La vida interior
podría consistir en esta sola palabra
¡Silencio! El
silencio prepara los santos; él los comienza, los continúa y, los acaba. Dios,
que es eterno, no dice más que una sola palabra, que es el Verbo. Del mismo
modo, sería deseable que todas nuestras palabras digan Jesús directa o
indirectamente. Esta palabra: silencio ¡cuán hermosa es!
1. Hablar poco a las
creaturas y mucho a Dios
Este es el primer
paso, pero indispensable, en las vías solitarias del silencio. En esta escuela
es donde se enseñan los elementos que disponen a la unión divina. Aquí el alma
estudia v profundiza esta virtud, en el espíritu del Evangelio, en el espíritu
de la Regla que abrazó, respetando los lugares consagrados las personas, y
sobre todo esta lengua en que tan a menudo descansa el Verbo o la Palabra del
Padre, el Verbo hecho carne. Silencio al mundo, silencio a las noticias,
silencio con las almas más justas: la voz de un Àngel turbó a María...
2. Silencio en el
trabajo, en los movimientos
Silencio en el porte,
silencio de los ojos, de tos oídos, de la voz; silencio de todo el ser
exterior, que prepara al alma a pasar a Dios. El alma merece tanto como puede,
por estos primeros esfuerzos en escuchar la voz del Señor. ¡Qué bien
recompensado es este primer paso!
Dios la llama al
desierto, y por eso.; en este segundo estado, el alma aparta todo lo que podría
distraerla; se aleja del ruido, y huye sola hacia Aquél que solo es. Allí ella
saboreará las primicias de la unión divina y el celo de su Dios. Es el silencio
del recogimiento, o el recogimiento en el silencio.
3. Silencio de la
imaginación
Esta facultad es la
primera en llamar a la puerta cerrada, del jardín del Esposo; con ella vienen
las emociones ajenas, las vagas impresiones, las tristezas. Pero en este lugar
retirado, el alma dará al Bien Amado pruebas de su amor. Presentará a esta
potencia, que no puede ser destruida, las bellezas del cielo, los encantos de
su Señor, las escenas del Calvario, las perfecciones de su Dios. Entonces,
también ella permanecerá en el silencio, y será la sirvienta silenciosa del
Amor divino.
4. Silencio de la
memoria
Silencio al pasado...
olvido. Hay que saturar esta facultad con el recuerdo de las misericordias de
Dios... Es el agradecimiento en el silencio, es el silencio de la acción de
gracias.
5. Silencio a las
creaturas
¡Oh, miseria de
nuestra condición presente! A menudo el alma, atenta a sí misma, se sorprende
conversando interiormente con las creaturas, respondiendo en su nombre. ¡Oh,
humillación que hizo gemir a los santos! En ese momento esta alma debe
retirarse dulcemente a las más íntimas profundidades de este lugar escondido,
donde descansa la Majestad inaccesible del Santo de los santos, y donde Jesús,
su consolador v su Dios, se descubrirá a ella, le revelará sus secretos, v le
hará probar la bienaventuranza futura. Entonces le dará un amargo disgusto para
todo lo que no es El, y todo lo que es de la tierra. dejará poco a poco de
distraerla.
6. Silencio del
corazón
Si la lengua está
muda, si los sentidos se encuentran en la calma, si la imaginación, la memoria
y las creaturas se callan y hacen silencio, si no alrededor, si al menos en lo
íntimo de esta alma de esposa, el corazón hará poco ruido. Silencio de los
afectos, de las antipatías, silencio de los deseos en lo que tienen de
demasiado ardiente, silencio del celo en lo que tiene de indiscreto; silencio
del fervor en lo que tiene de exagerado: silencio hasta en los suspiros...
Silencio del amor en lo que tiene de exaltado, no de esa exaltación de que Dios
es autor, sino de aquella en que se mezcla la naturaleza. El silencio del amor,
es el amor en el silencio...
Es el silencio ante
Dios, suma belleza, bondad, perfección... Silencio que no tiene nada de
molesto, de forzado; este silencio no daña a la ternura, al vigor de este amor,
de modo semejante a como el reconocimiento de las faltas no daña tampoco al
silencio de la humildad, ni el batir de las alas de los ángeles de que habla el
profeta al silencio de su obediencia, ni el “Fiat” al silencio de Getsemaní, ni
el Sanctus eterno al silencio de los serafines...
Un corazón en el
silencio es un corazón de virgen, es una melodía para el corazón de Dios. La
lámpara se consume sin ruido ante el Sagrario, y el incienso sube en silencio
hasta el trono del Salvador: así es el silencio del amor. En los grados
precedentes, el silencio era todavía la queja de la tierra; en éste el alma, a
causa de su pureza, empieza a aprender la primera nota de este cántico sagrado
que es el cántico de los cielos.
7. Silencio de la
naturaleza, del amor propio
Silencio a la vista
de la propia corrupción, de la propia incapacidad. Silencio del alma que se
complace en su bajeza. Silencio a las alabanzas, a la estima. Silencio ante los
desprecios, las preferencias, las murmuraciones; es el silencio de la dulzura y
de la humildad. Silencio de la naturaleza ante las alegrías o los placeres. La flor
se abre en silencio y su perfume alaba en silencio al creador: el alma interior
debe hacer lo mismo. Silencio de la naturaleza en la pena o en la
contradicción. Silencio en los ayunos, en las vigilias, en las fatigas, en el
frío y el calor. Silencio en la salud, en la enfermedad, en la privación de
todas las cosas: es el silencio elocuente de la verdadera pobreza y de la
penitencia; es el silencio tan amable de la muerte a todo lo creado y humano.
