sábado, 29 de julio de 2017

La Beata Imelda - Patrona de la Primera Comunión

Esta niña angelical nació en la ciudad de Bolonia en 1322. Era hija de los Condes de Lambertini, ilustres en nobleza y en virtud. La condesa, desconsolada porque no tenía hijos, había rogado fervorosamente para que le fuese concedida una hijita, y, según se dice, obtuvo tal merced del Cielo por medio del Santísimo Rosario, del cual era devotísima.

La pequeña Imelda pronto llamó la atención por sus celestiales inclinaciones. Cuando lloraba, se sentía consolada al oír los nombres de Jesús y de María; cuando comenzó a hablar, fueron estos nombres dulcísimos los que pronunció con más frecuencia. A veces, la encontraban con las manos levantadas al cielo, en oración, y con los ojos anegados en lágrimas de ternura.

Permanecía largos ratos sobre las rodillas de su madre, aprendiendo las primeras oraciones. Era muy devota de la Madre de Dios, y, sobre todo, de la Sagrada Eucaristía. Pasaba muchas horas delante del Sagrario, como extasiada, y, con mucha frecuencia, se alejaba de las fiestas de familia, y se iba al oratorio del palacio, prefiriendo a todo bullicio el encanto de aquel altarcito, que ella misma arreglaba y adornaba con flores. Más de cuatro veces se habían preguntado sus parientes: "¿Qué llegará a ser, con el tiempo, esta niña?”

Apenas tenía nueve años cuando ya la voz de Dios se había dejado oír claramente en su alma, y la había invitado al recogimiento del claustro. Es cierto que era todavía muy jovencita para ser religiosa, pero su falta de edad era compensada por sus bellas cualidades y por su juicio de persona mayor. En aquella época, varios niños y niñas habían entrado en algunos conventos.

Así fue como Imelda pudo satisfacer pronto sus ansias de unirse con Jesucristo. Sin hacer caso de las advertencias de los parientes, ni de ninguna consideración humana, entró bien decidida y con el corazón lleno de alegría, en el monasterio dominico de Val di Pietri.

No había hecho aún la Primera Comunión, pues los niños, en aquel tiempo, no eran tan dichosos como ahora, cuando, por voluntad de la Santa Iglesia, pueden comulgar tan pronto. A pesar de que la costumbre de la época era recibir la Primera Comunión a los 15 años, ella ya hablaba de lo mucho que deseaba recibir a Nuestro Señor cuando sólo tenía 5 años.

Pero no se trataba de una niña queriendo imitar lo que hacían los mayores. Ella realmente entendía la Eucaristía, mucho más de lo que muchos pensaban. A pesar de ser solo una niña, ella solía preguntarle a los mayores; “Dime, ¿Alguien puede recibir a Jesús en su corazón y no morir?” Por esta causa suspiraba siempre por el día más feliz de su vida, y era tan grande el concepto que tenía de la Eucaristía, que no podía entender cómo era posible no morir de amor al recibir el Pan de los Ángeles. Reiteradamente había suplicado al sacerdote que la dejase comulgar, pero no obtuvo esta gracia; su edad lo impedía; era demasiado pequeña.

Mas, he aquí que, el día 12 de mayo de 1333, cuando ya habían comulgado todas las monjas y cuando ya había sido cerrada la puerta del Sagrario y estaban apagados los cirios del altar, mientras las religiosas se dirigían a sus ocupaciones, Imelda se quedó postrada en tierra, en el coro, con gran desconsuelo. De repente, el coro se iluminó con una luz milagrosa y se llenó de un aroma suavísimo, que, esparciéndose por todo el convento, atrajo otra vez hacia la iglesia a todas las monjas. 

Una Hostia se movía sola, en el aire, y parecía que quería ir hacia la monja niña, que se derretía de amor, temblorosa y con las manos juntas, bajo la influencia del Sol de las almas. Al ver tal milagro, el sacerdote entendió claramente la voluntad de Dios, se revistió de nuevo, y tomando la Hostia que flotaba en el espacio, administró a Imelda la Sagrada Comunión.

