Dios Todopoderoso y Eterno, que has querido regenerar a tus siervos en
el agua y el Espíritu Santo, que nos has concedido la remisión de nuestros
pecados; haz que descienda del cielo sobre nosotros con Sus siete dones
preciosos Tu Espíritu Santo, nuestro Divino Consolador.
Dígnate enviar Tu Espíritu de Sabiduría, que nos descubra los enemigos
que debemos temer y los peligros que debemos evitar, entre las apariencias
engañadoras de este mundo. Que ese Espíritu de Sabiduría nos haga escoger en
todas las circunstancias lo más útil para la conservación y el aumento de la
vida divina en nosotros y para nuestra salvación.
Envíanos Tu Espíritu de Inteligencia, que nos haga comprender la
hermosura, la suavidad y la fecundidad de las santas verdades cuya luz ilumina
nuestro camino en este mundo; verdades que el Padre Celestial revela con tanto
amor a los humildes y las oculta a los soberbios.
Asístenos con Tu Espíritu de Consejo, que en el momento de la acción,
nos incline siempre a la reflexión más oportuna y prudente; que nos haga
perfectamente dóciles a todas tus secretas inspiraciones; y que también haga de
nosotros en tiempo oportuno, los valerosos y abnegados consejeros de nuestros hermanos.
Danos Tu Espíritu de Ciencia, que nos inspire aborrecimiento a la
mentira y el error; que nos inflame en un santo y noble amor a todas las
verdades que el Señor nos ha enseñado; que ponga en nuestro corazón para
guardar estas verdades, una memoria fiel semejante a la que tuvo la Virgen
Santísima, nuestra Madre Santa.
Envía Tu Espíritu de Fortaleza, que cambie en valor nuestra debilidad y
que haga, de los pusilánimes, apóstoles llenos de ardiente celo.
Danos Tu Divino Espíritu de Piedad, que encienda en nosotros la llama de
Tu amor, del amor ardiente de Tu Voluntad hasta en las cosas más pequeñas, es
decir el deber; que las almas que haga que por medio de la fe en la oración
obtengan todas las energías, todas las perseverancias y todas las victorias.
Llénanos, Señor, de Tu Espíritu de Temor, que no nos deje olvidar nunca,
ni aún entre las suaves familiaridades con que nos favorece a veces Tu Majestad
infinita, Tu poder sin límites y Tus juicios tremendos. Que el Espíritu de
Temor nos tenga siempre bajo Tu mirada, Tu dirección y Tu dominio, y que
formando una sublime y deliciosa unión de respeto y de amor a Ti, nos haga ver
que la única verdadera desgracia de la criatura es el pecado.
Amén.
De: Concepción Cabrera de Armida
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