... Esto esperaba Yo de aquella alma, ¡y de tantas! Mas cuando se acerca a recibirme apenas me dice una palabra, porque está distraída, cansada o contrariada. Su salud la tiene intranquila, sus ocupaciones la desazonan y la familia le preocupa... «No sé qué decir..., estoy fría..., me aburro y pasa el rato deseando salir de la capilla. ¡No se me ocurre nada! »  ¿Y así vas a recibirme, alma a quien escogí y a quien he esperado con impaciencia toda la noche?... Sí, la esperaba para descansar en ella, le tenía preparado alivio para todas sus inquietudes; la aguardaba con nuevas gracias, pero..., como no me las pide..., no me pide consejo ni fuerza..., tan sólo se queja y apenas se dirige a Mí. Parece que ha venido por cumplimiento..., porque es costumbre y porque no tiene pecado mortal que se lo impida. Pero no por amor, no por verdadero deseo de unirse íntimamente a Mí. ¡Qué lejos está esa alma de aquellas delicadezas de amor que Yo esperaba de ella!...


¿Y aquel sacerdote?... ¿Cómo diré todo lo que espera mi Corazón de mis sacerdotes?... Los he revestido de mi poder para absolver los pecados. Obedezco a una palabra de sus labios y bajo del Cielo a le tierra; y estoy a su disposición y me dejo llevar de sus manos; ya para colocarme en el Sagrario, ya para darme a las almas en la Comunión...


He confiado a cada uno de ellos cierto número de almas para que con su predicación, sus consejos y, sobre todo, su ejemplo, las guíen y las encaminen por el camino de la virtud y del bien.


¿Cómo responden a este llamamiento?... ¿Cómo cumplen esta misión de amor?...  Hoy, al celebrar el santo sacrificio, al recibirme en su corazón, ¿me confiará aquel sacerdote las almas que tiene a su cargo?... ¿Reparará las ofensas que sabe que recibo de tal pecador?... ¿Me pedirá fuerza para desempeñar su ministerio, celo   para   trabajar   en   la   salvación   de   las   almas?...


¿Recibiré el amor que de él espero?... ¿Podré descansar en él como en un discípulo amado?... ¡Ahí   ¡Qué   dolor   tan   agudo   siente   mi   Corazón!... ¡Los mundanos hieren mis manos y mis pies, manchan mi rostro, pero las   almas   escogidas, mis   esposas, mis   ministros, desgarran y destrozan mi Corazón. Este fue el más terrible dolor que sentí en la Cena cuando vi entre los doce al primer Apóstol infiel, representando a tantos otros que en el transcurso de los siglos habían de seguir su ejemplo.


La Eucaristía es invención del Amor, es vida y fuerza de las almas, remedio para todas las enfermedades, viático pera el paso del tiempo a la eternidad. Los pecadores encuentran en ella la vida del alma; las almas tibias, el   verdadero   calor; las   almas   puras, suave y dulcísimo néctar; las fervorosas, su descanso y el remedio para calmar todas sus ansias; las perfectas almas, para elevarse a mayor perfección.

En fin, las almas religiosas hallan en ella su nido, su amor, y, por último, la imagen de los benditos y sagrados votos que las unen íntima e inseparablemente al Esposo Divino.




12 de marzo


Getsemaní


Josefa, ven Conmigo, vamos a Getsemaní... Deja que tu alma se penetre de los mismos sentimientos de tristeza y amargura que inundaron la mía en aquella hora. Después   de haber   predicado   a   las turbas, curado   los enfermos, dado vista a los ciegos, resucitado a los   muertos... después de haber vivido tres años en medio de mis Apóstoles para instruirlos y confiarles mi doctrina... les había enseñado, con mi ejemplo, a amarse, a soportarse mutuamente, a practicar la Caridad lavándoles los pies y haciéndome su alimento.


Se acercaba la hora para la que el Hijo de Dios se había hecho hombre... Redentor del género humano, iba a derramar su Sangre y dar su vida por el mundo... En esa hora quise ponerme en oración y entregarme a la Voluntad de mi Padre.


¡Almas queridas! Aprended de vuestro modelo que la única cosa necesaria, aunque la naturaleza se rebele, es someterse con humildad y entregarse a la voluntad de Dios. También   quise   enseñar   a   las   almas   que   toda   acción importante debe ir prevenida y vivificada por la oración, porque en la oración se fortifica el alma para lo más difícil y Dios se comunica a ella, y la aconseja e inspira, aun cuando el alma no lo sienta.

Me retiré al huerto con tres de mis discípulos para enseñaros, almas amadas de mi Corazón, que las tres potencias de vuestra alma deben acompañaros y ayudaros en la oración. Recordad con la memoria los beneficios divinos, las perfecciones de Dios; su bondad, su poder, su misericordia, el amor que os tiene. Buscad después con el entendimiento cómo podréis corresponder a las maravillas que ha hecho por vosotras... 

Dejad que se mueva vuestra voluntad, a hacer por Dios lo más y lo mejor, a consagraros a la salvación de las almas, ya por medio de vuestros trabajos apostólicos, ya por vuestra vida humilde y oculta, o en el retiro o silencio por medio de la oración. Postraros humildemente, como criaturas en presencia de su creador, y adorad sus designios sobre vosotras, sean cuales fueren, sometiendo vuestra voluntad a la divina.

Así me ofrecí Yo para realizar la obra de la Redención del mundo. ¡Ahí ¡Qué momento aquel en que sentí venir sobre Mí todos los tormentos que había de sufrir en mi Pasión: las calumnias, los insultos, los azotes, la corona de espinas, la sed, la Cruz!... Todo se agolpó ante mis ojos y dentro de mi Corazón. Al mismo tiempo ví las ofensas; los pecados y las abominaciones que se cometerían en el transcurso de los siglos, y no solamente los vi, sino que me sentí revestido de todos esos horrores y así me presenté a mi Padre Celestial para implorar misericordia. Me ofrecía como fiador para calmar su cólera y aplacar su ira.

Pero viendo tanto pecado y tantos crímenes, mi naturaleza humana experimentó terrible angustia y mortal agonía, hasta tal punto, que sudé Sangre.


¡Oh! Almas que me hacéis sufrir de esta manera, ¿Será esta Sangre salud y vida para   vosotras?...  ¿Será posible que esta angustia, esta agonía y esta Sangre sean inútiles para tantas y tantas almas?...

Volviendo en seguida a la oración me prosterné de nuevo, adoré al Padre y le pedí ayuda, diciéndole: «Padre Mio. » Pedidle alivio, exponedle vuestros sufrimientos, vuestros temores y con gemidos recordadle que sois sus hijos; que vuestro corazón se ve tan oprimido, que parece a punto de perder la vida... Que vuestro cuerpo sufre tanto que ya no tiene fuerza para más... Pedid con confianza de hijas y esperad, que vuestro Padre os aliviará y os dará la fuerza necesaria para pasar esta tribulación vuestra o de las almas que os están confiadas.


