El Miércoles de Ceniza, llamado en la tradición
litúrgica de la Iglesia “miércoles al inicio del ayuno”, comienza con el
austero rito de la imposición de la ceniza, y, de este modo, inaugura la
Cuaresma. La Cuaresma es una preparación para celebrar el misterio de la
Pasión, muerte y resurrección de Cristo.
El Miércoles de Ceniza está muy unido con la
penitencia, que se expresaba entre los hebreos cubriéndose la cabeza de ceniza
y vistiéndose de aquel áspero paño llamado cilicio.
En la Bilia, Judit, antes de emprender la ardua
empresa de liberar Betulia, “entró en
su oratorio y, vestida con el cilicio, cubrió de cenizas su cabeza y, postrándose delante de Dios,
oró” (Jud 9, 1).
Jesús mismo, deplorando la impenitencia de las
ciudades de Corozaín y de Betsaida, dice que merecerán el mismo fin que Tiro y
Sidón, si no hacen penitencia con ceniza y cilicio (Mt 11, 21).
He aquí por qué Tertuliano, san Cipriano, san
Ambrosio, san Jerónimo y otros Padres y escritores cristianos antiguos aluden
frecuentemente a la penitencia in
cinere et cilicio.
Y la Iglesia, cuando en los siglos V y VI organizó la
“penitencia pública”, escogió la ceniza y el saco para señalar el castigo de
aquellos que habían cometido pecados graves y notorios.
El período de esa penitencia canónica comenzaba
precisamente en este día y duraba hasta el Jueves Santo.
En la Roma del siglo VII, los penitentes se
presentaban a los presbíteros, hacían la confesión de sus culpas y, si era del caso,
recibían un vestido de cilicio impregnado de ceniza, quedando excluidos de la
iglesia, con la prescripción de retirarse a alguna abadía para cumplir la
penitencia impuesta en aquella Cuaresma.
En otras partes, los penitentes públicos cumplían
su pena privadamente, es decir, en su propia casa.
Era general la costumbre de comenzar la Cuaresma con
la confesión, no sólo para
purificar el alma, sino también para recibir más frecuentemente la Comunión.
La confesión de los propios pecados estaba siempre
orientada a tener “comunión con el altar”, es decir, a poder acceder al
sacramento eucarístico, pues la Iglesia vive de la Eucaristía.
El primer formulario de bendición de cenizas data del
siglo XI. El rito de imponer cenizas sobre la cabeza de los penitentes, gesto
de gran carga simbólica, se extendió rápidamente por Europa.
Las cenizas, que provienen de la combustión de los
ramos de olivo del Domingo de Ramos del año anterior, se depositaban sobre la
cabeza de los varones. A las mujeres se les hacía una cruz sobre la frente.
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