LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO
Recibió mensajes dictados por Nuestro Señor Jesucristo
en el convento de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús en Les Feuillants,
en Poitiers, Francia, entre 1920 y 1923.
En la Cuaresma de 1923, Nuestro
Señor reveló a Sor Josefa Menéndez los sentimientos de Su Corazón durante su
Sagrada Pasión. Sor Josefa recibía de rodillas las confidencias de su Maestro y
mientras El hablaba, las escribía. Estas páginas contienen, en parte, esas
divinas confidencias.
22 de febrero de 1923
Lavatorio de los pies
Voy a empezar por descubrirte los
sentimientos que embargaban mi Corazón cuando lavé los pies a mis apóstoles.
Fíjate bien que reuní a los doce. No quise excluir a ninguno. Allí se
encontraban Juan, el discípulo Amado, y Judas, el que dentro de poco había de
entregarme a mis enemigos. Te diré por qué quise reunirlos a todos, y por qué
empecé por lavarles los pies.
Los reuní a todos, porque era el
momento en que mi Iglesia iba a presentarse en el mundo, y pronto no habría más
que un solo Pastor para todas las ovejas. Quería también enseñar a las almas,
que aún cuando estén cargadas de los pecados más atroces, no las excluyo de las gracias, ni
las separo de mis almas más amadas; es decir, que a unas y a otras las reúno en
mi Corazón y les doy las gracias que necesitan.
¡Qué congoja sentí en aquel
momento, sabiendo que en el infortunado Judas estaban representadas tantas almas que reunidas a mis pies y
lavadas muchas veces con mi Sangre habían de perderse!... Sí, en aquel momento
quise enseñar a los pecadores, que no porque estén en pecado deben alejarse de
Mí, pensando que ya no tienen remedio y que nunca serán amados como antes de pecar.
No, ¡pobres almas! ¡No son estos los sentimientos de un Dios, que ha derramado
toda su Sangre por vosotras!...
¡Venid a Mí todos! y no temáis porque
os amo; os lavaré con mi Sangre y quedaréis tan blancos como la nieve. Anegaré vuestros pecados en el agua de mi misericordia y nada
será capaz de arrancar de mi Corazón el amor que os tengo...
Josefa, déjate penetrar del más
ardiente deseo de que todas las almas y sobre todo los pecadores vengan a
purificarse en el agua de la
penitencia..., que se penetren de sentimientos de confianza y no de temor, porque Soy Dios de misericordia y siempre estoy dispuesto a
recibirlas en mi Corazón.
25 de febrero
El Cenáculo
Vamos a proseguir nuestros secretos
de amor. Hoy te diré una de las razones que me indujeron a lavar los pies a mis
apóstoles antes de la cena.
Fue, primeramente, para mostrar a
las almas cuánto deseo que estén limpias y blancas cuando me reciben en el
Sacramento de mi Amor. Fue también para representar el Sacramento de la
Penitencia, en el que las almas que han tenido la desdicha de caer en el pecado,
pueden lavarse y recobrar su perdida blancura. Quise lavarles Yo mismo los
pies, para enseñar a las almas que se dedican a los trabajos apostólicos, a
humillarse y tratar con dulzura a los
pecadores y a
todas las almas
que les están confiadas.
Quiero ceñirme con un lienzo para
indicarles que para obtener buen éxito con las almas, hay que ceñirse con la
mortificación y la propia abnegación. También quise enseñarles la mutua caridad
y cómo se deben lavar las faltas que se observan en el prójimo, disimulándolas y
excusándolas siempre, sin divulgar jamás los defectos ajenos.
En fin, el agua que derramé sobre
los pies de mis apóstoles, era imagen del celo que consumía mi Corazón, en
deseos de la salvación de los hombres.
En aquel momento, próxima ya la
Redención del género humano, mi Corazón no podía contener sus ardores, y como
era infinito el Amor que sentía por los hombres, no quise dejarlos huérfanos. Para
vivir con ellos hasta la consumación de los siglos y demostrarles mi Amor,
quise ser su aliento, su sostén, su vida, su todo...
¡Ah! ¡Cómo quisiera hacer conocer
los sentimientos de mi Corazón a todas las almas! ¡Cuánto deseo que se penetren
del amor que sentía por ellas, cuando en el Cenáculo instituí la Eucaristía!
En aquel momento vi a todas las
almas, que en el transcurso de los siglos habían de alimentarse de mi Cuerpo y
de mi Sangre y los efectos divinos producidos en muchísimas...
¡En cuántas almas esa Sangre Inmaculada engendraría la pureza y la virginidad! ¡En cuántas encendería la
llama del amor y del celo! ¡Cuántos mártires de amor se agrupaban en aquella
hora ante mis ojos y en mi Corazón! ¡Cuántas otras almas, después de haber
cometido muchos y graves pecados, debilitadas por la fuerza de la pasión
vendrían a Mí para renovar su vigor con el Pan de los fuertes!
¡Ahí ¡Quién podrá penetrar los
sentimientos de mi Corazón en aquellos momentos! Sentimientos de Amor, de gozo,
de ternura... Mas..., ¡Cuánta fue también la amargura que embargó mi Corazón!
Continuaré, Josefa. Vete en paz.
Consuélame y no temas; porque mi Sangre no se ha agotado, y ella purifica tu
alma...
La Eucaristía, maravilla del Amor
desconocido:
«Escribe lo que sufrió mi Corazón
en aquella hora, cuando no pudiendo
contener el fuego que me consume,
inventé esta maravilla de amor: la
Eucaristía. Al contemplar entonces a todas las almas que habían de alimentarse de este Pan Divino, vi también las ingratitudes y frialdades de muchas de ellas en particular
de tantas almas escogidas..., de
tantas almas consagradas..., de tantos sacerdotes...
¡Cuánto sufrió mi Corazón! Ví cómo
se irían enfriando, entrando la rutina, el cansancio, el disgusto, caerían poco
a poco en la tibieza! ¡Y estoy en el Sagrario por ellas! ¡Y espero! Deseo que
esa alma venga a recibirme, que me hable con confianza de esposa, que me cuente
sus penas..., que me pida consejo y solicite mis gracias...
Ven, le digo..., dímelo todo con
entera confianza... Pregúntame por los pecadores.... Ofrécete para reparar...
Prométeme que hoy no me dejarás solo... Mira si mi Corazón desea algo de ti que
le pueda consolar... Esto esperaba Yo de aquella alma, ¡y de tantas! Mas cuando
se acerca a recibirme apenas me dice una palabra, porque está distraída,
cansada o contrariada. Su salud la tiene intranquila, sus ocupaciones la
desazonan y la familia le preocupa... «No sé qué decir..., estoy fría..., me
aburro y pasa el rato deseando salir de la capilla. ¡No se me ocurre nada!
» ¿Y así vas a recibirme, alma a quien
escogí y a quien he esperado con impaciencia toda la noche?... Sí, la esperaba
para descansar en ella, le tenía preparado alivio para todas sus inquietudes; la
aguardaba con nuevas gracias, pero..., como no me las pide..., no me pide
consejo ni fuerza..., tan sólo se queja y apenas se dirige a Mí. Parece que ha
venido por cumplimiento..., porque es costumbre y porque no tiene pecado mortal
que se lo impida. Pero no por amor, no por verdadero deseo de unirse íntimamente
a Mí. ¡Qué lejos está esa alma de aquellas delicadezas de amor que Yo esperaba
de ella!...
¿Y aquel sacerdote?... ¿Cómo diré
todo lo que espera mi Corazón de mis sacerdotes?... Los he revestido de mi
poder para absolver los pecados. Obedezco a una palabra de sus labios y bajo del
Cielo a le tierra; y estoy a su disposición y me dejo llevar de sus manos; ya
para colocarme en el Sagrario, ya para darme a las almas en la Comunión...
