Santa Faustina Kowalska, la monja
polaca Beatificada y Canonizada por el Papa: San Juan Pablo Segundo, vio infierno,
Purgatorio y Cielo; aquí escritos según lo narra en su Diario.
EL PURGATORIO
Estando de vacaciones en
Skolimów, nos cuenta: "Vi al Ángel de la Guarda que me dijo que le
siguiera. En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y
había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con
gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas; sólo nosotros podemos
ayudarlas. Las llamas que las quemaban, a mí no me tocaban. Mi Ángel de la
Guarda no me abandonó ni por un solo momento. Pregunté a estas almas ¿cuál era
su mayor tormento? Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la
añoranza de Dios.
Vi a la Madre de Dios que visitaba a las almas en el
purgatorio... Ella les trae alivio. Deseaba hablar más con ellas; sin embargo,
mi Ángel de la Guarda me hizo seña de salir. Salimos de esa cárcel de
sufrimiento. [Oí una voz interior] que me dijo: Mi misericordia no lo desea,
pero la justicia lo exige. A partir de aquel momento me uno más estrechamente a
las almas sufrientes".
Desde su noviciado Sor Faustina tenía comunicaciones con almas en el purgatorio: "Cuando llegamos al noviciado, la hermana X. estaba muriendo. Unos días después vino la hermana ... y me mandó ir a la Madre Maestra y decirle que su confesor, Padre Responde, celebrara a su intención una Santa Misa y tres jaculatorias. Al principio consentí, pero al día siguiente pensé que no iría a la Madre Maestra, porque no entendía bien si había sido un sueño o realidad. Y no fui. La noche siguiente se repitió lo mismo, pero más claramente; no lo dudaba. No obstante, a la mañana siguiente decidí no decirlo a la Maestra. Se lo diría sólo cuando la viera durante el día. Un momento después la encontré [a aquella hermana fallecida] en el pasillo; me reprochaba que no había ido enseguida y mi alma se llenó de gran inquietud. Entonces fui inmediatamente a hablar con la Madre Maestra y le conté lo que había sucedido. La Madre dijo que ella lo arreglaría. Enseguida la paz volvió a mi alma y tres días después aquella hermana vino y me dijo: 'Dios se lo pague'."
El valor
de la Santa Misa a favor de las almas en pena es maravilloso. Las jaculatorias
indulgenciadas también les sirven de alivio. Las almas del purgatorio ya no pueden
merecer; nosotros, sí. Por eso, la Iglesia militante no puede desentenderse de
la Iglesia en su estado de purificación definitiva.
Cualquier tipo de oración por las
almas del purgatorio les sirve de ayuda y alivio. Nos cuenta en su Diario Santa
Faustina: "En la víspera del día de los difuntos, cuando al atardecer fui
al cementerio que estaba cerrado, entreabrí un poco la puerta y dije: Si
desean, queridas almas, alguna cosa, la haré con gusto, dentro de lo que me
permite la regla. Entonces oí estas palabras: Cumple la voluntad de Dios.
Nosotras somos felices en la medida en que hemos cumplido la voluntad de Dios.
Por la noche aquellas almas
vinieron y me rogaron orar; recé mucho por ellas. Mientras la procesión volvía
del cementerio, vi una multitud de almas que junto con nosotras iban a la
capilla, rezaban junto con nosotras. Recé mucho porque tenía el permiso de las
Superioras".
Dios aplica según su santa
voluntad las oraciones que se hacen por las almas que están en purificación:
"Una vez, -nos dice Santa Faustina-, cuando entré en la capilla por cinco
minutos de adoración y recé por cierta alma, comprendí que no siempre Dios
acepta nuestras plegarias por aquellas almas por las cuales rogamos, sino que
las destina a otras almas, y no les llevamos alivio en las penas que sufren en
el fuego del purgatorio; sin embargo, nuestra plegaria no se pierde".
La Iglesia militante, purgante y
triunfante viven en estrecha unión como Cuerpo Místico de Cristo. Nos cuenta
Santa Faustina: "Una noche vino a mí una de las hermanas difuntas que ya
antes había venido algunas veces; la primera vez la vi en un estado de gran
sufrimiento, después los sufrimientos eran cada vez menores y aquella noche, la
vi resplandeciente de felicidad y me dijo que ya estaba en el paraíso; ...
Luego se acercó a mí y me abrazó cordialmente y dijo: Tengo que irme ya.
Comprendí lo estrecha que es la unión entre estas tres etapas de la vida de las
almas, es decir, la tierra, el purgatorio, el cielo".