Es el silencio del yo humano transformándose en el querer divino. Los
estremecimientos de la naturaleza no podrían turbar este silencio, porque está
por encima de la naturaleza.
8. Silencio del
espíritu
Hacer callar los
pensamientos inútiles, los pensamientos agradables y naturales; sólo éstos
dañan al silencio del espíritu, y, no el pensamiento en sí mismo, que no puede
dejar de existir. ¡Nuestro espíritu quiere la verdad, y nosotros le damos la
mentira! ¡Ahora bien, la verdad esencial es Dios! ¡Dios basta a su propia
inteligencia divina, y no basta a la pobre inteligencia humana!
Por lo que mira a una
contemplación de Dios sostenida, inmediata, no es posible en la debilidad de la
carne, a no ser que Dios conceda un puro don de su bondad; pero el silencio en
los ejercicios propios del espíritu consiste; en relación a la fe, en
contentarse con su luz oscura. Silencio a los razonamientos sutiles que
debilitan la voluntad v disecan el amor. Silencio en la intención: pureza,
simplicidad; silencio a las búsquedas personales; en la meditación, silencio a
la curiosidad; en la oración, silencio a las propias operaciones, que no hacen
más que obstaculizar la obra de Dios. Silencio al orgullo que se busca en todo,
siempre y en todas partes; que quiere lo bello, el bien, lo sublime; es el
silencio de la santa simplicidad; del desprendí-miento total de la rectitud.
Un espíritu que
combate contra tales enemigos es semejante a esos ángeles que ven sin cesar la
Faz de Dios. Esta es la inteligencia, siempre en el silencio, que Dios eleva
hasta sí.
9. Silencio del
juicio
Silencio cuanto a las
personas, silencio cuanto a las cosas. No juzgar, no dejar ver la propia
opinión. No tener opinión a veces, es decir, ceder con simplicidad, si nada se
opone a ello por prudencia o por caridad. Es el silencio de la bienaventurada.
y santa infancia, es el silencio de los perfectos, el silencio de los ángeles y
de los arcángeles, cuando siguen las órdenes de Dios. ¡Es el silencio del Verbo
encarnado!
10. Silencio de la
voluntad
El silencio a los
mandamientos, el silencio a las santas leyes de la regia, no es, por decirlo
así, más que el silencio exterior de la propia. Voluntad. El Señor tiene algo
que enseñarnos de más profundo y de más difícil: el silencio del esclavo bajo
los golpes de su amo. Pero ¡feliz esclavo, pues el Amo es Dios! Este silencio
es el de la víctima sobre el altar, es el silencio del cordero que es despojado
de su vellocino, es el silencio en las tinieblas, silencio que impide pedir la
luz, al menos la que alegra. Es el silencio en las angustias del corazón, en
los dolores del alma.; el silencio de un alma que se vio favorecida por su
Dios, y que, sintiéndose rechazada por El; no pronuncia ni siquiera estas
palabras: ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? Es el silencio en el abandono, el silencio
bajo la severidad de la mirarla de Dios, bajo el peso de su mano divina; el
silencio sin otra queja que la del amor. Es el silencio de la crucifixión, es
más que el silencio de los mártires, es el silencio de la agonía de Jesucristo.
Si, este silencio es su divino silencio, y nada es comparable a su voz, nada
resiste a su oración, nada es más digno de Dios que esta clase de alabanza en
el dolor, que este “Fiat” en el lagar; que este silencio en el trabajo de la
muerte.
Mientras esta
voluntad humilde y libre, verdadero holocausto de amor, se destroza v se
destruye para la gloria del nombre de Dios, Él la transforma en su voluntad
divina. Entonces ¿qué falta para su perfección? ¿Qué se requiere todavía para
la unión? ¿Qué falta para que Cristo sea acabado en esta alma? Dos cosas: la
primera es el último suspiro del ser humano, la segunda es una dulce atención
al Bien Amado cuyo beso divino es la inefable recompensa.
11 Silencio consigo
mismo
No hablarse
interiormente, no escucharse, no quejarse ni consolarse. En una palabra,
callarse consigo mismo, olvidarse así mismo, dejarse solo, completamente solo
con Dios; huirse, separarse de sí mismo. Este es el silencio más difícil, y sin
embargo es esencial para unirse a Dios tan perfectamente como pueda hacerlo una
pobre creatura, que, con la gracia, llega a menudo hasta aquí, pero se detiene
en este grado, porque no lo comprende y lo practica menos aún. Es el silencio
de la nada. Es más heroico que el silencio de la muerte.
12. Silencio con Dios
Al comienzo Dios
decía al alma: "Habla poco a las creaturas y mucho conmigo”. Aquí le dice.
"No me hables más”. El silencio con Dios es adherirse a Dios, presentarse
y exponerse ante Dios, ofrecerse a Él, aniquilarse ante El, adorarlo, amarlo,
escucharlo, oírlo, descansar en Él. Es el silencio de la eternidad; es la unión
del alma con Dios.
Por: Sor Amada de
Jesús (Carmelita)
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