He confiado a cada uno de ellos
cierto número de almas para que con su predicación, sus consejos y, sobre todo,
su ejemplo, las guíen y las encaminen por el camino de la virtud y del bien.
¿Cómo responden a este llamamiento?...
¿Cómo cumplen esta misión de amor?...
Hoy, al celebrar el santo sacrificio, al recibirme en su corazón, ¿me
confiará aquel sacerdote las almas que tiene a su cargo?... ¿Reparará las
ofensas que sabe que recibo de tal pecador?... ¿Me pedirá fuerza para
desempeñar su ministerio, celo
para trabajar en
la salvación de
las almas?...
¿Recibiré el amor que de él espero?...
¿Podré descansar en él como en un discípulo amado?... ¡Ahí ¡Qué
dolor tan agudo
siente mi Corazón!... ¡Los mundanos hieren mis manos y
mis pies, manchan mi rostro, pero las
almas escogidas, mis esposas, mis ministros, desgarran y destrozan mi Corazón.
Este fue el más terrible dolor que sentí en la Cena cuando vi entre los doce al
primer Apóstol infiel, representando a tantos otros que en el transcurso de los
siglos habían de seguir su ejemplo.
La Eucaristía es invención del
Amor, es vida y fuerza de las almas, remedio para todas las enfermedades,
viático pera el paso del tiempo a la eternidad. Los pecadores encuentran en ella
la vida del alma; las almas tibias, el
verdadero calor; las almas
puras, suave y dulcísimo néctar;
las fervorosas, su descanso y el remedio para calmar todas sus ansias; las
perfectas almas, para elevarse a mayor perfección.
En fin, las almas religiosas hallan
en ella su nido, su amor, y, por último, la imagen de los benditos y sagrados
votos que las unen íntima e inseparablemente al Esposo Divino.
12 de marzo
Getsemaní
Josefa, ven Conmigo, vamos a
Getsemaní... Deja que tu alma se penetre de los mismos sentimientos de tristeza
y amargura que inundaron la mía en aquella hora. Después de haber
predicado a las turbas, curado los enfermos, dado vista a los ciegos,
resucitado a los muertos... después de
haber vivido tres años en medio de mis Apóstoles para instruirlos y confiarles
mi doctrina... les había enseñado, con mi ejemplo, a amarse, a soportarse
mutuamente, a practicar la Caridad lavándoles los pies y haciéndome su
alimento.
Se acercaba la hora para la que el
Hijo de Dios se había hecho hombre... Redentor del género humano, iba a
derramar su Sangre y dar su vida por el mundo... En esa hora quise ponerme en
oración y entregarme a la Voluntad de mi Padre.
¡Almas queridas! Aprended de
vuestro modelo que la única cosa necesaria, aunque la naturaleza se rebele, es
someterse con humildad y entregarse a la voluntad de Dios. También quise
enseñar a las
almas que toda
acción importante debe ir prevenida y vivificada por la oración, porque
en la oración se fortifica el alma para lo más difícil y Dios se comunica a
ella, y la aconseja e inspira, aun cuando el alma no lo sienta.
Me retiré al huerto con tres de mis
discípulos para enseñaros, almas amadas de mi Corazón, que las tres potencias
de vuestra alma deben acompañaros y ayudaros en la oración. Recordad con la
memoria los beneficios divinos, las perfecciones de Dios; su bondad, su poder,
su misericordia, el amor que os tiene. Buscad después con el entendimiento cómo
podréis corresponder a las maravillas que ha hecho por vosotras...
Dejad que se
mueva vuestra voluntad, a hacer por Dios lo más y lo mejor, a consagraros a la
salvación de las almas, ya por medio de vuestros trabajos apostólicos, ya por
vuestra vida humilde y oculta, o en el retiro o silencio por medio de la
oración. Postraros humildemente, como criaturas en presencia de su creador, y
adorad sus designios sobre vosotras, sean cuales fueren, sometiendo vuestra
voluntad a la divina.
Así me ofrecí Yo para realizar la
obra de la Redención del mundo. ¡Ahí ¡Qué momento aquel en que sentí venir
sobre Mí todos los tormentos que había de sufrir en mi Pasión: las calumnias,
los insultos, los azotes, la corona de espinas, la sed, la Cruz!... Todo se
agolpó ante mis ojos y dentro de mi Corazón. Al mismo tiempo ví las ofensas;
los pecados y las abominaciones que se cometerían en el transcurso de los
siglos, y no solamente los vi, sino que me sentí revestido de todos esos horrores
y así me presenté a mi Padre Celestial para implorar misericordia. Me ofrecía
como fiador para calmar su cólera y aplacar su ira.
Pero viendo tanto pecado y tantos
crímenes, mi naturaleza humana experimentó terrible angustia y mortal agonía,
hasta tal punto, que sudé Sangre.
¡Oh! Almas que me hacéis sufrir de
esta manera, ¿Será esta Sangre salud y vida para vosotras?...
¿Será posible que esta angustia, esta agonía y esta Sangre sean inútiles
para tantas y tantas almas?...
Volviendo en seguida a la oración
me prosterné de nuevo, adoré al Padre y le pedí ayuda, diciéndole: «Padre Mio.
» Pedidle alivio, exponedle vuestros sufrimientos, vuestros temores y con gemidos
recordadle que sois sus hijos; que vuestro corazón se ve tan oprimido, que
parece a punto de perder la vida... Que vuestro cuerpo sufre tanto que ya no
tiene fuerza para más... Pedid con confianza de hijas y esperad, que vuestro
Padre os aliviará y os dará la fuerza necesaria para pasar esta tribulación
vuestra o de las almas que os están confiadas.
¡Mi alma triste y desamparada
padecía angustias de muerte!
Me sentí agobiado con el peso de
las más negras ingratitudes. La Sangre que brotaba de todos los poros de mi
Cuerpo, y que dentro de poco saldría de todas mis heridas, sería inútil para
gran número de almas. ¡Muchas se perderían... Muchísimas me ofenderían y otras
no me conocerían siquiera...! Derramaría mi Sangre por todas y mis méritos
serían aplicados a cada una de ellas... ¡Sangre Divina!... ¡Méritos
infinitos... Y, sin embargo, ¡inútiles para tantas y tantas almas...!
¡Acepté el cáliz para apurarlo
hasta las heces...! Todo para enseñaros, almas queridas, a no volver atrás a la
vista de los sufrimientos y a no creerlos inútiles aun cuando no veáis el
resultado. Someted vuestro juicio y dejad que la Voluntad Divina se cumpla en
vosotras. Yo no retrocedí, antes al contrario, sabiendo que era en el huerto
donde habían de prenderme, permanecí allí... No quise huir de mis enemigos...
Lo dejaremos para mañana... Hoy
quédate a mi disposición para que te encuentre despierta si te necesito.
14 de marzo
Traición de Judas
Después que fui confortado por el
enviado de mi Padre, ví que Judas, uno de mis doce Apóstoles, se acercaba a Mí,
y tras él venían todos los que me habían de prender...; llevaban en las manos
cuerdas, palos, y toda clase de instrumentos para sujetarme. Me levanté y
acercándome a ellos les dije: ¿A quién buscáis? Entretanto, Judas, poniendo las
manos sobre mis hombros me besó. ¡Ahí, ¿qué haces Judas?...
