¡Oh Augusta Reina de los Cielos y Señora de los Ángeles!
Pues habéis recibido de Dios el poder y la misión de aplastar la cabeza de la serpiente infernal; dignaos escuchar benigna las súplicas que humildemente os dirigimos; enviad la santas legiones para que, bajo vuestras ordenes, combatan a los demonios, donde quiera repriman su audacia y los persigan hasta precipitarlos al abismo.
¿Quién como Dios? Santos Ángeles y Arcángeles, defendednos y guardadnos. ¡Oh buena y tierna Madre! Vos seréis siempre nuestro amor y nuestra esperanza. ¡Oh divina Madre! Enviad los Santos Ángeles para defendernos y rechazar lejos al demonio, nuestro mortal enemigo. Amén.
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El
señor Cestac (fundador de la Congregación de las Siervas de María), fue el
depositario de esta oración. Lo primero que hizo fue presentarla a Monseñor
Lacroix, obispo de Bayona, quien le dio su aprobación. Inmediatamente mandó
imprimir medio millón de ejemplares, que distribuyó gratis por todas partes.
No
estará demás advertir que, durante la primera impresión, las máquinas se
rompieron dos veces. La oración a la Reina de los Ángeles se extendió
rápidamente y fue aprobada por muchos obispos y arzobispos.
San
Pío X concedió trescientos días de indulgencia a quienes la rezaren.
(Imprimátur
del Vicario General de Buenos Aires, 29 de febrero de 1912)
-“Regina
Angelorum”, publicación de la Orden de María Reina, Pascua de 1978
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