¡Mi alma triste y desamparada padecía angustias de muerte!


Me sentí agobiado con el peso de las más negras ingratitudes. La Sangre que brotaba de todos los poros de mi Cuerpo, y que dentro de poco saldría de todas mis heridas, sería inútil para gran número de almas. ¡Muchas se perderían... Muchísimas me ofenderían y otras no me conocerían siquiera...! Derramaría mi Sangre por todas y mis méritos serían aplicados a cada una de ellas... ¡Sangre Divina!... ¡Méritos infinitos... Y, sin embargo, ¡inútiles para tantas y tantas almas...!


¡Acepté el cáliz para apurarlo hasta las heces...! Todo para enseñaros, almas queridas, a no volver atrás a la vista de los sufrimientos y a no creerlos inútiles aun cuando no veáis el resultado. Someted vuestro juicio y dejad que la Voluntad Divina se cumpla en vosotras. Yo no retrocedí, antes al contrario, sabiendo que era en el huerto donde habían de prenderme, permanecí allí... No quise huir de mis enemigos...


Lo dejaremos para mañana... Hoy quédate a mi disposición para que te encuentre despierta si te necesito.




14 de marzo 


Traición de Judas


Después que fui confortado por el enviado de mi Padre, ví que Judas, uno de mis doce Apóstoles, se acercaba a Mí, y tras él venían todos los que me habían de prender...; llevaban en las manos cuerdas, palos, y toda clase de instrumentos para sujetarme. Me levanté y acercándome a ellos les dije: ¿A quién buscáis? Entretanto, Judas, poniendo las manos sobre mis hombros me besó. ¡Ahí, ¿qué haces Judas?... 


¿Qué significa este beso? También puedo decir a muchas almas: ¿Qué hacéis?... ¿Por qué me entregáis con un beso?... ¡Alma a quien amo! Dime tú que vienes a Mí, que me recibes en tu pecho..., que me dirás más de una vez que me amas..., ¿No me entregarás a mis enemigos cuando salgas de aquí?... Ya sabes que en esa reunión que frecuentas hay piedras que me hieren fuertemente, es decir, conversaciones que me ofenden... tú que me has recibido hoy y que me vas a recibir mañana, pierdes ahí la blancura preciosa de mi gracia!...


¿Seguirás con ese asunto que te ensucie las manos? ¿No sabes que no es lícito el modo como   adquieres ese dinero, alcanzas esa posición, te procuras ese bienestar?... Mira que obras como Judas...; ahora me recibes y me besas; dentro   de   unos   instantes   o   de   unas   horas   me   prenderán   los enemigos y tú mismo les darás la señal para que me conozcan...


Con esa amistad peligrosa, no sólo me atas y me apedreas, sino que eres causa de que tal persona me   ate y apedree también... ¿Por qué me entregas así, alma que me conoces y que en más de una ocasión te has gloriado de ser piadosa y de ejercer la caridad?... Cosas todas que en verdad podían hacerte adquirir grandes méritos, más, ¿Qué vienen a ser para tí, sino un velo que cubre tu delito?...


¡Alma querida! ¿Por qué te dejas llevar de esa pasión? No te pido que te libres de ella, pues eso no está en tu mano; pero sí pido que trabajes, que luches, que no te dejes dominar. Mira que el placer momentáneo que te proporciona es como los treinta denarios en que me vendió Judas, los cuales no le sirvieron sino para su perdición.


¡Cuántas almas me han vendido y me venderá! por el vil precio de un deleite, de un placer momentáneo y pasajero! ¡Ah, pobres almas! ¿A quién buscáis?... ¿Es a Mí? ¿Es a Jesús a quien conocéis, a quien habéis amado y con quien habéis hecho alianza eterna? Dejad que os diga una palabra: Velad y orad. Luchad sin descanso y no dejéis que vuestras malas inclinaciones y defectos lleguen a ser habituales... 


Mirad que hay que segar la hierba todos los años y quizá en las cuatro estaciones, que la tierra hay que labrarla, y limpiarla, hay que mejorarla y cuidar de arrancar las malezas que en ella brotan. El alma también hay que cuidarla con mucho esmero, y las tendencias torcidas hay que enderezarlas. No creáis que el alma que me vende y se entrega a los mayores desórdenes empezó por una   falta   grave. Esto   puede suceder, pero no es lo corriente. En general, las grandes caídas empezaron por poca cosa; un gustillo, una debilidad, un consentimiento quizá lícito, pero poco mortificado; un placer no prohibido, pero poco conveniente... El alma se va cegando, disminuye la gracia, se robustece la pasión y, por último, vence. ¡Ah, cuán triste es para el corazón de un Dios que ama infinitamente a las almas ver tantas que se precipitan insensiblemente en el abismo!...





15 de marzo 


Traiciones de las almas escogidas 

Josefa, te he dicho cómo las almas que pecan gravemente me entregan a mis enemigos y el arma con que me hieren es el pecado...


Pero no siempre se trata de grandes pecados...; hay almas, y aun almas escogidas, que me traicionan y me entregan con sus defectos habituales, con sus malas inclinaciones, no combatidas, con concesiones   a la naturaleza   inmortificada, con faltas de caridad, de obediencia, de silencio... Y si es triste recibir una ofensa o una ingratitud de cualquier alma, mucho más cuando viene de almas escogidas y las máamadas de mi Corazón.


Otras, sin embargo, pueden reparar y consolarme. Sí, almas que he escogido para que seáis mi descanso y el jardín de mis delicias; espero de vosotras mucha mayor ternura, mucha mayor delicadeza, mucho más amor... De vosotras espero que seáis el bálsamo que cicatrice mis heridas, que limpie   mi rostro, afeado   y   manchado..., que   me ayudéis a dar luz a tantas almas ciegas que en la oscuridad de la noche me prenden y me atan para darme muerte.


No me dejéis solo... Despertad y venid..., porque ya llegan mis enemigos... Cuando se acercaron a Mí los soldados para prenderme, les dije: «Yo Soy». Lo mismo repito al alma que se acerca al peligro y ltentación: «Yo Soy, Yo Soy. » Si tú quieres estás a tiempo todavía, te perdonaré, y en vez de atarme tú con las cuerdas del pecado, Yo te ataré a ti con ligaduras de amor.


¡Ven! Yo soy... Soy el que te ama y ha derramado toda su Sangre por ti, y el que tiene tal compasión de tu debilidad, que está esperándote con ansia para estrecharte en sus brazos.


¡Qué triste es para Mí cuando, después de haber llamado con tanto amor a las almas, ellas, ingratas y ciegas, me atan y me llevan a la muerte!...