¿Qué significa este beso? También
puedo decir a muchas almas: ¿Qué hacéis?... ¿Por qué me entregáis con un
beso?... ¡Alma a quien amo! Dime tú que vienes a Mí, que me recibes en tu
pecho..., que me dirás más de una vez que me amas..., ¿No me entregarás a mis
enemigos cuando salgas de aquí?... Ya sabes que en esa reunión que frecuentas
hay piedras que me hieren fuertemente, es decir, conversaciones que me
ofenden... tú que me has recibido hoy y que me vas a recibir mañana, pierdes
ahí la blancura preciosa de mi gracia!...
¿Seguirás con ese asunto que te
ensucie las manos? ¿No sabes que no es lícito el modo como adquieres ese dinero, alcanzas esa posición,
te procuras ese bienestar?... Mira que obras como Judas...; ahora me recibes y
me besas; dentro de unos
instantes o de
unas horas me
prenderán los enemigos y tú
mismo les darás la señal para que me conozcan...
Con esa amistad peligrosa, no sólo
me atas y me apedreas, sino que eres causa de que tal persona me ate y apedree también... ¿Por qué me
entregas así, alma que me conoces y que en más de una ocasión te has gloriado
de ser piadosa y de ejercer la caridad?... Cosas todas que en verdad podían
hacerte adquirir grandes méritos, más, ¿Qué vienen a ser para tí, sino un velo
que cubre tu delito?...
¡Alma querida! ¿Por qué te dejas
llevar de esa pasión? No te pido que te libres de ella, pues eso no está en tu
mano; pero sí pido que trabajes, que luches, que no te dejes dominar. Mira que
el placer momentáneo que te proporciona es como los treinta denarios en que me
vendió Judas, los cuales no le sirvieron sino para su perdición.
¡Cuántas almas me han vendido y me venderá!
por el vil precio de un deleite, de un placer momentáneo y pasajero! ¡Ah, pobres
almas! ¿A quién buscáis?... ¿Es a Mí? ¿Es a Jesús a quien conocéis, a quien
habéis amado y con quien habéis hecho alianza eterna? Dejad que os diga una palabra:
Velad y orad. Luchad sin descanso y no dejéis que vuestras malas inclinaciones
y defectos lleguen a ser habituales...
Mirad que hay que segar la hierba
todos los años y quizá en las cuatro estaciones, que la tierra hay que
labrarla, y limpiarla, hay que mejorarla y cuidar de arrancar las malezas que
en ella brotan. El alma también hay que cuidarla con mucho esmero, y las tendencias
torcidas hay que enderezarlas. No creáis que el alma que me vende y se entrega
a los mayores desórdenes empezó por una
falta grave. Esto puede suceder, pero no es lo corriente. En
general, las grandes caídas empezaron por poca cosa; un gustillo, una
debilidad, un consentimiento quizá lícito, pero poco mortificado; un placer no prohibido,
pero poco conveniente... El alma se va cegando, disminuye la gracia, se
robustece la pasión y, por último, vence. ¡Ah, cuán triste es para el corazón
de un Dios que ama infinitamente a las almas ver tantas que se precipitan
insensiblemente en el abismo!...
15 de marzo
Traiciones de las almas escogidas
Josefa,
te he dicho cómo las almas que pecan gravemente me entregan a mis enemigos y el
arma con que me hieren es el pecado...
Pero no siempre se trata de grandes
pecados...; hay almas, y aun almas escogidas, que me traicionan y me entregan
con sus defectos habituales, con sus malas inclinaciones, no combatidas, con
concesiones a la naturaleza inmortificada, con faltas de caridad, de
obediencia, de silencio... Y si es triste recibir una ofensa o una ingratitud
de cualquier alma, mucho más cuando viene de almas escogidas y las máamadas de
mi Corazón.
Otras, sin embargo, pueden reparar
y consolarme. Sí, almas que he escogido para que seáis mi descanso y el jardín
de mis delicias; espero de vosotras mucha mayor ternura, mucha mayor
delicadeza, mucho más amor... De vosotras espero que seáis el bálsamo que
cicatrice mis heridas, que limpie mi
rostro, afeado y manchado..., que me ayudéis a dar luz a tantas almas ciegas
que en la oscuridad de la noche me prenden y me atan para darme muerte.
No me dejéis solo... Despertad y
venid..., porque ya llegan mis enemigos... Cuando se acercaron a Mí los
soldados para prenderme, les dije: «Yo Soy». Lo mismo repito al alma que se
acerca al peligro y ltentación: «Yo Soy, Yo Soy. » Si tú quieres estás a tiempo
todavía, te perdonaré, y en vez de atarme tú con las cuerdas del pecado, Yo te
ataré a ti con ligaduras de amor.
¡Ven! Yo soy... Soy el que te ama y
ha derramado toda su Sangre por ti, y el que tiene tal compasión de tu
debilidad, que está esperándote con ansia para estrecharte en sus brazos.
¡Qué triste es para Mí cuando,
después de haber llamado con tanto amor a las almas, ellas, ingratas y ciegas,
me atan y me llevan a la muerte!...
Mas... había llegado mi hora, y
dando libertad a los soldados, me entregué con la docilidad de un cordero... En
seguida me condujeron a casa de Caifás, donde me recibieron con burlas e insultos
y donde uno de los criados me dio la primera bofetada.
¡Ah Josefa¡... ¡Entiende esto!...
¡La primera bofetada!... ¿Me hizo sufrir más que los azotes de la flagelación?...
No; pero en esta primera bofetada vi el primer pecado mortal de tantas almas
quedespués de vivir en gracia, cometerían ese primer pecado... Y tras él...,
¡cuántos otros! siendo causa con su ejemplo de que otras almas los cometieran
también y teniendo tal vez la misma desgracia:
¡morir en pecado¡...
Mañana seguiremos... Pasa hoy el
día reparando y pidiendo que muchas almas conozcan a dónde las conduce el
camino que llevan...
16 de marzo
Negación de San Pedro
Escribe para las almas:
¡Mis Apóstoles me habían abandonado!...
Pedro, movido decuriosidad, pero lleno de temor, se quedó oculto entre la servidumbre.
A mi alrededor sólo había acusadores que buscaban cómo acumular contra Mí delitos
que pudieran encender más la cólera de jueces tan inicuos. Me llaman
perturbador, profanador del sábado, falso profeta. La soldadesca, excitada por
las calumnias, profiere contra Mí gritos y amenazas.
¿Dónde estáis vosotros, apóstoles y
discípulos que habéis sido testigos de mi vida, de mi doctrina, de mis
milagros?... ¡Ah! De todos aquellos de quienes esperaba alguna prueba de amor,
no queda ninguno para defenderme; me encuentro solo y rodeado de soldados, que,
como lobos, quieren devorarme.
Mirad cómo me maltratan: uno descarga sobre mi
rostro una bofetada, otro me arroja su inmunda saliva; otro me tuerce el rostro
en son de burla. Mientras mi Corazón se ofrece a sufrir todos estos suplicios, Pedro,
a quien había constituido Jefe y Cabeza de la Iglesia y que algunas horas antes
había prometido seguirme hasta la muerte.,., a una simple pregunta, que podía haberle
servido para dar testimonio de Mí, ¡me niega! Y como el temor se apodera más y
más de él y la pregunta se reitera, jura que jamás me ha conocido ni ha sido mi
discípulo... ¡Ah! ¡Pedro! ¡Juras que no conoces a tu Maestro!... No solo juras,
sino que, interrogado por tercera vez, respondes con horribles imprecaciones.
¡Almas escogidas!... Cuando el
mundo clama contra Mí, ¡qué tristeza, qué inmensa amargura para mi Corazón si,
volviéndose entonces a los amigos, se encuentra sólo y abandonado de ellos! Os
diré como a Pedro: ¡Alma a quien tanto amo¡... ¿No te acuerdas ya de las
pruebas de amor que te he dado? ¿Te olvidas de los lazos que te unen a Mí?...