Entonces Imelda cerró los ojos a toda cosa exterior, juntó las manos, inclinó la cabeza... y pareció quedar dormida. Pero pronto su color rosado se transformó en un color ligeramente blanquecino, y pasaron varias horas sin que se desvaneciera el encanto. Entonces las monjas presintieron lo que sucedía; se acercaron a ella, la llamaron, pero no respondió; estaba muerta, muerta de amor a Jesús, tal como se había imaginado...

Un gran gentío acudió a Valdi Pietri para ver el cuerpo de la joven novicia. Y nadie dudó en venerarla enseguida como bienaventurada.

Cada año, el día 12 de mayo se celebra en el convento con toda solemnidad. Los Papas vieron siempre con buenos ojos este culto, hasta que, por fin, un decreto de León XII, en 1826, la declaró Beata, autorizando su oficio litúrgico y Misa propia.

Fue proclamada Patrona de las Primeras Comuniones en 1910 por el Papa San Pío X.

El cuerpo de la Beata Imelda Lambertini se mantiene intacta después de más de 675 años en su ciudad natal de Bolonia, el campo Italiano.




Oraciones

DE LOS NIÑOS A SU PATRONA, SANTA IMELDA

Niña querida del Niño Jesús, moriste de amor a Él en la hora misma de recibir tu Primera Comunión; sé tú mi intercesora para con el divino Niño. Preséntale mi corazón; suple lo que a mí me falta para serle agradable; alcánzame la gracia de comulgar con las debidas disposiciones; tráemelo a mi lado a la hora de mi muerte para que mi alma expire abrazada a Él y en compañía de ambos viva y reine en el cielo por los siglos de los siglos. 
Amén


IMELDA

Por Jacinto Verdaguer [1]
(1845-1902)

De Jesús sacramentado
Imelda está enamorada:
ante él se pasa las noches
del atardecer al alba.

Mas, ¡ay!, las pasa llorando,
de mal de amor y añoranza.
De su sangre tiene sed,
y hambre de su carne santa;
y no puede todavía
comer el pan de las almas.

Le falta un abril a dos
para ser de Él enamorada:
muy linda tendrá que ser
si tan grande Amor la enramada.

A las plantas de Jesús
llora la pobre novicia:
Me dicen que por pequeña
no comulgo todavía.

Pues vos, ¡mi amable Jesús!,
¿Por ventura no decías:
"Dejad que los pequeñuelos
vengan en mi compañía?"
¿No amabais vos a los niños?
¿No lo erais vos, mi delicia?

Jesús, ¡compasión de mí,
que de amor me siento herida!
Si no me acudís bien presto,
no me encontraréis ya viva.

El día de la Ascensión
despierta antes que la aurora:
sale al jardín del convento
a cortar lirios y rosas.
En cada flor que recoge
pone un beso de su boca.

Dice: Al lado de mi Amor
hoy exhalarás tu aroma:
¿Yo habré de estarme lejos
habiendo de ser su esposa?

La campana del convento
al templo llama a las monjas;
ella su ramito lleva
y en el altar lo coloca,
donde quisiera quedarse
para aspirar los aromas;
no los que exhalan las flores,
sino Aquel que la enamora.

Como abejas al panal
se acercan a Dios las monjas:
ella comulgar no puede
y se está detrás de todas.

Ve cuál fluye aquella fuente
y ardiente sed la devora;
de aquellas aguas del cielo
beber no puede una gota
y en lágrimas y suspiros
su corazón desahoga.

De manos del sacerdote
de pronto vuela una Hostia,
y va hasta Imelda volando,
como blanca mariposa.

El sacerdote la sigue
y el Copón bajo coloca
para que retorne al nido
el pichoncito de gloria.

Mas Él volando, volando,
nunca desciende a la copa,
pues no quiere Separarse
de Su celestial paloma.
El sacerdote, inspirado,
lo pone a Imelda en la boca...

Ya tiene lo que ella quiere;
nada en río de delicias.
No pudiendo soportarlas
cae al suelo amortecida,
y cual cristal que se rompe
su vida al romperse... expira.

Imelda de amor.
¡Bien haya el que quiso herirla!
Quien de tal modo la hirió
bien será su medicina.
Hoy cuando asciende a los cielos
la lleva en su compañía.
¡La Primera Comunión
le es Viático a la niña!

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