Mas... había llegado mi hora, y dando libertad a los soldados, me entregué con la docilidad de un cordero... En seguida me condujeron a casa de Caifás, donde me recibieron con burlas e insultos y donde uno de los criados me dio la primera bofetada.


¡Ah Josefa¡... ¡Entiende esto!... ¡La primera bofetada!... ¿Me hizo sufrir más que los azotes de la flagelación?... No; pero en esta primera bofetada vi el primer pecado mortal de tantas almas quedespués de vivir en gracia, cometerían ese primer pecado... Y tras él..., ¡cuántos otros! siendo causa con su ejemplo de que otras almas   los   cometieran también y   teniendo tal vez la misma desgracia: ¡morir en pecado¡...

Mañana seguiremos... Pasa hoy el día reparando y pidiendo que muchas almas conozcan a dónde las conduce el camino que llevan...




16 de marzo 


Negación de San Pedro


Escribe para las almas:

¡Mis Apóstoles me habían abandonado!... Pedro, movido decuriosidad, pero lleno de temor, se quedó oculto entre la servidumbre. A mi alrededor sólo había acusadores que buscaban cómo acumular contra Mí delitos que pudieran encender más la cólera de jueces tan inicuos. Me llaman perturbador, profanador del sábado, falso profeta. La soldadesca, excitada por las calumnias, profiere contra Mí gritos y amenazas.

¿Dónde estáis vosotros, apóstoles y discípulos que habéis sido testigos de mi vida, de mi doctrina, de mis milagros?... ¡Ah! De todos aquellos de quienes esperaba alguna prueba de amor, no queda ninguno para defenderme; me encuentro solo y rodeado de soldados, que, como lobos, quieren devorarme. 

Mirad cómo me maltratan: uno descarga sobre mi rostro una bofetada, otro me arroja su inmunda saliva; otro me tuerce el rostro en son de burla. Mientras mi Corazón se ofrece a sufrir todos estos suplicios, Pedro, a quien había constituido Jefe y Cabeza de la Iglesia y que algunas horas antes había prometido seguirme hasta la muerte.,., a una simple pregunta, que podía haberle servido para dar testimonio de Mí, ¡me niega! Y como el temor se apodera más y más de él y la pregunta se reitera, jura que jamás me ha conocido ni ha sido mi discípulo... ¡Ah! ¡Pedro! ¡Juras que no conoces a tu Maestro!... No solo juras, sino que, interrogado por tercera vez, respondes con horribles imprecaciones.


¡Almas escogidas!... Cuando el mundo clama contra Mí, ¡qué tristeza, qué inmensa amargura para mi Corazón si, volviéndose entonces a los amigos, se encuentra sólo y abandonado de ellos! Os diré como a Pedro: ¡Alma a quien tanto amo¡... ¿No te acuerdas ya de las pruebas de amor que te he dado? ¿Te olvidas de los lazos que te unen a Mí?... ¿Olvidas cuántas veces me has prometido ser fiel y defenderme? No confíes en ti misma porque entonces estás perdida. Pero si recurres a Mí con la humildad y firme confianza, no tengas miedo: Yo te sostendré.


Y vosotras, almas que vivís en el mundo rodeadas de tantos peligros..., huid de las ocasiones... En   cuanto a las que trabajáis en mi viña..., si os sentís movidas por curiosidad o por alguna satisfacción humana, también os diré que huyáis; pero si trabajáis puramente por obediencia o impulsadas por el celo de las almas y de mi gloria, no temáis... Yo os defenderé y saldréis victoriosas...


Cuando los soldados me conducían a la prisión, al pasar por uno de los patios vi a Pedro, que estaba entre la turba... Le miré... El también me miró... Y lloró amargamente su pecado.


¡Cuántas veces miro así al alma que ha pecado!... Pero, ¿Me mira ella también? ¡Ah!... Que no siempre se encuentran estas dos miradas... ¡Cuántas veces miro al alma y ella no me mire a Mí!... No me ve...   Está ciega... La llamo por su nombre y no me responde... Le envío una tribulación para que salga de su sueño, pero no quiere despertar...


¡Almas queridas! Si no miráis al cielo viviréis como los seres privados de la razón... Levantad la cabeza y ved la patria que os espera. Buscad a vuestro Dios y siempre le encontraréis con los ojos fijos en vosotras, y en su mirada hallaréis la paz y le vide.


La Prisión


Contémplame en la prisión, donde pasé gran parte de la noche. Los soldados venían a insultarme de palabra y de obra, empujándome, golpeándome. Al fin, hartos de Mí, me dejaron solo, atado, en una habitación oscura   y húmeda, sin más asiento que una piedra, donde mi cuerpo dolorido se quedó al poco rato aterido de frío...


Vamos ahora a comparar la prisión con el Sagrario, y sobre todo, con los corazones de los que me reciben. En la prisión, pasé una noche no entera...; pero en el Sagrario, ¡Cuántas noches y días paso! En   la prisión me ultrajaron los soldados, que   eran   mis enemigos... Pero en el Sagrario me maltratan y me insultan almas que me llaman Padre... En la prisión pasé frío y sueño, hambre y sed, vergüenza, dolores, soledad y desamparo..., y desde allí veía, en el transcurso de los siglos, tantos Sagrarios en los que me faltaría el abrigo del amor... Cuántos corazones helados serían para mi cuerpo frío y herido como la piedra de la prisión!

¡Cuántas veces tendría sed de amor, sed de almas!... 

¡Cuántos días espero que tal alma venga a visitarme en el Sagrario y a recibirme en su corazón! ¡Cuántas noches me paso solo... y pensando en ella!... ¡Qué de veces siento hambre de mis almas!... de su fidelidad generosa: ¿Sabrán calmarla con aquella ocasión de vencerse., con esta ligera mortificación?... ¿Sabrán, cuando llegue la hora del dolor..., cuando hayan de pasar por una humillación..., una contrariedad..., una pena de familia o un   momento   de   soledad y desolación, decirme desde el fondo del   alma: «Os lo ofrezco para aliviar vuestra tristeza, para acompañaros en vuestra soledad? »


¡Ah! Si de este modo supieran unirse a Mí. ¡Con cuánta paz pasarían por aquella tribulación! Su alma saldría de ella fortalecida y habrían aliviado mi Corazón. En la prisión sentí vergüenza al oír las horribles palabras que se proferían contra Mí..., y esta vergüenza creció al ver que más tarde esas mismas palabras serían repetidas por almas muy amadas. Cuando aquellas manos sucias y repugnantes descargaban sobre Mí golpes y bofetadas, vi cómo sería muchas veces golpeado y abofeteado por tantas almas que, sin purificarse de sus pecados, me recibirán en sus corazones, y con sus pecados habituales descargarían sabre Mí repetidos golpes. 