¿Olvidas cuántas veces me has prometido ser fiel y defenderme? No confíes en ti
misma porque entonces estás perdida. Pero si recurres a Mí con la humildad y
firme confianza, no tengas miedo: Yo te sostendré.
Y vosotras, almas que vivís en el
mundo rodeadas de tantos peligros..., huid de las ocasiones... En cuanto a las que trabajáis en mi viña..., si
os sentís movidas por curiosidad o por alguna satisfacción humana, también os
diré que huyáis; pero si trabajáis puramente por obediencia o impulsadas por el
celo de las almas y de mi gloria, no temáis... Yo os defenderé y saldréis
victoriosas...
Cuando los soldados me conducían a
la prisión, al pasar por uno de los patios vi a Pedro, que estaba entre la
turba... Le miré... El también me miró... Y lloró amargamente su pecado.
¡Cuántas veces miro así al alma que
ha pecado!... Pero, ¿Me mira ella también? ¡Ah!... Que no siempre se encuentran
estas dos miradas... ¡Cuántas veces miro al alma y ella no me mire a Mí!... No
me ve... Está ciega... La llamo por su
nombre y no me responde... Le envío una tribulación para que salga de su sueño,
pero no quiere despertar...
¡Almas queridas! Si no miráis al
cielo viviréis como los seres privados de la razón... Levantad la cabeza y ved
la patria que os espera. Buscad a vuestro Dios y siempre le encontraréis con
los ojos fijos en vosotras, y en su mirada hallaréis la paz y le vide.
La
Prisión
Contémplame en la prisión, donde pasé
gran parte de la noche. Los soldados venían a insultarme de palabra y de obra, empujándome,
golpeándome. Al fin, hartos de Mí, me dejaron solo, atado, en una habitación oscura y húmeda, sin más asiento que una piedra,
donde mi cuerpo dolorido se quedó al poco rato aterido de frío...
Vamos ahora a comparar la prisión
con el Sagrario, y sobre todo, con los corazones de los que me reciben. En la
prisión, pasé una noche no entera...; pero en el Sagrario, ¡Cuántas noches y
días paso! En la prisión me ultrajaron
los soldados, que eran mis enemigos... Pero en el Sagrario me
maltratan y me insultan almas que me llaman Padre... En la prisión pasé frío y
sueño, hambre y sed, vergüenza, dolores, soledad y desamparo..., y desde allí
veía, en el transcurso de los siglos, tantos Sagrarios en los que me faltaría
el abrigo del amor... Cuántos corazones helados serían para mi cuerpo frío y
herido como la piedra de la prisión!
¡Cuántas veces tendría sed de amor,
sed de almas!...
¡Cuántos días espero que tal alma venga a visitarme en el Sagrario
y a recibirme en su corazón! ¡Cuántas noches me paso solo... y pensando en
ella!... ¡Qué de veces siento hambre de mis almas!... de su fidelidad generosa:
¿Sabrán calmarla con aquella ocasión de vencerse., con esta ligera
mortificación?... ¿Sabrán, cuando llegue la hora del dolor..., cuando hayan de
pasar por una humillación..., una contrariedad..., una pena de familia o un momento
de soledad y desolación, decirme
desde el fondo del alma: «Os lo ofrezco
para aliviar vuestra tristeza, para acompañaros en vuestra soledad? »
¡Ah! Si de este modo supieran
unirse a Mí. ¡Con cuánta paz pasarían por aquella tribulación! Su alma saldría
de ella fortalecida y habrían aliviado mi Corazón. En la prisión sentí
vergüenza al oír las horribles palabras que se proferían contra Mí..., y esta
vergüenza creció al ver que más tarde esas mismas palabras serían repetidas por
almas muy amadas. Cuando aquellas manos sucias y repugnantes descargaban sobre
Mí golpes y bofetadas, vi cómo sería muchas veces golpeado y abofeteado por tantas almas que, sin purificarse de sus pecados, me recibirán en sus corazones,
y con sus pecados habituales descargarían sabre Mí repetidos golpes.
Cuando en
la prisión me empujaban, y Yo, atado y falto de fuerzas, caía en tierra, vi
cómo tantas almas, por no renunciar a una vana satisfacción me despreciarían, y
atándome con las cadenas de su ingratitud me arrojarían de su corazón y me
dejarían caer en tierra renovando mi vergüenza y prolongando mi soledad. «¡Almas
escogidas! Mirad a vuestro Esposo en la prisión; contempladle en esta noche de
tanto dolor...
Así vosotras, almas religiosas que os
halláis en prisión voluntaria por amor; que más de una vez pasáis a los ojos de
las criaturas por inútiles y quizá por perjudiciales: ¡No temáis! Dejad que
griten contra vosotras, y en estas horas de soledad y de dolor, que vuestro
corazón se una íntimamente a Dios, único objeto de vuestro amor. ¡Reparad su
gloria ultrajada por tantos pecados! » El mismo día «Mi reino no es de este
mundo» «Al amanecer del día siguiente, Caifás ordenó que me condujeran a
Pilatos para que pronunciara la sentencia de muerte. Este me interrogó con gran
sagacidad, deseoso de hallar causa de condenación; pero al mismo tiempo su
conciencia le remordía y sentía gran temor ante la injusticia que contra Mí iba
a cometer; al fin encontró un medio para desentenderse de Mí, y mandó me
condujeran a Herodes.
En Pilatos están fielmente representadas
las almas que, sintiendo la lucha entre la gracia y sus pasiones, se dejan
dominar por el respeto humano y por su excesivo amor propio. » «A todas las
preguntas que Pilatos me hizo, nada respondí; mas cuando me dijo: «Eres tú el
Rey de los Judíos? » Entonces, con gravedad y entereza, le dije: «Tú lo has
dicho. Yo soy Rey, pero mi Reino no es de este mundo. »
Con estas palabras quise enseñar a
muchas almas cómo cuando se presenta la ocasión de soportar el sufrimiento, una
humillación que podrían fácilmente evitar, deben contestar con generosidad. «Mi
reino no es de este mundo»; es decir: no busco las alabanzas de los hombres; mi
patria no es ésta; ya descansaré en la que lo es verdaderamente; ahora, ánimo
para cumplir mi deber, sin tener en cuenta la
opinión del mundo... No retrocederé, escucharé solo la voz de la
gracia, ahogando los gritos de la naturaleza. Y si no soy capaz de vencer sola,
pediré fuerzas y consejos, pues en muchas ocasiones las pasiones y el excesivo
amor propio ciegan al alma y la impulsan a obrar, el mal. »
El mismo día, en casa de Herodes «Pilatos
mandó que me llevaran a la presencia de Herodes. Era éste un hombre corrompido,
que no buscaba más que el placer, dejándose arrastrar de sus pasiones
desordenadas. Se alegró de verme comparecer ante su tribunal, pues esperaba
divertirse con mis discursos y milagros. »
«Considerad, almas queridas, la
repulsión que experimenté al verme ante aquel hombre vicioso, cuyas palabras,
gestos y movimientos me cubrían de confusión. ¡Almas queridas y virginales!
Venid a rodear y a defender a vuestro Esposo...
Herodes esperaba que Yo contestaría
a sus preguntas sarcásticas, pero no quise desplegar mis labios; guardé en su presencia
el más profundo silencio. No contestar, era la mayor prueba que podía darle de
mi dignidad. Sus palabras, obscenas, no merecían cruzarse con las mías,
purísimas. Entretanto, mi Corazón estaba íntimamente unido a mi Padre Celestial.
Me consumía en deseos de dar por las almas hasta la última gota de mi Sangre.
