viernes, 17 de marzo de 2017

Acto de ofrenda al amor misericordioso, de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz


Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios

¡Oh Dios mío, Trinidad santa! Yo quiero amarte y hacerte amar y trabajar por la glorificación de la santa Iglesia, salvando las almas que están en la tierra y liberando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cumplir perfectamente Tu voluntad y alcanzar el grado de gloria que Tú me has preparado en tu reino. En una palabra, quiero ser santa. Pero siento mi impotencia y te pido, Dios mío, que seas Tú mismo mi santidad.

Ya que me has amado hasta darme a tu Hijo único para que fuese mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos; te los ofrezco gustosa, y te suplico que no me mires sino a través de la faz de Jesús y en su Corazón abrasado de amor.

Te ofrezco también todos los méritos de los santos (de los que están en el cielo y de los que están en la tierra), sus actos de amor y los de los santos ángeles. Y, por último, te ofrezco, ¡Oh Santa Trinidad! el amor y los méritos de la Santísima Virgen, mi Madre querida; a ella le confío mi ofrenda, pidiéndole que te la presente. Su divino Hijo, mi Esposo amadísimo, en los días de su vida mortal nos dijo: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá». Por eso estoy segura de que escucharás mis deseos. Lo sé, Dios mío, cuanto más quieres dar, tanto más haces desear. Siento en mi corazón deseos inmensos y te pido, confiadamente, que vengas a tomar posesión de mi alma. ¡Ay !, No puedo recibir la Sagrada Comunión con la frecuencia que deseo, pero, Señor, ¿No eres Tú todopoderoso? Quédate en mí como en el Sagrario, no te alejes nunca de tu pequeña hostia…

Quisiera consolarte de la ingratitud de los malos y te suplico que me quites la libertad de desagradarte. Y si por debilidad caigo alguna vez, que tu mirada divina purifique enseguida mi alma, consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego que todo lo transforma en sí…

Te doy gracias, Dios mío, por todos los beneficios que me has concedido y, en especial, por haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. En el último día te contemplaré llena de gozo llevando el cetro de la Cruz. Ya que te has dignado darme como lote esta cruz tan preciosa, espero parecerme a ti en el cielo y ver brillar en mi cuerpo glorificado los sagrados estigmas de tu Pasión…

Después del destierro de la tierra, espero ir a gozar de ti en la patria, pero no quiero acumular méritos para el cielo, quiero trabajar sólo por tu amor, con el único fin de agradarte, de consolar a tu sagrado Corazón y de salvar almas que te amen eternamente.

En la tarde de esta vida compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo. No quiero otro trono ni otra corona que Tú mismo, Amado mío…

A tus ojos el tiempo no es nada y un solo día es como mil años. Tú puedes, pues, prepararme en un instante para comparecer delante de Tí…

A fin de vivir en un acto de perfecto amor, yo me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso y te suplico que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma las olas de ternura infinita que se encierran en ti y que, de esa manera, llegue yo a ser mártir de tu amor, Dios mío…

Que este martirio, después de haberme preparado para comparecer delante de Tí, me haga, por fin, morir y que mi alma se lance sin demora al eterno abrazo de tu amor misericordioso.

Quiero, Amado mío, renovarte esta ofrenda con cada latido de mi corazón y un número infinito de veces, hasta que las sombras se desvanezcan y pueda yo decirte mi amor en un cara a cara eterno…



María Francisca Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, rel. carm. ind. Fiesta de la Santísima Trinidad. El 9 de junio del año de gracia 1895.

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