Cuando en la prisión me empujaban, y Yo, atado y falto de fuerzas, caía en tierra, vi cómo tantas almas, por no renunciar a una vana satisfacción me despreciarían, y atándome con las cadenas de su ingratitud me arrojarían de su corazón y me dejarían caer en tierra renovando mi vergüenza y prolongando mi soledad. «¡Almas escogidas! Mirad a vuestro Esposo en la prisión; contempladle en esta noche de tanto dolor... 


Así vosotras, almas religiosas que os halláis en prisión voluntaria por amor; que más de una vez pasáis a los ojos de las criaturas por inútiles y quizá por perjudiciales: ¡No temáis! Dejad que griten contra vosotras, y en estas horas de soledad y de dolor, que vuestro corazón se una íntimamente a Dios, único objeto de vuestro amor. ¡Reparad su gloria ultrajada por tantos pecados! » El mismo día «Mi reino no es de este mundo» «Al amanecer del día siguiente, Caifás ordenó que me condujeran a Pilatos para que pronunciara la sentencia de muerte. Este me interrogó con gran sagacidad, deseoso de hallar causa de condenación; pero al mismo tiempo su conciencia le remordía y sentía gran temor ante la injusticia que contra Mí iba a cometer; al fin encontró un medio para desentenderse de Mí, y mandó me condujeran a Herodes.


En Pilatos están fielmente representadas las almas que, sintiendo la lucha entre la gracia y sus pasiones, se dejan dominar por el respeto humano y por su excesivo amor propio. » «A todas las preguntas que Pilatos me hizo, nada respondí; mas cuando me dijo: «Eres tú el Rey de los Judíos? » Entonces, con gravedad y entereza, le dije: «Tú lo has dicho. Yo soy Rey, pero mi Reino no es de este mundo. »


Con estas palabras quise enseñar a muchas almas cómo cuando se presenta la ocasión de soportar el sufrimiento, una humillación que podrían fácilmente evitar, deben contestar con generosidad. «Mi reino no es de este mundo»; es decir: no busco las alabanzas de los hombres; mi patria no es ésta; ya descansaré en la que lo es verdaderamente; ahora, ánimo para cumplir mi deber, sin tener en cuenta la   opinión del   mundo...   No retrocederé, escucharé solo la voz de la gracia, ahogando los gritos de la naturaleza. Y si no soy capaz de vencer sola, pediré fuerzas y consejos, pues en muchas ocasiones las pasiones y el excesivo amor propio ciegan al alma y la impulsan a obrar, el mal. »


El mismo día, en casa de Herodes «Pilatos mandó que me llevaran a la presencia de Herodes. Era éste un hombre corrompido, que no buscaba más que el placer, dejándose arrastrar de sus pasiones desordenadas. Se alegró de verme comparecer ante su tribunal, pues esperaba divertirse con mis discursos y milagros. »

«Considerad, almas queridas, la repulsión que experimenté al verme ante aquel hombre vicioso, cuyas palabras, gestos y movimientos me cubrían de confusión. ¡Almas queridas y virginales! Venid a rodear y a defender a vuestro Esposo...


Herodes esperaba que Yo contestaría a sus preguntas sarcásticas, pero no quise desplegar mis labios; guardé en su presencia el más profundo silencio. No contestar, era la mayor prueba que podía darle de mi dignidad. Sus palabras, obscenas, no merecían cruzarse con las mías, purísimas. Entretanto, mi Corazón estaba íntimamente unido a mi Padre Celestial. Me consumía en deseos de dar por las almas hasta la última gota de mi Sangre. El pensamiento de todas las que, más tarde, habían de seguirme, conquistadas por mis ejemplos y por mi liberalidad, me encendían en amor, y no sólo gozaba en aquel terrible interrogatorio, sino que deseaba soportar el suplicio de la Cruz.


Dejé que me trataran de loco y me cubrieran con una vestidura blanca en señal de burla; después, en medio de gritos furiosos, me llevaron de nuevo a la presencia de Pilotos. »


El mismo día 


La Flagelación


«Mira cómo este hombre, confundido y enredado en sus propios lazos, no sabe qué hacer de Mí, y para apaciguar el furor del populacho manda que me hagan azotar. »


Así son las almas cobardes, que faltas de generosidad para romper enérgicamente con las exigencias del mundo o de sus propias pasiones, en vez de cortar de raíz aquello que la conciencia les reprende, ceden a un capricho, se conceden una ligera satisfacción, capitulan en parte con lo que la pasión exige. Y para acallar los remordimientos, se dicen a sí mismas: Ya me he privado de esto, sin ver que es sólo la mitad de lo que la gracia les pide.


Sólo diré una palabra... Alma querida, como Pilatos me haces flagelar. Ya has dado un paso... Mañana darás otro... ¿Crees Satisfacer así tu pasión? No...; pronto te pedirá más, y como no has tenido valor para luchar con tu propia naturaleza en esta pequeñez, mucho menos la tendrás después cuando la tentación sea mayor.


Miradme, almas tan amadas de mi Corazón, dejándome conducir con la mansedumbre de un cordero al terrible y afrentoso suplicio de la flagelación... Sobre mi cuerpo ya cubierto de golpes y agobiado de cansancio, los verdugos descargan cruelmente, con cuerdas embreadas y con varas, terribles azotes. Y es tanta la violencia con que me hieren, que no quedó en Mí un solo hueso que no fuse quebrantado por el más terrible dolor... La fuerza de los golpes me produjo innumerables heridas... Las varas arrancaban pedazos de piel y carne divina... La Sangre brotaba de todos los miembros de mi Cuerpo, que estaba en tal estado, que más parecía monstruo que hombre.


¡Ah! ¿Cómo podéis contemplarme en este mar de dolor y de amargura sin que vuestro corazón se mueva a compasión? Pero no son los verdugos los que me han de consolar, sino vosotras, almas escogidas, aliviad mi dolor... ¡Contemplad mis heridas y ved si hay quien haya sufrido tanto para probaros su amor!...



22 de marzo


Jesús coronado de espinas y tratado como Rey de burla


Cuando los brazos de aquellos hombres crueles quedaron rendidos a fuerza de descargar golpes sobre mi Cuerpo, colocaron sobre mi cabeza una corona tejida con ramas de espinas, y Delfilando por delante   de Mí me decían: ¿Conque eres Rey? ¡Te saludamos!...


Unos me escupían, otros me insultaban..., otros descargaban nuevos golpes sobre mi cabeza; cada uno añadía un nuevo dolor a mi Cuerpo maltratado y deshecho.