El pensamiento de todas las que, más tarde, habían de seguirme, conquistadas
por mis ejemplos y por mi liberalidad, me encendían en amor, y no sólo gozaba
en aquel terrible interrogatorio, sino que deseaba soportar el suplicio de la Cruz.
Dejé que me trataran de loco y me
cubrieran con una vestidura blanca en señal de burla; después, en medio de
gritos furiosos, me llevaron de nuevo a la presencia de Pilotos. »
El mismo día
La Flagelación
«Mira cómo este hombre, confundido
y enredado en sus propios lazos, no sabe qué hacer de Mí, y para apaciguar el
furor del populacho manda que me hagan azotar. »
Así son las almas cobardes, que
faltas de generosidad para romper enérgicamente con las exigencias del mundo o
de sus propias pasiones, en vez de cortar de raíz aquello que la conciencia les
reprende, ceden a un capricho, se conceden una ligera satisfacción, capitulan
en parte con lo que la pasión exige. Y para acallar los remordimientos, se
dicen a sí mismas: Ya me he privado de esto, sin ver que es sólo la mitad de lo
que la gracia les pide.
Sólo diré una palabra... Alma
querida, como Pilatos me haces flagelar. Ya has dado un paso... Mañana darás
otro... ¿Crees Satisfacer así tu pasión? No...; pronto te pedirá más, y como no
has tenido valor para luchar con tu propia naturaleza en esta pequeñez, mucho
menos la tendrás después cuando la tentación sea mayor.
Miradme, almas tan amadas de mi
Corazón, dejándome conducir con la mansedumbre de un cordero al terrible y afrentoso
suplicio de la flagelación... Sobre mi cuerpo ya cubierto de golpes y agobiado de
cansancio, los verdugos descargan cruelmente, con cuerdas embreadas y con
varas, terribles azotes. Y es tanta la violencia con que me hieren, que no
quedó en Mí un solo hueso que no fuse quebrantado por el más terrible dolor...
La fuerza de los golpes me produjo innumerables heridas... Las varas arrancaban
pedazos de piel y carne divina... La Sangre brotaba de todos los miembros de mi
Cuerpo, que estaba en tal estado, que más parecía monstruo que hombre.
¡Ah! ¿Cómo podéis contemplarme en
este mar de dolor y de amargura sin que vuestro corazón se mueva a compasión? Pero
no son los verdugos los que me han de consolar, sino vosotras, almas escogidas,
aliviad mi dolor... ¡Contemplad mis heridas y ved si hay quien haya sufrido
tanto para probaros su amor!...
22 de marzo
Jesús coronado de espinas y tratado
como Rey de burla
Cuando los brazos de aquellos
hombres crueles quedaron rendidos a fuerza de descargar golpes sobre mi Cuerpo,
colocaron sobre mi cabeza una corona tejida con ramas de espinas, y Delfilando
por delante de Mí me decían: ¿Conque
eres Rey? ¡Te saludamos!...
Unos me escupían, otros me
insultaban..., otros descargaban nuevos golpes sobre mi cabeza; cada uno añadía
un nuevo dolor a mi Cuerpo maltratado y deshecho.
No rehúyo la humillación, antes me
abrazo con ella, para expiar los pecados de soberbia y atraer a las almas a
imitar mi ejemplo. Permití que me coronasen
de espinas y que mi cabeza sufriera cruelmente para expiar la soberbia de
muchas almas que rehúsan aceptar aquello que las rebaja a los ojos de las
criaturas.
Consentí que pusieran sobre mis
hombros un manto de escarnio y que me llamasen loco; para que las almas no se desdeñen
de seguirme por un camino que a los mundanos parece bajo y vil y quizá a ellas mismas
indigno de su condición. No, almas queridas, no hay camino, estado ni condición
humillante cuando se trata de cumplir la Voluntad Divina...; no queráis
resistir, buscando con vanos y soberbios pensamientos el modo de seguir la
voluntad de Dios haciendo la vuestra.
Ni creáis que hallaréis la
verdadera paz y alegría en una condición más o menos brillante a los ojos de
las criaturas... No; sólo la encontraréis en el exacto cumplimiento de la
Voluntad Divina y en la entera sumisión para aceptar todo lo que ella os pida.
Hay en el mundo muchas jóvenes que cuando
llega el momento de decidirse para contraer
matrimonio, se sienten atraídas hacia aquel en quien descubren
cualidades de honradez, vida cristiana y piadosa, fiel cumplimiento del deber,
así en el trabajo como en el seno de le familia; todo, en fin, lo que puede llenar
las aspiraciones de su corazón. Pero en aquella cabeza germinan pensamientos de
soberbia; y empiezan a discurrir así. Tal vez éste satisfaría los anhelos de mi
corazón, pero en cambio no podré figurar ni lucir en el mundo. Entonces se
ingenian para buscar otro, en el cual pasarán por más nobles, más ricas,
llamarán la atención y se granjearán la estima y los halagos de las criaturas.
¡Ay! ¡Cuán neciamente se ciegan
estas pobres almas! Óyeme, hija mía; no encontrarás la verdadera felicidad en
este mundo, y... quizá no la encuentres tampoco en el otro. ¡Mira que te pones
en gran peligro! ¿Y qué diré a tantas almas a quienes llamo a la vida perfecta,
a una vida de amor, y que se hacen sordas a mi voz? ¡Cuántas ilusiones, cuánto engaño
hay en almas que aseguran están dispuestas a hacer mi Voluntad, a seguirme, a
unirse y consagrarse a Mí, y, sin embargo, clavan en mi cabeza la corona de
espinas!
Hay almas a quienes quiero por
esposas y, conociendo como conozco los más ocultos repliegues de su corazón,
amándolas como las amo, con delicadeza infinita, deseo colocarlas allí donde en
mi sabiduría veo que encontrarán todo cuanto necesitan para llegar a una
encumbrada santidad. Allí donde mi Corazón se manifestará a ellas y donde me
darán más gloria..., más consuelo., más amor y más almas.
¡Pero cuántas resistencias!... ¡Y
cuántas decepciones sufre mi Corazón! ¡Cuántas almas ciegas por el orgullo, la
sed de fama y de honra, el deseo de contentar sus vanos apetitos, y una baja y mezquina
ambición de ser tenidas en algo..., se niegan a seguir el camino que les traza
mi amor!
Almas por Mí escogidas con tanto
cariño, ¿Creéis darme la gloria que Yo esperaba de vosotras haciendo vuestro gusto?
¿Creéis cumplir mi Voluntad resistiendo a la voz de la gracia que os llama y
encamina por esa senda que vuestro orgullo rechaza?
23 de marzo
Barrabás preferido a Jesús
Vamos a seguir hablando de estas
pobres almas que se dejan engañar por el orgullo y la soberbia. Coronado de
espinas y cubierto con un manto de púrpura, los soldados me presentaron de
nuevo a Pilatos. No encontrando en Mí delito para castigarme, Pilatos me hizo varias
preguntas, diciéndome que por qué no le contestaba siendo así que él tenía todo
poder sobre Mí... Entonces, rompiendo
mi silencio, le dije: No
tendrías ese poder si no se te hubiese dado de arriba; pero es preciso que se
cumplan las Escrituras. Y cerrando de nuevo los labios me entregué...
Pilatos, perturbado por el aviso de
su mujer y perplejo entre los remordimientos de su conciencia y el temor de que
el pueblo se amotinase contra él, buscaba medios para libertarme..., y me expuso
a la vista del populacho en el lastimoso estado en que me hallaba,
proponiéndoles darme la libertad y condenar en mi lugar a Barrabás, que era un
ladrón y criminal famoso... A una voz, contestó el pueblo: ¡Que muera y que
Barrabás sea puesto en libertad!