El purgatorio no es más que un
proceso integrador y purificativo de la persona humana, que "desemboca
necesaria e inevitablemente en la consumación del hombre, es decir, en la
visión intuitiva de Dios" Escribía así Santa Faustina: "2 de
noviembre 1936. Por la tarde, después de las vísperas fui al cementerio. Después
de rezar un momento, vi a una de nuestras hermanas que me dijo: Estamos en la
capilla. Comprendí que debía ir a la capilla y rezar allí para adquirir
indulgencias. Al día siguiente, durante la Santa Misa vi tres palomas blancas
que se alzaron del altar hacia el cielo. Comprendí que no solamente estas tres
almas queridas que había visto fueron al cielo, sino también otras muchas que
habían muerto fuera de nuestro instituto. Oh, qué bueno y misericordioso es el
Señor".
En la novena de la divina Misericordia
según Santa Faustina Kowalska, el octavo día está dedicado a pedir por las
almas del purgatorio: "Hoy, tráeme a las almas que están en la cárcel del
purgatorio y sumérgelas en el abismo de mi misericordia. Que los torrentes de
mi Sangre refresquen el ardor del purgatorio. Todas estas almas son muy amadas
por Mí. Ellas cumplen con el justo castigo que se debe a mi Justicia. Está en
tu poder llevarles alivio. Haz uso de todas las indulgencias del tesoro de mi
Iglesia y ofrécelas en su nombre... Oh, si conocieras los tormentos que ellas
sufren, ofrecerías continuamente por ellas las limosnas del espíritu y
saldarías las deudas que tienen con mi justicia".
Entre las limosnas del espíritu
están también el ayuno y la obediencia. "Por la noche -nos dice Sor
Faustina- vino a verme una de las hermanas difuntas y pidió un día de ayuno y
que ese día ofreciera por ella todas las prácticas de piedad. Le contesté que
estaba de acuerdo". "Inmediatamente después de la Santa Misa pedí a
la Madre Superiora permiso para ayunar, sin embargo, no lo recibí por estar
enferma. Al entrar en la capilla oí estas palabras: '¿Si usted, hermana,
hubiera ayunado, yo hubiera recibido alivio sólo esta noche, pero por la
obediencia que le ha prohibido ayunar, he recibido el alivio inmediato? La
obediencia tiene un gran poder'. Después de esas palabras oí: Dios se lo
pague".
La oración era un recurso
frecuente en Santa Faustina a favor de las almas del purgatorio: "Una
noche vino a verme el alma de cierta jovencita y me hizo sentir su presencia
dándome a conocer que necesitaba mi oración. Recé un momento, pero su espíritu
no se alejó de mí. Entonces dije dentro de mí: Si eres un espíritu bueno,
déjame en paz y las indulgencias de mañana serán para ti. En aquel momento, ese
espíritu abandonó mi habitación; conocí que estaba en el purgatorio".
El Cielo
"Hoy, en espíritu, estuve en
el cielo y ví estas inconcebibles bellezas y la felicidad que
nos esperan después de la muerte. Vi cómo todas las criaturas dan incesantemente
honor y gloria a Dios; ví lo grande que es la felicidad en Dios que se derrama
sobre todas las criaturas, haciéndolas felices; y todo honor y gloria que las
hizo felices vuelve a la Fuente y ella entran en la profundidad de Dios,
contemplan la vida interior de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nunca
entenderán ni penetrarán.
Esta fuente de felicidad es
invariable en su esencia, pero siempre nueva, brotando para hacer felices a
todas las criaturas. Ahora comprendo a San Pablo que dijo: Ni el ojo vio, ni
oído oyó, ni entró al corazón del hombre, lo que Dios preparó para los que le
aman.
Y Dios me dio a conocer una sola
y única cosa que a sus ojos tiene el valor infinito, y éste es el amor de Dios,
amor, amor y una vez más amor, y con un acto de amor puro de Dios nada puede
compararse. Oh, qué inefables favores Dios concede al alma que lo ama
sinceramente. Oh, felices las almas que ya aquí en la tierra gozan de sus
particulares favores, y éstas son las almas pequeñas y humildes.
Esta gran Majestad de Dios que
conocí más profundamente, que los espíritus celestes adoran según el grado de
la gracia y jerarquía en que se dividen; al ver esta potencia y esta grandeza
de Dios, mi alma no fue conmovida por espanto ni por temor, no, no
absolutamente no. Mi alma fue llenada de paz y amor, y cuanto más conozco a
Dios tanto más me alegro de que Él sea así. Y gozo inmensamente de su grandeza
y me alegro de ser tan pequeña, porque por ser yo tan pequeña, me lleva en sus
brazos y me tiene junto a su Corazón.
Oh Dios mío, qué lástima me dan
los hombres que no creen en la vida eterna; cuánto ruego por ellos para que los
envuelva el rayo de la misericordia y para que Dios los abrace a su seno
paterno. Oh amor, oh rey.
El amor no conoce temor, pasa por
todos los coros angélicos que hacen guardia delante de su trono. No tiene miedo
de nadie; alcanza a Dios y se sumerge en Él como en su único tesoro. El
querubín con la espada de fuego que vigila el paraíso, no tiene poder sobre él.
Oh, puro amor de Dios, qué inmenso e incomparable eres. Oh, si las almas
conocieran Tu fuerza". (777-781)
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