No rehúyo la humillación, antes me abrazo con ella, para expiar los pecados de soberbia y atraer a las almas a imitar mi ejemplo. Permití   que me coronasen de espinas y que mi cabeza sufriera cruelmente para expiar la soberbia de muchas almas que rehúsan aceptar aquello que las rebaja a los ojos de las criaturas.

Consentí que pusieran sobre mis hombros un manto de escarnio y que me llamasen loco; para que las almas no se desdeñen de seguirme por un camino que a los mundanos parece bajo y vil y quizá a ellas mismas indigno de su condición. No, almas queridas, no hay camino, estado ni condición humillante cuando se trata de cumplir la Voluntad Divina...; no queráis resistir, buscando con vanos y soberbios pensamientos el modo de seguir la voluntad de Dios haciendo la vuestra.


Ni creáis que hallaréis la verdadera paz y alegría en una condición más o menos brillante a los ojos de las criaturas... No; sólo la encontraréis en el exacto cumplimiento de la Voluntad Divina y en la entera sumisión para aceptar todo lo que ella os pida.


Hay en el mundo muchas jóvenes que cuando llega el momento de decidirse para contraer   matrimonio, se sienten atraídas hacia aquel en quien descubren cualidades de honradez, vida cristiana y piadosa, fiel cumplimiento del deber, así en el trabajo como en el seno de le familia; todo, en fin, lo que puede llenar las aspiraciones de su corazón. Pero en aquella cabeza germinan pensamientos de soberbia; y empiezan a discurrir así. Tal vez éste satisfaría los anhelos de mi corazón, pero en cambio no podré figurar ni lucir en el mundo. Entonces se ingenian para buscar otro, en el cual pasarán por más nobles, más ricas, llamarán la atención y se granjearán la estima y los halagos de las criaturas.


¡Ay! ¡Cuán neciamente se ciegan estas pobres almas! Óyeme, hija mía; no encontrarás la verdadera felicidad en este mundo, y... quizá no la encuentres tampoco en el otro. ¡Mira que te pones en gran peligro! ¿Y qué diré a tantas almas a quienes llamo a la vida perfecta, a una vida de amor, y que se hacen sordas a mi voz? ¡Cuántas ilusiones, cuánto engaño hay en almas que aseguran están dispuestas a hacer mi Voluntad, a seguirme, a unirse y consagrarse a Mí, y, sin embargo, clavan en mi cabeza la corona de espinas!

Hay almas a quienes quiero por esposas y, conociendo como conozco los más ocultos repliegues de su corazón, amándolas como las amo, con delicadeza infinita, deseo colocarlas allí donde en mi sabiduría veo que encontrarán todo cuanto necesitan para llegar a una encumbrada santidad. Allí donde mi Corazón se manifestará a ellas y donde me darán más gloria..., más consuelo., más amor y más almas.


¡Pero cuántas resistencias!... ¡Y cuántas decepciones sufre mi Corazón! ¡Cuántas almas ciegas por el orgullo, la sed de fama y de honra, el deseo de contentar sus vanos apetitos, y una baja y mezquina ambición de ser tenidas en algo..., se niegan a seguir el camino que les traza mi amor!


Almas por Mí escogidas con tanto cariño, ¿Creéis darme la gloria que Yo esperaba de vosotras haciendo vuestro gusto? ¿Creéis cumplir mi Voluntad resistiendo a la voz de la gracia que os llama y encamina por esa senda que vuestro orgullo rechaza?



23 de marzo


Barrabás preferido a Jesús


Vamos a seguir hablando de estas pobres almas que se dejan engañar por el orgullo y la soberbia. Coronado de espinas y cubierto con un manto de púrpura, los soldados me presentaron de nuevo a Pilatos. No encontrando en Mí delito para castigarme, Pilatos me hizo varias preguntas, diciéndome que por qué no le contestaba siendo así que él tenía todo poder sobre Mí... Entonces, rompiendo   mi   silencio, le dije: No tendrías ese poder si no se te hubiese dado de arriba; pero es preciso que se cumplan las Escrituras. Y cerrando de nuevo los labios me entregué... 


Pilatos, perturbado por el aviso de su mujer y perplejo entre los remordimientos de su conciencia y el temor de que el pueblo se amotinase contra él, buscaba medios para libertarme..., y me expuso a la vista del populacho en el lastimoso estado en que me hallaba, proponiéndoles darme la libertad y condenar en mi lugar a Barrabás, que era un ladrón y criminal famoso... A una voz, contestó el pueblo: ¡Que muera y que Barrabás sea puesto en libertad!


Almas que me amáis, ved cómo me han comparado a un criminal y ved cómo me han rebajado más que al más perverso de los hombres... ¡Oíd qué furiosos gritos lanzan contra Mí!... ¡Ved con qué rabia piden mi muerte! ¿Rehusé, acaso, pasar por tan penosa afrenta? No, antes al contrario, me abracé con ella por amor a las almas y para mostraros que este amor no me llevó tan sólo a la muerte, sino al desprecio, a la ignominia, al odio de los mismos por quienes iba a derramar mi Sangre con tanta profusión.

No creáis, sin embargo, que mi naturaleza humana no sintió repugnancia ni dolor...; antes, al contrario, quise sentir todas vuestras repugnancias y estar sujeto a vuestra misma condición, dejándoos un ejemplo que os fortalezca en todas las circunstancias de la vida.


Ahora quiero volver a tratar de las almas de quienes hablaba ayer. De esas almas a quienes llamo al estado perfecto, pero vacilan, diciendo entre sí: «No puedo resignarme a esta vida de oscuridad..., no   estoy acostumbrada a estos quehaceres tan bajos...; ¿Qué dirán mi familia, mis amistades? Y se persuaden de que con la capacidad que tienen o creen tener, serán más útiles en otro lugar.


Voy a responder a estas almas: «Dime, ¿Rehusé Yo o vacilé siquiera cuando me vi nacer de familia pobre y humilde..., en un establo, lejos de mi casa y de mi patria..., de noche..., en la más cruda estación del año?... Después viví treinta años de trabajo oscuro y rudo en un taller de carpintero; pasé humillaciones y desprecios de parte de los que encargaban trabajo a mi Padre San José..., no me desdeñé de ayudar a mi Madre en las faenas de la casa..., y, sin embargo, ¿no tenía más talento que el que se requiere para ejercer el tosco oficio de carpintero, Yo que a la edad de doce años enseñé a los Doctores en el Templo? Pero era la Voluntad de mi Padre Celestial y así le glorificaba. Cuando dejé Nazaret y empecé mi vida pública, habría podido darme a conocer por Mesías e Hijo de Dios, para que los hombres escuchasen   mis enseñanzas con veneración; pero no lo hice porque mi único deseo era cumplir la voluntad de mi Padre...