Almas que me amáis, ved cómo me han
comparado a un criminal y ved cómo me han rebajado más que al más perverso de los
hombres... ¡Oíd qué furiosos gritos lanzan contra Mí!... ¡Ved con qué rabia
piden mi muerte! ¿Rehusé, acaso, pasar por tan penosa afrenta? No, antes al
contrario, me abracé con ella por amor a las almas y para mostraros que este
amor no me llevó tan sólo a la muerte, sino al desprecio, a la ignominia, al
odio de los mismos por quienes iba a derramar mi Sangre con tanta profusión.
No creáis, sin embargo, que mi
naturaleza humana no sintió repugnancia ni dolor...; antes, al contrario, quise
sentir todas vuestras repugnancias y estar sujeto a vuestra misma condición, dejándoos
un ejemplo que os fortalezca en todas las circunstancias de la vida.
Ahora quiero volver a tratar de las
almas de quienes hablaba ayer. De esas almas a quienes llamo al estado
perfecto, pero vacilan, diciendo entre sí: «No puedo resignarme a esta vida de
oscuridad..., no estoy acostumbrada a
estos quehaceres tan bajos...; ¿Qué dirán mi familia, mis amistades? Y se
persuaden de que con la capacidad que tienen o creen tener, serán más útiles en
otro lugar.
Voy a responder a estas almas:
«Dime, ¿Rehusé Yo o vacilé siquiera cuando me vi nacer de familia pobre y
humilde..., en un establo, lejos de mi casa y de mi patria..., de noche..., en
la más cruda estación del año?... Después viví treinta años de trabajo oscuro y
rudo en un taller de carpintero; pasé humillaciones y desprecios de parte de
los que encargaban trabajo a mi Padre San José..., no me desdeñé de ayudar a mi
Madre en las faenas de la casa..., y, sin embargo, ¿no tenía más talento que el
que se requiere para ejercer el tosco oficio de carpintero, Yo que a la edad de
doce años enseñé a los Doctores en el Templo? Pero era la Voluntad de mi Padre Celestial
y así le glorificaba. Cuando dejé Nazaret y empecé mi vida pública, habría
podido darme a conocer por Mesías e Hijo de Dios, para que los hombres
escuchasen mis enseñanzas con veneración;
pero no lo hice porque mi único deseo era cumplir la voluntad de mi Padre...
Y cuando llegó la hora de mi Pasión,
a través de la crueldad de los unos y de las afrentas de los otros, del
abandono de los míos y de la ingratitud de las turbas..., a través del indecible martirio de mi Cuerpo y de
las vivísimas repugnancias de mi naturaleza
humana, mi alma, con mayor amor aún, se abrazaba con la Voluntad de mi Padre
Celestial... Cuando, después de haber pasado por encima de las repugnancias y
sutilezas de amor propio, que os sugiere vuestra naturaleza..., abracéis con
generosidad la Voluntad Divina, sólo entonces llegaréis a gozar de las más
inefables dulzuras, en una íntima unión de voluntades, entra el Divino Esposo y
vuestra alma.
Esto que he dicho a las almas que
sienten honor a la vida humilde y oscura, lo repito a las que, por el
contrario, son llamadas a trabajar en continuo contacto con el mundo, cuando su
atractivo sería la completa soledad y los trabajos humildes y ocultos... ¡Almas
escogidas! Vuestra felicidad y vuestra perfección no consiste en ser conocidas
o desconocidas de las criaturas, ni en emplear u ocultar el talento que poseéis...
Lo único que os procurará felicidad cumplida es hacer la voluntad dé Dios,
abrazarla con amor y por amor unirse y conformarse con entera sumisión a todo lo
que por su gloria y vuestra santificación os pida.
Basta por hoy, Josefa; mañana
continuaré. Ama y abraza mi Voluntad alegremente: ya sabes que está en todo
trazada por el Amor que me rodean, maltratándome con tanto furor, mírame al
menos, ¡Verás cuán pronto se fijan en ti mis ojos!...
«Almas que estáis
enredadas en los mayores pecados... si por más o menos tiempo habéis vivido errantes
y fugitivas a causa de vuestros delitos, si los pecados de que sois culpables
os han cegado y endurecido el corazón, si por seguir alguna pasión habéis caído
en los mayores desórdenes, ¡Ah! no dejéis que se apodere de vosotras la
desesperación, cuando os abandonen los cómplices de vuestro pecado o cuando vuestra
alma se dé cuenta de su culpa... ¡Mientras el hombre cuenta con un instante de
vida, aun tiene tiempo de recurrir a la misericordia y de implorar el perdón!
Si sois jóvenes y los escándalos de
vuestra vida pasada os han degradado ante los hombres, ¡No temáis!
Aun cuando el mundo os desprecie, os trate de malvados, os insulte, os
Abandone, estad seguros de que vuestro Dios no quiere que vuestra alma sea
pasto dé las llamas del infierno. Desea que os acerquéis a Él para perdonaros.
Si no os atrevéis a hablarle, dirigidle miradas y suspiros del corazón y pronto
seréis que su mano bondadosa y paternal os conduce a la fuente del perdón y de
la vida.
Si por malicia habéis pasado quizá
gran parte de vuestra vidaen el desorden o en la indiferencia, y cerca ya de la
eternidad, la desesperación quiere poneros una venda en los ojos, no os dejéis engañar;
aun es tiempo de perdón, y ¡Oídlo bien! Si os queda un segundo de vida,
aprovechadlo, porque en él podéis ganar la vida eterna...
Si ha transcurrido vuestra existencia
en la ignorancia y el error, si habéis sido causa de grandes daños para los
hombres, para la sociedad, y hasta para la Religión y por cualquier circunstancia
conocéis vuestro error, no os dejéis abatir por el peso de las faltas ni por el
daño de que habéis sido instrumento, sino por el contrario, dejando que vuestra
alma se penetre del más vivo pesar, abismaos en la confianza y recurrid al que
siempre os está Esperando para perdonaros todos los yerros de vuestra vida.»
Lo mismo sucede, si se trata de un
alma que ha pasado los primeros años de su vida en la fiel observancia de mis
Mandamientos, pero que ha decaído poco a poco del fervor, pasando a una vida
tibia y cómoda... Pero un día recibe una
fuerte sacudida que la despierta; entonces aparece su vida inútil, vacía, sin
méritos para la eternidad. El demonio, con infernal envidia, la ataca de mil
maneras, le inspira desaliento y tristeza,
abultándole sus faltas, acaba por llevarla al temor y a la desesperación.
¡Almas que tanto amo, no escuchéis
este cruel enemigo!... En cuanto sientas la emoción de la gracia y antes de que
sea más fuerte la lucha, acude a mi Corazón, pídele que vierta una gota de su
Sangre sobre tu alma. ¡Ven a Mí! Ya sabes dónde me encuentro, en los brazos
paternales de tus Superiores. Allí estoy bajo el velo de la fe. Levanta ese
velo y dime con entera confianza tus penas, tus miserias, tus caídas... Escucha con respeto mis palabras y no temas
por lo pasado. Mi Corazón lo ha sumergido en el abismo de mi misericordia y mi amor
te prepara nuevas gracias. Tu vida pasada te dará la humildad que te llenará de
méritos, y si quieres darme la mejor prueba de amor, ten confianza y cuenta con
mi perdón. Cree que nunca llegarán a ser mayores tus pecados que mi
misericordia, pues es infinita.
«¡Josefa! Permanece sumergida en el
abismo de mi amor y pide que las almas se dejen penetrar de esos sentimientos!
