Autor: Yalitzaly Ramos Ríos
Abuelo, así te llamaba. Ahora, si hablamos de estados del ser o de tu condición no sé si debería llamarte abuelo, pues en tu estado tu cuerpo se funde a la tierra así como tu corazón se fundía a la música mientras descansas de todo el dolor que el aprendizaje de la vida puede traerle a un ser humano. Tu cuerpo quizás ya no se parezca a tí y tu descanso ya no me deja escuchar tus palabras, y tal vez en veinte años el tiempo no me deje recordar tu voz, tu mirada cálida o tus manos tal y como eran o tal vez si pueda recordar eso bien. Ahora, cuando sienta hablarte dado a tu estado, probablemente no lo haga porque me siento bastante tonta dado a que descansas.
No es que yo
te pueda perturbar el sueño como cuando me despedía de tí con un beso en la frente
mientras estabas en la hamaca tratando de no despertarte pero de todas formas
despertabas sobresaltado, sino que si no me puedes escuchar, hablarte es cosa
de locos. Al menos estoy feliz de que te dije todo lo necesario cuando podías
escucharme y puedo estar tranquila hoy cuando tus oídos diestros y afinados a los
acordes que no todos los oídos pueden entender, se unen al bruto elemento que te
permitió caminar en él.
Ya no
escucharé "los cuentos del tiempo de antes" de la misma manera nunca,
porque cuando niña los escuchaba sentada en el suelo sin nostalgia, solo con
fascinación de pensar que antes las personas perdidas en el bosque veían casas
que no existían cuando alucinaban de tanto caminar, que la caña de azúcar hacía
sudar hasta a los que en las noches vestían las más finas guayaberas
(incluyéndote) y que tus paseos al pueblo los hacías a caballo para ver dos o
tres muchachas.
Cuando tuve
mi edad actual no dejé de escuchar tus cuentos, porque te pedía que me los
contaras y aunque el cansancio de la vida te nublaba ciertos recuerdos al
principio y se te hacía difícil empezar, terminabas por recordar el último
detalle de cada día que osabas contarme como si fuera una película de vaqueros
de esas que tanto te gustaban o un cuento importantísimo. Te escuchaba ya para
entonces con alegría porque podía ver cómo pudiste convertir días malos en días
felices y como tú y yo teníamos la misma habilidad para reír cuando se nos cae
el alma.
Sin embargo,
también te escuchaba con la nostalgia de saber que quizás pronto no tendría a
quien pedirle que me hiciera cuentos en un tiempo. También te escuchaba con
nostalgia cuando tocabas el cuatro y cantabas "Asómate a la ventana jíbara
mía", todo me daba nostalgia cuando pensaba en tí, incluso la clase de historia
de Puerto Rico, porque todo lo que tuviera que ver con el Puerto Rico de antes
está ligado a tí en mi alma.
El profesor
no me puede hablar de "antes" como tú lo hacías, él no me hace reír
tanto como tú. Pero ahora, la Historia de Puerto Rico o los "cuentos de
antes" de cualquier otra persona no me darán la nostalgia del miedo a
perderte que antes me provocaban, simplemente me pondrán a respirar con
lentitud.
Voy a
respirar despacio porque tú me lo llevabas enseñando desde que era una niña que
escuchaba las historias de su abuelo como si fuera un Súper Héroe sentada en el
suelo. Sin embargo vine a aprender a respirar despacio cuando sostenías mi mano
con el dolor en tu agonía.
En ese
momento la nostalgia mató a la nostalgia, y solo quedaron las ganas de escucharte
haciéndome cuentos con la satisfacción de que aún me escuchabas y me conocías.
El dolor no se convirtió en alegría, se convirtió en crecimiento y entonces
crecí. Crecí de ser una niña que anda corriendo tras un sueño distante sin
mirar casi lo que está pasando a su alrededor, y aprendí que las grandes
personas sueñan, incluyendo a los que aman en ese sueño.
Aprendí que
todo sueño grande envuelve sueños pequeños, que son más importantes que el sueño
máximo, simplemente porque están pasando AHORA, y porque las cosas en la vida
son como las navajas de un artesano, que graba una historia en la madera:
mientras más pequeña es la navaja más profundamente queda grabado ese momento
en tu corazón. Desde entonces prefiero las cosas pequeñas a las grandes, los abrazos
al reconocimiento y descubrí que del más pequeño y humilde se aprende más que
de aquel lleno de títulos.
Decidí reír
por el hoy cuando llegas a mi mente, en vez de llorar porque no te tengo, y
cuando voy de prisa recuerdo que las historias que me hacías pudieron haber
sido aun más largas sino hubiera ido tan de prisa. Quizás en tu entierro no
hubo miles de flores y tampoco estuvieron todas las personas que te amaron o
sonrieron alguna vez con tu música o tus historias, y entonces entendí, que cada
persona y hecho en ésta vida es individual y único, por lo que tienes que
tomarte tiempo para conocer lo que vives.
Esto lo
pensé porque siempre había creído el dicho "si quieres conocer la vida de
alguien ve a su funeral", pero en tu caso no fue así. Si hubiera sido por
lo grandioso de tu vida y de tu música hubieras estado lleno de flores, no
porque fueras perfecto, sino porque hiciste grande lo que era pequeño. Pero
como lo pequeño parece irreconocible ante la gente que anda de prisa, no hubo
ostentosidad en tu entierro, a fin de cuentas me alegro porque la ostentosidad
es el reflejo del amor de aquellos que no tienen tiempo para expresarlo, y tú
siempre tuviste tiempo para eso, gracias por preferir las sonrisas a las
flores.
Por todo
esto entendí, que si realmente quiero conocer la vida de alguien no debo ir a su
entierro sino que si quiero conocer la vida de alguien o la vida misma tengo
que sacar TIEMPO, y eso haré.
Quizás no
puedo hablarte y decirte que te amo como antes lo hacía, pero puedo
hablarle a tu legado que definitivamente amo y forma parte de mí.
Hermosa entrada... me encanto... gracias por compartir recuerdos tan gratos que consuelan el alma...
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