Y cuando llegó la hora de mi Pasión, a través de la crueldad de los unos y de las afrentas de los otros, del abandono de los míos y  de  la ingratitud de las  turbas..., a través  del indecible martirio de mi Cuerpo   y   de las vivísimas   repugnancias de mi naturaleza humana, mi alma, con mayor amor aún, se abrazaba con la Voluntad de mi Padre Celestial... Cuando, después de haber pasado por encima de las repugnancias y sutilezas de amor propio, que os sugiere vuestra naturaleza..., abracéis con generosidad la Voluntad Divina, sólo entonces llegaréis a gozar de las más inefables dulzuras, en una íntima unión de voluntades, entra el Divino Esposo y vuestra alma.


Esto que he dicho a las almas que sienten honor a la vida humilde y oscura, lo repito a las que, por el contrario, son llamadas a trabajar en continuo contacto con el mundo, cuando su atractivo sería la completa soledad y los trabajos humildes y ocultos... ¡Almas escogidas! Vuestra felicidad y vuestra perfección no consiste en ser conocidas o desconocidas de las criaturas, ni en emplear u ocultar el talento que poseéis... Lo único que os procurará felicidad cumplida es hacer la voluntad dé Dios, abrazarla con amor y por amor unirse y conformarse con entera sumisión a todo lo que por su gloria y vuestra santificación os pida.

Basta por hoy, Josefa; mañana continuaré. Ama y abraza mi Voluntad alegremente: ya sabes que está en todo trazada por el Amor que me rodean, maltratándome con tanto furor, mírame al menos, ¡Verás cuán pronto se fijan en ti mis ojos!... 

«Almas que estáis enredadas en los mayores pecados... si por más o menos tiempo habéis vivido errantes y fugitivas a causa de vuestros delitos, si los pecados de que sois culpables os han cegado y endurecido el corazón, si por seguir alguna pasión habéis caído en los mayores desórdenes, ¡Ah! no dejéis que se apodere de vosotras la desesperación, cuando os abandonen los cómplices de vuestro pecado o cuando vuestra alma se dé cuenta de su culpa... ¡Mientras el hombre cuenta con un instante de vida, aun tiene tiempo de recurrir a la misericordia y de implorar el perdón!


Si sois jóvenes y los escándalos de vuestra vida pasada os han degradado ante los hombres, ¡No   temáis!  Aun cuando el mundo os desprecie, os trate de malvados, os insulte, os Abandone, estad seguros de que vuestro Dios no quiere que vuestra alma sea pasto dé las llamas del infierno. Desea que os acerquéis a Él para perdonaros. Si no os atrevéis a hablarle, dirigidle miradas y suspiros del corazón y pronto seréis que su mano bondadosa y paternal os conduce a la fuente del perdón y de la vida.


Si por malicia habéis pasado quizá gran parte de vuestra vidaen el desorden o en la indiferencia, y cerca ya de la eternidad, la desesperación quiere poneros una venda en los ojos, no os dejéis engañar; aun es tiempo de perdón, y ¡Oídlo bien! Si os queda un segundo de vida, aprovechadlo, porque en él podéis ganar la vida eterna...


Si ha transcurrido vuestra existencia en la ignorancia y el error, si habéis sido causa de grandes daños para los hombres, para la sociedad, y hasta para la Religión y por cualquier circunstancia conocéis vuestro error, no os dejéis abatir por el peso de las faltas ni por el daño de que habéis sido instrumento, sino por el contrario, dejando que vuestra alma se penetre del más vivo pesar, abismaos en la confianza y recurrid al que siempre os está Esperando para perdonaros todos los yerros de vuestra vida.»


Lo mismo sucede, si se trata de un alma que ha pasado los primeros años de su vida en la fiel observancia de mis Mandamientos, pero que ha decaído poco a poco del fervor, pasando a una vida tibia y cómoda... Pero un   día recibe una fuerte sacudida que la despierta; entonces aparece su vida inútil, vacía, sin méritos para la eternidad. El demonio, con infernal envidia, la ataca de mil maneras, le inspira   desaliento   y   tristeza, abultándole   sus   faltas, acaba   por llevarla al temor y a la desesperación.


¡Almas que tanto amo, no escuchéis este cruel enemigo!... En cuanto sientas la emoción de la gracia y antes de que sea más fuerte la lucha, acude a mi Corazón, pídele que vierta una gota de su Sangre sobre tu alma. ¡Ven a Mí! Ya sabes dónde me encuentro, en los brazos paternales de tus Superiores. Allí estoy bajo el velo de la fe. Levanta ese velo y dime con entera confianza tus penas, tus   miserias, tus caídas...  Escucha con respeto mis palabras y no temas por lo pasado. Mi Corazón lo ha sumergido en el abismo de mi misericordia y mi amor te prepara nuevas gracias. Tu vida pasada te dará la humildad que te llenará de méritos, y si quieres darme la mejor prueba de amor, ten confianza y cuenta con mi perdón. Cree que nunca llegarán a ser mayores tus pecados que mi misericordia, pues es infinita.


«¡Josefa! Permanece sumergida en el abismo de mi amor y pide que las almas se dejen penetrar de esos sentimientos! »




26 de marzo, Lunes Santo


Camino del Calvario


«Vamos a continuar, Josefa; sígueme en el camino del Calvario, agobiado bajo el peso de la Cruz. En tanto que mi Corazón estaba profundamente abismado en la tristeza por la eterna perdición de Judas, los crueles verdugos, insensibles a mi dolor, cargaron sobre mis hombros llagados la dura y pesada Cruz en que había de consumar el misterio de la Redención del mundo.


¡Contempladme, ángeles del cielo!... ¡Ved al Creador de todas las maravillas, al Dios a quien rinden adoración los espíritus celestiales, caminando hacia el Calvario y llevando sobre sus hombrón el leño santo y bendito que va a recibir su último suspiro!...


Vedme también vosotras, almas que deseáis ser mis fieles imitadoras. Mi Cuerpo, destrozado por tanto tormento, camina sin fuerzas, bañado de sudor y de sangre... ¡Sufro... sin que nadie se compadezca de mi dolor!... La multitud me acompaña y no hay una sola persona que tenga piedad de Mí!... ¡Todos me rodean como lobos hambrientos, deseosos de devorar su presa!


¡La fatiga que siento es tan grande y la Cruz tan pesada, que a mitad del camino caigo desfallecido!... Ved cómo me levantan aquellos hombres inhumanos del modo más brutal: uno me agarra de un brazo, otro tira de mis vestidos, que estaban pegados a mis heridas! éste me coge por el cuello, otro por los cabellos, otros descargan terribles golpes en todo mi Cuerpo, con los puños y hasta con los pies. La Cruz cae encima de Mí y su peso me causa nuevas heridas. Mi rostro roza con las piedras del camino, y con la Sangre que por él corre, se pegan a mis ojos y a toda mi Sagrada Faz   el   polvo   y   el   lodo, y   quedo   convertido en el objeto más repugnante.