»
26 de marzo, Lunes Santo
Camino del Calvario
«Vamos a continuar, Josefa; sígueme
en el camino del Calvario, agobiado bajo el peso de la Cruz. En tanto que mi
Corazón estaba profundamente abismado en la tristeza por la eterna perdición de
Judas, los crueles verdugos, insensibles a mi dolor, cargaron sobre mis hombros
llagados la dura y pesada Cruz en que había de consumar el misterio de la Redención
del mundo.
¡Contempladme, ángeles del cielo!...
¡Ved al Creador de todas las maravillas, al Dios a quien rinden adoración los
espíritus celestiales, caminando hacia el Calvario y llevando sobre sus hombrón
el leño santo y bendito que va a recibir su último suspiro!...
Vedme también vosotras, almas que
deseáis ser mis fieles imitadoras. Mi Cuerpo, destrozado por tanto tormento,
camina sin fuerzas, bañado de sudor y de sangre... ¡Sufro... sin que nadie se
compadezca de mi dolor!... La multitud me acompaña y no hay una sola persona
que tenga piedad de Mí!... ¡Todos me rodean como lobos hambrientos, deseosos de
devorar su presa!
¡La fatiga que siento es tan grande
y la Cruz tan pesada, que a mitad del camino caigo desfallecido!... Ved cómo me
levantan aquellos hombres inhumanos del modo más brutal: uno me agarra de un
brazo, otro tira de mis vestidos, que estaban pegados a mis heridas! éste me
coge por el cuello, otro por los cabellos, otros descargan terribles golpes en todo
mi Cuerpo, con los puños y hasta con los pies. La Cruz cae encima de Mí y su
peso me causa nuevas heridas. Mi rostro roza con las piedras del camino, y con
la Sangre que por él corre, se pegan a mis ojos y a toda mi Sagrada Faz el
polvo y el lodo,
y quedo convertido en el objeto más repugnante.
El mismo día.
Encuentro con la Santísima Virgen
Seguid conmigo unos momentos y a
los pocos pasos me veréis en presencia de mi Madre Santísima, que con el
Corazón traspasado de dolor sale a mi encuentro para dos fines: cobrar nueva
fuerza para sufrir a la vista de su Dios..., y dar a su Hijo con su actitud
heroica aliento para continuar la obra de la Redención.
Considerad el martirio de estos dos
Corazones:
Lo que más ama mi Madre es su
Hijo..., y no puede darme ningún alivio, y sabe que su vista aumentará mis
sufrimientos. Para Mí lo más grande es mi Madre, y no solamente no la puedo
consolar, sino que el lamentable estado en que me ve procura a su Corazón un
sufrimiento semejante al mío. ¡La muerte que Yo sufro en el Cuerpo la recibe mi
Madre en el Corazón! ¡Ah! ¡Cómo se clavan en Mí sus ojos, y los míos, oscurecidos y ensangrentados, se
clavan también en Ella! No pronunciamos una sola palabra; pero ¡Cuántas cosas
se dicen nuestros Corazones en esta dolorosa mirada!...
Sí, mi Madre estuvo presente a
todos los tormentos de mi Pasión, que por revelación divina se presentaba a su
espíritu. Además, varios discípulos, aunque permaneciendo lejos por miedo a los
judíos, procuraban enterarse de todo e informaban a mi Madre. Cuando supo que
ya se había pronunciado la sentencia de muerte, salió a mi encuentro y no me
abandonó hasta que me depositaron en el sepulcro.
27 de marzo, Martes Santo
El Cireneo
Sigue contemplándome, Josefa...; la
comitiva avanza hacia el Calvario...
Aquellos hombres inicuos, temiendo
verme morir antes de llegar al término, se entienden entre sí para buscar a alguien
que me ayude a llevar la Cruz, y alquilan a un hombre de las cercanías llamado
Simón. Mira detrás de Mí a Simón ayudándome
a llevarla, y considera, ante todo, dos cosas: Este hombre, aunque de buena
voluntad, es un mercenario, porque si me acompaña y comparte conmigo el peso de
la Cruz, es porque ha sido «alquilado». Por eso, cuando siente demasiado cansancio
deja caer más peso sobre Mí, y así caigo en tierra dos veces. Además, este hombre
me ayuda a llevar parte de la Cruz, pero no toda la Cruz.
Veamos el sentido de estas dos
circunstancias.
Hay muchas almas que caminan así en
pos de Mí. Se comprometen a ayudarme a llevar la Cruz, pero todavía desean consuelo
y descanso; consienten en seguirme y con este fin han abrazado la vida
perfecta; pero no abandonan el propio interés, que sigue siendo, en muchos
casos, su primer cuidado: por eso vacilan y dejan caer mi Cruz cuando les pesa
demasiado. Buscan la manera de sufrir lo menos posible, miden su abnegación,
evitan cuanto pueden la humillación y el cansancio..., y acordándose, quizá con
pesar de lo que dejaron, tratan de procurarse ciertas comodidades, ciertos
placeres. En una palabra, hay almas tan interesadas y tan egoístas, que han
venido en mi seguimiento más por ellas que por Mí... Se resignan tan sólo a
soportar lo que no pueden evitar o aquello a que las obligan...
No me ayudan a
llevar más que una partecita de mi Cruz, y de tal suerte, que apenas pueden
adquirir los méritos indispensables para su salvación. Pero en la eternidad
verán ¡qué atrás se han quedado en el camino que debían recorrer!...
Por el contrario, hay almas, y no
pocas, que, movidas por el deseo de su salvación, pero, sobre todo, por el amor
que les inspira la vista de lo que por ellas he sufrido, se deciden a seguirme
por el camino del Calvario; se abrazan con la vida perfecta y se entregan a mi
servicio, no para ayudarme a llevar parte de la Cruz, sino para llevarla
entera. Su único deseo es descansarme..., consolarme...; se ofrecen a todo
cuanto les pida mi Voluntad, buscando cuanto pueda agradarme; no piensan en los
méritos ni en la recompense que les espera, ni n el cansancio, ni en el
sufrimiento...; lo único que tienen presente es el amor que me demuestran y el
Consuelo que me procuran.
Si mi Cruz se presenta bajo la
forma de una enfermedad, si se oculta debajo de una ocupación contraria a sus
inclinaciones o poco conforme a sus aptitudes, si va acompañada de algún olvido
de las personas que las rodean, la aceptan con entera sumisión.
Suponed que, llenas de buenos
deseos y movidas de grande amor a mi Corazón y de celo por las almas, hacen lo
que creen mejor en tal o cual circunstancia; mas en vez del resultado que esperaban
recogen toda clase de molestias y humillaciones... Esas almas que obran sólo a
impulsos del amor se abrazan con todo, y viendo en ello mi Cruz, la adoran y se
sirven de ella para procurer mi Gloria.
¡Ah! estas almas son las que
verdaderamente llevan mi Cruz, sin otro interés ni otra paga que mi amor... Son
las que me consuelan y glorifican.
Tened, ¡almas queridas! como cosa
cierta, que si vosotras no veis el resultado de vuestros sufrimientos y de
vuestra abnegación, o lo veis más tarde, no por eso han sido vanos e
infructuosos; antes, por el contrario; el fruto será abundante. El alma que ama
de veras no cuenta lo que ha trabajado, ni pesa lo que ha sufrido. No regatea
fatigas ni trabajos. No espera recompensa: busca tan sólo aquello que cree de
mayor gloria para su Amado. No se turba ni se inquieta, y mucho menos pierde la
paz si, por cualquier circunstancia, se ve contrariada y aun tal vez perseguida
y humillada, porque el único móvil de sus actos es el amor y sólo por amor ha
obrado.
Estas son las almas que no buscan
salario. Lo único que esperan es mi consuelo, mi descanso y mi gloria. Estas
son las que llevan toda mi Cruz y todo el peso que mi Voluntad Santa quiere cargar
sobre ellas.
