Recuerda que donde esté Jesús
Eucaristía todo el lugar está lleno de ángeles postrados en adoración, además
de Su Madre, la Santísima Virgen María y todos los santos del cielo.
Escuchad este mensaje que va
dirigido a todos los hombres del mundo sin distinción. Y pensad que lo más
profundo de su amor Dios lo revela en aquellas almas que se entregan por entero
a Él.
No es preciso, hijo mío, saber mucho
para agradarme mucho; basta que me ames con fervor. Háblame, pues, aquí
sencillamente, como hablarías a tu madre, a tu hermano.
¡Necesitas hacerme a favor de
alguien una súplica cualquiera?
Dime su nombre, bien sea el de tus
padres, bien el de tus hermanos y amigos; dime en seguida qué quisieras que
hiciese actualmente por ellos. Pide mucho, mucho, no vaciles en pedir; me
gustan los corazones generosos que llegan a olvidarse en cierto modo de sí
mismos, para atender a las necesidades ajenas. Háblame así, con sencillez, con
llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes
ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los
amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todas una
palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa. Recuérdame que he prometido
escuchar toda súplica que salga del corazón; y ¿no ha de salir del corazón; el
ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón especialmente ama?
Y para ti, ¿no necesitas alguna
gracia?
Hazme, si quieres, una como lista de
tus necesidades, y ven, léela en mi presencia.
Dime francamente que sientes
soberbia, amor a la sensualidad y al regalo; que eres tal vez egoísta,
inconstante, negligente…; y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos,
pocos o muchos que haces para quitar de ti tales miserias.
No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay
en el cielo tantos justos, tantos Santos de primer orden, que tuvieron esos
mismos defectos! Pero rogaron con humildad…; y poco a poco se vieron libres de
ellos.
Ni menos vaciles al pedirme bienes
espirituales y corporales: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos,
negocios o estudios; todo eso puedo darte y lo doy, y deseo que me lo pidas en
cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy,
¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer por tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo
de favorecerte!
¿Traes ahora mismo entre manos algún
proyecto?
Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué
te preocupa? ¿Qué piensas? ¿Qué deseas? ¿Qué quieres que haga por tu hermano,
por tu amigo, por tu superior? ¿Qué desearías hacer por ellos?
¿Y por Mí? ¿No sientes deseos de mi
gloria? ¿No quisieras hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes
amas mucho, y que viven quizás olvidados de Mí?
Dime qué cosa llama hoy
particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente, y con qué medios
cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu empresa, y yo te diré las
causas del mal éxito. ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo
mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo,, sin perjuicio de su
libertad, adonde me place. ¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame,
cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te
hirió? ¿Quién lastimó tu amor propio? ¿quién te ha despreciado? Acércate a mi
Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo. Dame
cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí todo lo
perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición.
¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu
alma aquella vaga melancolías, que no por ser infundadas dejan de ser
desgarradoras? Échate en brazos de mi providencia. Contigo estoy; aquí, a tu
lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
¿Sientes desvío de parte de personas
que antes te quisieron bien, y ahora olvidadas se alejan de ti, sin que les
hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado, si no
han de ser obstáculo a tu santificación.
¿Y no tienes tal vez alegría alguna
que comunicarme?
¿Por qué no me haces partícipe de
ella soy un buen amigo?
Cuéntame lo que hiciste desde ayer,
desde la última visita que me hiciste, has consolado y hecho como sonreír a tu
corazón?, Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá has visto disipados
negros recelos, quizá has recibido faustas noticias, alguna carta o muestra de
cariño; has vencido alguna dificultad, o salido de algún lance apurado.
Obra mía es todo esto, y yo te lo he
proporcionado; ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud y decirme
sencillamente, como un hijo a su padre: “ ¡Gracias, Padre mío, gracias!” El
agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque el bienhechor le gusta
verse correspondido.
¿Tampoco tienes promesa alguna para
hacerme?
Veo, ya lo sabes, en el fondo de tu
corazón. A los hombres se les engaña fácilmente;
a Dios, no.
a Dios, no.
Háblame, pues, con toda sinceridad.
¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a aquella ocasión de pecado?
¿De privarte de aquel objeto que te dañó? ¿De no leer más aquel libro que
exaltó tu imaginación?
¿De no tratar más aquella persona que turbó la paz de tu alma?
¿Volverás a ser dulce, amable y
condescendiente con aquella otra a quien, por haberte faltado, has mirado hasta
hoy como enemiga?
Ahora bien, hijo mío; vuelve a tus
ocupaciones habituales, al taller, a la familia, al estudio…; pero no olvides
los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la
soledad del santuario. Guarda, en cuanto puedas, silencio, modestia,
recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi madre, que lo es
también tuya, la Virgen Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más
amoroso, más entregado a mi servicio. En mi Corazón encontrarás cada día nuevo
amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.
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