El mismo día.


Encuentro con la Santísima Virgen


Seguid conmigo unos momentos y a los pocos pasos me veréis en presencia de mi Madre Santísima, que con el Corazón traspasado de dolor sale a mi encuentro para dos fines: cobrar nueva fuerza para sufrir a la vista de su Dios..., y dar a su Hijo con su actitud heroica aliento para continuar la obra de la Redención. 


Considerad el martirio de estos dos Corazones:


Lo que más ama mi Madre es su Hijo..., y no puede darme ningún alivio, y sabe que su vista aumentará mis sufrimientos. Para Mí lo más grande es mi Madre, y no solamente no la puedo consolar, sino que el lamentable estado en que me ve procura a su Corazón un sufrimiento semejante al mío. ¡La muerte que Yo sufro en el Cuerpo la recibe mi Madre en el Corazón! ¡Ah! ¡Cómo se clavan en Mí sus ojos, y los   míos, oscurecidos y ensangrentados, se clavan también en Ella! No pronunciamos una sola palabra; pero ¡Cuántas cosas se dicen nuestros Corazones en esta dolorosa mirada!...


Sí, mi Madre estuvo presente a todos los tormentos de mi Pasión, que por revelación divina se presentaba a su espíritu. Además, varios discípulos, aunque permaneciendo lejos por miedo a los judíos, procuraban enterarse de todo e informaban a mi Madre. Cuando supo que ya se había pronunciado la sentencia de muerte, salió a mi encuentro y no me abandonó hasta que me depositaron en el sepulcro.



27 de marzo, Martes Santo


El Cireneo


Sigue contemplándome, Josefa...; la comitiva avanza hacia el Calvario...


Aquellos hombres inicuos, temiendo verme morir antes de llegar al término, se entienden entre sí para buscar a alguien que me ayude a llevar la Cruz, y alquilan a un hombre de las cercanías llamado Simón. Mira   detrás de Mí a Simón ayudándome a llevarla, y considera, ante todo, dos cosas: Este hombre, aunque de buena voluntad, es un mercenario, porque si me acompaña y comparte conmigo el peso de la Cruz, es porque ha sido «alquilado». Por eso, cuando siente demasiado cansancio deja caer más peso sobre Mí, y así caigo en tierra dos veces. Además, este hombre me ayuda a llevar parte de la Cruz, pero no toda la Cruz.


Veamos el sentido de estas dos circunstancias.


Hay muchas almas que caminan así en pos de Mí. Se comprometen a ayudarme a llevar la Cruz, pero todavía desean consuelo y descanso; consienten en seguirme y con este fin han abrazado la vida perfecta; pero no abandonan el propio interés, que sigue siendo, en muchos casos, su primer cuidado: por eso vacilan y dejan caer mi Cruz cuando les pesa demasiado. Buscan la manera de sufrir lo menos posible, miden su abnegación, evitan cuanto pueden la humillación y el cansancio..., y acordándose, quizá con pesar de lo que dejaron, tratan de procurarse ciertas comodidades, ciertos placeres. En una palabra, hay almas tan interesadas y tan egoístas, que han venido en mi seguimiento más por ellas que por Mí... Se resignan tan sólo a soportar lo que no pueden evitar o aquello a que las obligan... 

No me ayudan a llevar más que una partecita de mi Cruz, y de tal suerte, que apenas pueden adquirir los méritos indispensables para su salvación. Pero en la eternidad verán ¡qué atrás se han quedado en el camino que debían recorrer!...


Por el contrario, hay almas, y no pocas, que, movidas por el deseo de su salvación, pero, sobre todo, por el amor que les inspira la vista de lo que por ellas he sufrido, se deciden a seguirme por el camino del Calvario; se abrazan con la vida perfecta y se entregan a mi servicio, no para ayudarme a llevar parte de la Cruz, sino para llevarla entera. Su único deseo es descansarme..., consolarme...; se ofrecen a todo cuanto les pida mi Voluntad, buscando cuanto pueda agradarme; no piensan en los méritos ni en la recompense que les espera, ni n el cansancio, ni en el sufrimiento...; lo único que tienen presente es el amor que me demuestran y el Consuelo que me procuran.


Si mi Cruz se presenta bajo la forma de una enfermedad, si se oculta debajo de una ocupación contraria a sus inclinaciones o poco conforme a sus aptitudes, si va acompañada de algún olvido de las personas que las rodean, la aceptan con entera sumisión.


Suponed que, llenas de buenos deseos y movidas de grande amor a mi Corazón y de celo por las almas, hacen lo que creen mejor en tal o cual circunstancia; mas en vez del resultado que esperaban recogen toda clase de molestias y humillaciones... Esas almas que obran sólo a impulsos del amor se abrazan con todo, y viendo en ello mi Cruz, la adoran y se sirven de ella para procurer mi Gloria.


¡Ah! estas almas son las que verdaderamente llevan mi Cruz, sin otro interés ni otra paga que mi amor... Son las que me consuelan y glorifican.


Tened, ¡almas queridas! como cosa cierta, que si vosotras no veis el resultado de vuestros sufrimientos y de vuestra abnegación, o lo veis más tarde, no por eso han sido vanos e infructuosos; antes, por el contrario; el fruto será abundante. El alma que ama de veras no cuenta lo que ha trabajado, ni pesa lo que ha sufrido. No regatea fatigas ni trabajos. No espera recompensa: busca tan sólo aquello que cree de mayor gloria para su Amado. No se turba ni se inquieta, y mucho menos pierde la paz si, por cualquier circunstancia, se ve contrariada y aun tal vez perseguida y humillada, porque el único móvil de sus actos es el amor y sólo por amor ha obrado.


Estas son las almas que no buscan salario. Lo único que esperan es mi consuelo, mi descanso y mi gloria. Estas son las que llevan toda mi Cruz y todo el peso que mi Voluntad Santa quiere cargar sobre ellas.




28 de marzo, Miércoles Santo


Crucifixión


¡Ya estamos cerca del Calvario! ¡La multitud se agita porque se acerca el terrible momento... Extenuado de fatiga, apenas si puedo andar! Tres veces he caído en el trayecto. Una, a fin de dar fuerza de   convertirse a los pecadores habituados al pecado; otra, para dar aliento a las almas que caen por fragilidad, y a las que ciega la tristeza o la inquietud; la tercera, para ayudarlas a salir del pecado a la hora de la muerte. ¡Mira con qué crueldad me rodean estos hombres endurecidos! Unos tiran de la Cruz y la tienden en el suelo; otros me arrancan los vestidos pegados a las heridas, que se abren de nuevo y vuelve a brotar la Sangre.