28 de marzo, Miércoles Santo
Crucifixión
¡Ya estamos cerca del Calvario! ¡La
multitud se agita porque se acerca el terrible momento... Extenuado de fatiga,
apenas si puedo andar! Tres veces he caído en el trayecto. Una, a fin de dar
fuerza de convertirse a los pecadores habituados
al pecado; otra, para dar aliento a las almas que caen por fragilidad, y a las
que ciega la tristeza o la inquietud; la tercera, para ayudarlas a salir del
pecado a la hora de la muerte. ¡Mira con qué crueldad me rodean estos hombres
endurecidos! Unos tiran de la Cruz y la tienden en el suelo; otros me arrancan
los vestidos pegados a las heridas, que se abren de nuevo y vuelve a brotar la
Sangre.
Mirad, ¡almas queridas! ¡cuánta es
la vergüenza que padezco al verme así ante aquella inmensa muchedumbre! ¡Qué
dolor para mi cuerpo y que confusión para mi alma!... Los verdugos me arrancan
la túnica que con tanta delicadeza y esmero me vistió mi Madre en mi infancia y
que había ido creciendo a medida que Yo crecía, ¡y la sortean!... ¿Cuál sería
la aflicción de mi Madre, que contemplaba esta terrible escena?...
¡Cuánto hubiera deseado Ella conservar
aquella túnica teñida y empapada ahora con mi Sangre!
«Pero... ha llegado la hora, y
tendiéndome sobre la Cruz, los verdugos cogen mis brazos y los estiran para que
lleguen a los taladros preparados en ella. Con tal atroces sacudidas todo mi Cuerpo
se quebranta, se balancea de un lado a otro y las espinas de la corona penetran
en mi cabeza más profundamente.
¡Oíd el primer martillazo que clava
mi mano derecha...; resuena hasta las profundidades de la tierra!... Ya clavan
mi mano izquierda...; ante semejante espectáculo los cielos se estremecen; los
ángeles se postran. ¡Yo guardo profundo silencios... ¡Ni una queja se escapa de
mis labios!
Después de clavarme las manos,
tiran cruelmente de los pies...; las llagas se abren..., los nervios se
desgarran..., los huesos se descoyuntan... ¡El
dolor es inmenso!... ¡Mis pies quedan traspasados..., y mi Sangre baña
la tierra! »
Contemplad un instante estas manos
y estos pies ensangrentados..., este
cuerpo desnudo, cubierto de heridas y de Sangre... Esta cabeza traspasada por
agudas espinas, empapada en sudor, llena de polvo y de sangre...
Admirad el silencio, la paciencia y
la conformidad con que acepto este cruel sufrimiento. ¿Quién es el que sufre
así víctima de tales ignominias? ¡Es Jesucristo, el Hijo de Dios!... El que ha hecho
los cielos, la tierra, el mar y todo lo que existe...; el que ha creado al
hombre, el que todo lo sostiene con su poder infinito... Está ahí inmóvil...,
despreciado..., despojado de todo... Pero muy pronto será imitado y seguido por
multitud de almas que abandonarán bienes de fortuna, patria, familia, honores,
bienestar y cuanto sea necesario para darle la gloria y el amor que le son
debidos»
«¡Estad atentos, Ángeles del Cielo!
y vosotros, todos los que me amáis. Los
soldados van a dar la vuelta a la Cruz
para remachar los clavos y evitar que, con el peso de mi cuerpo, se salgan y lo
dejen caer. ¡Mi cuerpo va a dar a la tierra el beso de paz! ¡Mientras los
martillazos resuenan por el espacio, en la cima del Calvario se realiza el espectáculo
más admirable!... A petición de mi Madre, que contemplando lo que pasaba y
siéndole a Ella imposible darme alivio, implora la misericordia de mi Padre Celestial..., legiones de Ángeles bajan
a sostener mi cuerpo adorable para evitar que roce la tierra y que lo aplaste
el peso de la Cruz...»
«¡Contempla a tu Jesús tendido en
la Cruz! sin poder hacer el menor
movimiento..., desnudo..., sin
fama..., sin honra, sin libertad...
Todo se lo han arrebatado... ¡No hay quien se apiade y se compadezca de su
dolor...; solo recibe tormentos, escarnios y burlas! si me amas de veras, ¿qué no
harás para asemejarte a Mí? ¿A qué no estarás dispuesta para consolarme? Y ¿qué
rehusarás a mi amor?
Ahora póstrate en tierra y deja que
te diga una palabra: ¡Que mi Voluntad triunfe en ti! ¡Que mi Amor te destruya! ¡Que
tu miseria me glorifique! »
30 de marzo, Viernes Santo
Las siete palabras
«Josefa, ya conoces mis sufrimientos...
Sígueme en ellos... Acompáñame y toma parte en mi dolor...»
«¡Ya ha llegado la hora de la Redención
del mundo! Me van a levantar y a ofrecer como espectáculo de burla..., pero
también de admiración... ¡Esta Cruz que hasta aquí era el patíbulo donde expiraban
los criminales, es ahora la luz del mundo, el objeto de mayor veneración.
En mis llagas encontrarán los pecadores el
perdón y la vida... ¡Mi Sangre lavará y borrará todas sus manchas!... ¡En mis
llagas las almas puras vendrán para saciar su sed y abrasarse en
amor!... ¡En ellas podrán
guarecerse y fijar
su morada!...»
Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen
«No han conocido al que es su vida. ¡Han
descargado sobre Él todo el furor de sus iniquidades!... Mas, Yo os lo ruego,
¡oh Padre mío!, descargad sobre ellos la fuerza de vuestra misericordia.»
Hoy estarás conmigo en el Paraíso «Porque
tu fe en la misericordia de tu Salvador ha borrado tus crímenes...; ella te
conduce a la vida eterna.»
Mujer, he ahí a tu hijo
«¡Madre
mía!, he ahí
a mis hermanos...
¡Guárdalos!... ¡Ámalos! » No estáis solos, vosotros por quienes he dado
mi vida. Tenéis ahora una Madre a la que podéis recurrir en todas vuestras
necesidades. Y ahora el amor me lleva a unir a todos los hombres con lazos de
hermandad, dándoles a todos mi misma Madre.
Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me habéis
desamparado?
«Sí, el alma tiene ya derecho a decir a
Dios: ¿Por qué me has desamparado?... Porque, después de consumado el misterio
de la Redención, el hombre ha vuelto a ser hijo de Dios, hermano de Jesucristo,
heredero de la vida eterna...»
Tengo sed
«¡Oh! ¡Padre mío!... Tengo sed de vuestra
gloria..., y he aquí que ha llegado la hora... En adelante, realizándose mis
palabras, el mundo conocerá que sois Vos el que me enviasteis y seréis glorificado.
Tengo sed de almas, y para refrigerar esta sed he derramado hasta la última
gota de mi Sangre. Por eso puedo decir:
Todo está consumado
«Ahora se ha cumplido el gran misterio de
Amor, por el cual Dios entregó a la muerte a su propio Hijo para devolver al
hombre la vida... Vine al mundo para hacer vuestra Voluntad. Padre mío, ¡ya está
cumplida!»
En vuestras manos encomiendo mi espíritu
«A Vos entrego mi alma... Así las almas
que cumplen mi Voluntad, podrán decir con verdad: Todo está consumado... ¡Señor
mío y Dios mío! Recibid mi alma, la pongo en vuestras manos...»
«Josefa, lo que has oído, escríbelo;
quiero que las almas lo lean, a fin de que las que tengan sed se refrigeren...,
las que tengan hambre se sacien...»
Tomado de: Un Llamamiento al Amor
De: Sor Josefa Menéndez
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