Detrás de la casa, alejándose un poco por
el camino hacia el monte, la Santísima Virgen se había preparado una especie de
vía crucis. Cuando todavía vivía en Jerusalén después de la muerte del Señor,
María nunca dejó de hacer allí su vía crucis con lágrimas y compartiendo la
Pasión. Había medido en pasos las distancias entre los lugares del camino donde
Jesús había padecido, y su amor no podía vivir sin la permanente contemplación
del vía crucis. Poco después de llegar aquí la ví andar diariamente montaña arriba
un trecho de camino detrás de su casa, contemplando la Pasión. Al principio iba
sola midiendo en pasos, cuyo número tantas veces había contado, la distancia
entre los lugares donde al Salvador le había ocurrido algo, y en cada uno de
estos lugares ponía una piedra o marcaba un árbol si lo había. El camino se
internaba por un bosque donde marcó el Calvario en una colina, y puso el
sepulcro de Cristo en una cuevecita de otra colina.
«Oh, hijo mío, hijo mío»
Cuando ya tuvo medidas las doce estaciones
de su vía crucis, ella y su doncella iban en serena contemplación, se sentaban
en el suelo en cada una de las estaciones y renovaban en el corazón el misterio
de su significado y alababan al Señor por su amor entre lágrimas de compasión.
[...]
Después del tercer año de estancia aquí,
María tenía grandes ansias de ir a Jerusalén, y Juan y Pedro la llevaron allí.
Me parece que se habían reunido allí varios apóstoles. Vi a Tomás. Creo que era
un concilio y que María los asistía con sus consejos.
A su llegada, por la tarde ya oscurecido,
vi que antes de entrar en la ciudad, visitó el Monte de los Olivos, el
Calvario, el Santo Sepulcro y todos los santos lugares de los alrededores de
Jerusalén. La Madre de Dios estaba tan triste y conmovida por la pena que apenas
podía tenerse de pie, y Pedro y Juan la tenían que llevar sosteniéndola bajo
los brazos. Ella todavía vino otra vez aquí (a Jerusalén) desde Éfeso, año y
medio antes de su muerte, y entonces la vi visitar los santos lugares con los
apóstoles, embozada y otra vez por la noche. Estaba indeciblemente triste y
suspiraba continuamente «Oh, hijo mío, hijo mío».
Creyeron que moría:
Cuando llegó a la puerta trasera del
palacio donde se encontró con Jesús desplomado bajo el peso de la cruz, María
cayó al suelo sin sentido, conmovida por el doloroso recuerdo. Sus acompañantes
creyeron que se moría. La llevaron al Cenáculo en Sión, en uno de cuyos
edificios delanteros estaba viviendo, y allí estuvo unos días, tan débil y
enferma y con tantos desmayos que muchas veces se esperó su muerte....».
Las indicaciones de Emmerich llevaron a la
casa de la Virgen:
La beata Ana Catalina Emmerich (1774-1824)
fue una religiosa alemana cuyas visiones asombraron a una época. Humilde
granjera, después costurera y sirvienta, ingresó a los 28 años en el convento
agustino de Agnetemberg, en Dülmen, un pueblo de Westfalia. No tardaron en
aparecer en su cuerpo cinco llagas como las de Jesucristo, lo que dio lugar a
una dura investigación. Llegó a ser encarcelada y sometida a vigilancia día y
noche con el objeto de averiguar el origen de esas heridas, que no pudo
determinarse. Juan Pablo II la beatificó en 2004.
Tomado de: Religión en Libertad
Extracto del capítulo «La Santísima Virgen
en Éfeso» del libro «La vida oculta de la Virgen María» (Voz de Papel).
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