Mirad, ¡almas queridas! ¡cuánta es la vergüenza que padezco al verme así ante aquella inmensa muchedumbre! ¡Qué dolor para mi cuerpo y que confusión para mi alma!... Los verdugos me arrancan la túnica que con tanta delicadeza y esmero me vistió mi Madre en mi infancia y que había ido creciendo a medida que Yo crecía, ¡y la sortean!... ¿Cuál sería la aflicción de mi Madre, que contemplaba esta terrible escena?...


¡Cuánto hubiera deseado Ella conservar aquella túnica teñida y empapada ahora con mi Sangre!

«Pero... ha llegado la hora, y tendiéndome sobre la Cruz, los verdugos cogen mis brazos y los estiran para que lleguen a los taladros preparados en ella. Con tal atroces sacudidas todo mi Cuerpo se quebranta, se balancea de un lado a otro y las espinas de la corona penetran en mi cabeza más profundamente.

¡Oíd el primer martillazo que clava mi mano derecha...; resuena hasta las profundidades de la tierra!... Ya clavan mi mano izquierda...; ante semejante espectáculo los cielos se estremecen; los ángeles se postran. ¡Yo guardo profundo silencios... ¡Ni una queja se escapa de mis labios!


Después de clavarme las manos, tiran cruelmente de los pies...; las llagas se abren..., los nervios se desgarran..., los huesos se descoyuntan... ¡El   dolor es inmenso!... ¡Mis pies quedan traspasados..., y mi Sangre baña la tierra! »


Contemplad un instante estas manos y estos   pies ensangrentados..., este cuerpo desnudo, cubierto de heridas y de Sangre... Esta cabeza traspasada por agudas espinas, empapada en sudor, llena de polvo y de sangre...


Admirad el silencio, la paciencia y la conformidad con que acepto este cruel sufrimiento. ¿Quién es el que sufre así víctima de tales ignominias? ¡Es Jesucristo, el Hijo de Dios!... El que ha hecho los cielos, la tierra, el mar y todo lo que existe...; el que ha creado al hombre, el que todo lo sostiene con su poder infinito... Está ahí inmóvil..., despreciado..., despojado de todo... Pero muy pronto será imitado y seguido por multitud de almas que abandonarán bienes de fortuna, patria, familia, honores, bienestar y cuanto sea necesario para darle la gloria y el amor que le son debidos»


«¡Estad atentos, Ángeles del Cielo! y vosotros, todos los que me   amáis. Los soldados van a dar la   vuelta a la Cruz para remachar los clavos y evitar que, con el peso de mi cuerpo, se salgan y lo dejen caer. ¡Mi cuerpo va a dar a la tierra el beso de paz! ¡Mientras los martillazos resuenan por el espacio, en la cima del Calvario se realiza el espectáculo más admirable!... A petición de mi Madre, que contemplando lo que pasaba y siéndole a Ella imposible   darme   alivio, implora la misericordia de mi   Padre Celestial..., legiones de Ángeles bajan a sostener mi cuerpo adorable para evitar que roce la tierra y que lo aplaste el peso de la Cruz...»


«¡Contempla a tu Jesús tendido en la Cruz! sin poder hacer el menor   movimiento..., desnudo..., sin   fama..., sin   honra, sin libertad... Todo se lo han arrebatado... ¡No hay quien se apiade y se compadezca de su dolor...; solo recibe tormentos, escarnios y burlas! si me amas de veras, ¿qué no harás para asemejarte a Mí? ¿A qué no estarás dispuesta para consolarme? Y ¿qué rehusarás a mi amor?


Ahora póstrate en tierra y deja que te diga una palabra: ¡Que mi Voluntad triunfe en ti! ¡Que mi Amor te destruya! ¡Que tu miseria me glorifique! »




30 de marzo, Viernes Santo


Las siete palabras


«Josefa, ya conoces mis sufrimientos... Sígueme en ellos... Acompáñame y toma parte en mi dolor...»

«¡Ya ha llegado la hora de la Redención del mundo! Me van a levantar y a ofrecer como espectáculo de burla..., pero también de admiración... ¡Esta Cruz que hasta aquí era el patíbulo donde expiraban los criminales, es ahora la luz del mundo, el objeto de mayor veneración.


En mis llagas encontrarán los pecadores el perdón y la vida... ¡Mi Sangre lavará y borrará todas sus manchas!... ¡En mis llagas las almas puras vendrán para saciar su sed y abrasarse   en   amor!... ¡En  ellas   podrán   guarecerse   y   fijar   su morada!...»


Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen


«No han conocido al que es su vida. ¡Han descargado sobre Él todo el furor de sus iniquidades!... Mas, Yo os lo ruego, ¡oh Padre mío!, descargad sobre ellos la fuerza de vuestra misericordia.»

Hoy estarás conmigo en el Paraíso «Porque tu fe en la misericordia de tu Salvador ha borrado tus crímenes...; ella te conduce a la vida eterna.»


Mujer, he ahí a tu hijo


«¡Madre   mía!,   he   ahí   a   mis   hermanos...   ¡Guárdalos!... ¡Ámalos! » No estáis solos, vosotros por quienes he dado mi vida. Tenéis ahora una Madre a la que podéis recurrir en todas vuestras necesidades. Y ahora el amor me lleva a unir a todos los hombres con lazos de hermandad, dándoles a todos mi misma Madre.


Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me habéis desamparado?


«Sí, el alma tiene ya derecho a decir a Dios: ¿Por qué me has desamparado?... Porque, después de consumado el misterio de la Redención, el hombre ha vuelto a ser hijo de Dios, hermano de Jesucristo, heredero de la vida eterna...»


Tengo sed


«¡Oh! ¡Padre mío!... Tengo sed de vuestra gloria..., y he aquí que ha llegado la hora... En adelante, realizándose mis palabras, el mundo conocerá que sois Vos el que me enviasteis y seréis glorificado. Tengo sed de almas, y para refrigerar esta sed he derramado hasta la última gota de mi Sangre. Por eso puedo decir:


Todo está consumado


«Ahora se ha cumplido el gran misterio de Amor, por el cual Dios entregó a la muerte a su propio Hijo para devolver al hombre la vida... Vine al mundo para hacer vuestra Voluntad. Padre mío, ¡ya está cumplida!»

En vuestras manos encomiendo mi espíritu


«A Vos entrego mi alma... Así las almas que cumplen mi Voluntad, podrán decir con verdad: Todo está consumado... ¡Señor mío y Dios mío! Recibid mi alma, la pongo en vuestras manos...»



«Josefa, lo que has oído, escríbelo; quiero que las almas lo lean, a fin de que las que tengan sed se refrigeren..., las que tengan hambre se sacien...»



Tomado de: Un Llamamiento al Amor
De: Sor Josefa Menéndez

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